Sólo para soñadores

—Y el vaquero aún con su soberbio sarape rezumaba una extranjeridad profunda, como de haberse equivocado de sueño. Se posicionó, sacó su cándida pistola y perdió el duelo. El enemigo lo pisoteó hasta que su cabeza se enredó entre sus vísceras. Bajado el telón, el mundo no volvió a dibujarse cuando el rojo cielo parpadeó sobre sus piernas frías.

Del sonido a la piedra y de la voz al sueño. ¿Qué habrá sido del primer humano en soñar? ¿Cuál su reacción? ¿Cuál su devenir? ¿Anhelo? ¿Cuita?
Es risible, pero siempre habremos de preguntarnos si la humanidad no es el sueño de la mariposa de Chuang Tzu, un sueño dentro de otro sueño que condiciona toda nuestra cultura. O si el instante del espíritu en que uno dicta —porque hay que dictar— es en suma el ejercicio de creación que Él realizó al pronunciar su nombre, si esta dádiva —o condena— es en el sueño más asible, inevitable será preguntarnos: cuál es lo real. La sentencia de Berkeley, ¿o del griego en el Cratilo? Puestos a pensar, nunca nos alcanzará para delimitar aquello tremebundo del sueño y la realidad, dicotomía-monismo difuso o diáfanamente entrelazado.
Lo cierto es que nunca imaginé el desenlace de Alejandra. No había noche que no soñara, Morfeo siempre le extendía la mano, pareciendo acariciar sus níveos párpados —le extirpaba los ojos—. «A veces tengo ganas de arrancarme los ojos.» había dicho años antes.
Por eso me asustaban las noches de Alejandra, me causaban pavor. Corría rápidamente la cortina del alba para acechar el interrogatorio de su noche y sus sueños incinerantes, unos mejores, más calmados, nunca felices. Usted lo sabe. Pero está bien, está bien, porque sólo en sueños es libre el hombre, ¿no?

—Me siento rara, llevo hablando contigo un buen rato pero sólo lo estaba soñando, era demasiado, demasiado vívido… te contaba sobre mis sueños.
—¿Quieres hablar de ello?
—No lo sé. Sucedieron muchas cosas y… Mis piernas están…
—¿Todo bien?
—Estaba asegurándome de estar despierta.
—Lo estás, amor, ¿o será que sueño hablar contigo? O mejor, a lo Shakespeare, podríamos soñar que hablamos y compartimos sueño. Suena bien, ¿no?
—¡No! No. No digas eso, por favor.
—Oh, perdón, no era mi intención…
—¿¡Están frías!? ¡Mis piernas están frías!

Para un Dios sin latidos —Dios de sueño—. ¿Siempre de otro modo lo mismo?
Sin encontrar salida ni sentido último, sorprendo letárgicamente la angustia heredada cimbrando mis nervios. «Vivo en mi globo de cristal roto, pero ya no quiero volver, las luces son crueles y prefiero el daño que ya conocí.» me había susurrado una tarde. Ella era terriblemente hambrienta de ternura, única, totalmente incomprensible —más para ella misma— y una gran escritora. Empero su literatura brotaba a borbotones de su manera peculiar de mirar —de interpretar—, manera que al describirse se confundía con alucinación, llámese sueño, llámese soslayo. Siempre le dije que era una alquimista conceptual, una existencia creadora… atrozmente desdichada.
Era evidente, Alejandra lograba con naturalidad, con cierto delirio, lo que grandes escritores con genio: invadir. Esa pausa del aparente todo que implica una buena lectura de Caeiro o Soares. Letras como fotografía —sueños como fotografía—. Algo secreto acechaba, algo de ensueño, en sus abrazos, besos, entregas, abrasos, bezos y… no podría explicar ahora la génesis de nuestro encuentro, ni el origen de nuestro amor pero cabe decir que, el célebre lo dijo, la realidad es más fantástica que la ficción. Alejandra era mi realidad de sueños, que bien pueden ser reflejos.

—Entonces soñaba, luego despertaba y te contaba mi sueño.
—Pero, ¿seguías soñando?
—Sí, luego volvía a dormir, volvía a soñar, volvía a despertar dentro del sueño que era contarte que soñaba contarte y volvía…
—¿Cómo sabías que seguías soñando?
—Si no sabes cuándo estás soñando busca un reloj dentro del sueño, míralo, después mira hacia otro lado, una vez más vuelve a mirarlo. Si la hora cambia bruscamente entre un mirar y el otro, es porque estás soñando.
—Qué observadora, no me sorprende.
—Busqué en la pared… aunque, justo ahora, no tengo ninguno en mi cuarto.
—¿Cómo?
—No importa, debe ser parte del sueño. Cuando era más pequeña había un reloj ahí. El punto es que lo veía, me daba cuenta, pero siempre me volvía a dormir y volvía a soñar.

Para que el sueño con sus pies descubra la morada precisa de la muerte. Mas el sueño no es una segunda vida, en todo caso otro sueño es el de la vigilia que sueña no soñar. Cese este romantizar la condición del sueño y del soñado… no saben lo que hacen… no saben lo que hacen…

—Suena verdaderamente complejo, ¿estás bien, amor?
—No lo sé, tengo miedo.
—¿Por qué?
—Repites las mismas palabras que en mi sueño. Repites, repito, todo está repetido… sólo parezco tener más control sobre mí.
—Calma, debe ser el susto, seguro es mera sugestión.
—…
—Quizá tomar un baño frío te podría ayudar.
—No. Frío no. No quiero más frío sobre mí, esto es igual que…
—¿Qué pasa?
—…
—¿Amor? ¿Ale?
—El reloj debería estar ahí.
—Pero, amor…
—No puede ser…
—Quizá sea la señal pero te escucho un poco lejos. ¿Qué pasa?
—Sigo en el sueño. Estoy soñando.
—¿Qué? No, no estás soñando.
—¡Dios mío, estoy cansada! Quiero salir, quiero salir, quiero dejar de repetirme.
—No. Calma, estás aquí, estamos aquí, es real.
—No, no, no. Debo aprovechar esta pequeña voluntad, debo hacer algo que me haga despertar, antes de volver a dormir y volver y volver y volver…
—Espera, ¿qué haces? No te escucho, ¿estás ahí?
—Volver, volver, volver, algo, algo, algo…
—¿Ale? ¿Alejandra?

Voz que del sueño vuelve. No puedo más, oficial. No quiero decir más. Cuentan que doce pisos… después su cuerpo estalló, quedó irreconocible, apenas su cabeza enredada entre sus vísceras… Usted entenderá que… bajado el telón, el mundo no volvió a dibujarse cuando el rojo cielo… parpadeó sobre sus piernas frías.
Al voltear a mi reloj la hora cambió bruscamente.

2 comentarios

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *