Sin nada que decir

El termómetro que mide la calidez del entusiasmo asciende muy alto cuando la pantalla de mi celular da entrada a una llamada tuya, intento contestar, pero el tono se suspende, lo lamento, fui lenta, pero con ilusión visto de fiesta mis dedos, presiono los números de tus coordenadas y al instante responde una voz robotizada avisando que estás fuera del área de servicio. Estoy consternada, es inusual que a esta hora llames, y me duele perderme tu voz, tu compañía.
Me perdí de escucharte… me perdí de todo.
Piso fondo. Desde una conversación ajena la casualidad da cuenta de tu partida, en medio de un público ajeno debo atarme al razonamiento, a la lógica de los hechos: aquí soy una completa desconocida. Me ahogo nada más escuchar la noticia y corro a esconder el torrente. En este momento soltar mi propio aliento sería fácil, instalada estoy en el tanto dolor. Disfrutaba extrañarte, así era mi vínculo ante tu ir y venir continuo, pero el relato de tu ausencia definitiva provoca el colapso.
¿En verdad también podría morir debido a un llanto ilimitado? Me abruma no entender estas cascadas de sufrimiento que aparecen nada más cruzo la puerta de mi fachada. En un grito callado te pregunto: “¿aquella llamada fue el intento de alertarme sobre nuestro naufragio?”
Debo calmarme, no soy así, ¿de dónde sale tanto quebranto? En varias ocasiones busqué el momento para dibujar una línea de máxima distancia ante ti, entonces ¿por qué tal desolación? Mi garganta, nariz y boca están ocupadas gestionando el paso de las aguas. Me angustia el quebranto del pecho, mejor le pongo tono de negociación a tanto cuestionamiento.
Un día, tan contenta estaba que me nació el deseo de aparecer orgullosa tomada de tu brazo y bien enfocada para una foto de pareja. Se me antojó el protagónico en tu vida. Cuando confesé mi loca idea, tu risa brilló y me sentí halagada, aunque nuestros pensamientos en realidad atendían una verdad suprema: dicha ocurrencia quedaría como una ondonada de fuegos artificiales alentándonos con un falso entusiasmo.
En un intento por corregir el error, entre bromas y evocaciones, me salió un esbozo de despedida, como respuesta, tu insistente “eres cruel” me interrumpía. Hablé de nuestra instrascendencia juntos, pero nada más darme la vuelta, tropecé, mi seguridad se derrumbó y sentí perderme. Mis manos temblaban, las lágrimas salían a borbotones, yo, que nunca lloro, estaba incontrolable. Me abrazaste. De inmediato me retracté de lo dicho y tu tremenda sonrisa volvió a iluminarme la vida, regresó la armonía. Nos burlamos uno del otro y prometimos no morir en el intento.
Ahora somos breve historia.
Me veo triste, me comporto triste. Triste es mi nacimiento, triste mi destino, triste el presente, triste no verte, triste no sentirte, triste no manifestarte. Viviré este día mi ser triste. Todo es triste. Palabra triste, se repite a sí misma la triste tristeza.
De alguna manera tengo que hartarme de esta etapa. ¡Duelen tanto los ojos! Se parte el corazón, arde el estómago y tengo mucho frío. ¿Cómo salgo de este hoyo? Me han dicho: “algo más grande alrededor tuyo te acompaña. Siente cómo te abraza y reconforta esa inmensa luz”, y sí, eres luminoso, aunque me esfuerzo para no dejarme llevar por esta leve alegría.
Quisiera olvidar el tono de tu voz, el calor de tus manos, tu “no-tienes-idea-de-cuánto-te-quiero”, pero a la menor provocación revienta la presa escondida en algún lugar de mi cuerpo. Como no puedo controlarlas, llevaré mis obsesiones al límite, debo aburrirme de ellas. Repasaré nuestros lugares juntos y, a cada paso, te diré en voz alta todo lo que callé. Haré planes como si fuéramos a cumplirlos, mientras volvemos a caminar tomados del brazo.
Debo terminar con el anhelo de estar juntos. Es momento de asimilar tu ausencia, ausencia que inunda mi territorio. Paso a paso borraré las escasas evidencias de tu aliento. Quizá dentro de diez años me tropiece con un recuerdo y pregunte qué te sucedió, para entonces las anécdotas serán dudosas, pero sonreiré al evocar la magia que experimentamos cuando un pretendido único encuentro intrascendental se repitió hasta llevarnos a conocer el Cielo.
Tal vez en sueños me respondas que sin despedida evitaste el arrepentimiento, pero desde tu partida me asusta la noche, quizá por eso nos hemos encontrado mientras dormimos, pero terminamos siendo la pesadilla del otro. Cuando lo entendí, duermo de día. Supongo que desde entonces deambulas sin rumbo en el silencio nocturno. Cuando dejo de escucharte, mi alma me susurra insistentemente su deseo de ir a mecerse a tu lado.
Respiro tranquila, antes del amanecer voy al parque que visitábamos juntos y busco el columpio en donde jugábamos a ser niños. Ahí, en cada vaivén repaso nuestras conversaciones, las quiero en voz alta para que me defiendan de este vacío. De a poco, comienzo a apreciar tus silencios. Con tu sonrisa me basta para sentir la alegría que me lleva a la calma. Sin nada que decir, nos expulsamos del mal sueño.

5 comentarios

  1. Refiere una magnífica narrativa con un sentido que estimula fuertemente la imaginación. Gracias por el regalo de tu prosa, así como de tu intimidad.

  2. Excelente relato historia Susana como siempre te he dicho eres inspirada para esto de las letras sigue adelante

  3. Cómo todo lo que escribes y he leído, exquisito.ú

  4. Las letras siempre te esperaron, dieron tiempo para la maternidad, bendito sea que ya te tienen de regreso, camina ese sendero que lleva tiempo esperando por ti, que vengan muchos más.

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