ROZNIDO

Cuando miras a la nada,
la nada mira dentro de ti…
FRIEDRICH NIETZSCHE

10 de junio de 2022

José estaba en su lecho de muerte, lloraba aterrado y rogaba que lo mantuvieran consciente, porque el momento de rendir cuentas llegaría. Pidió a sus familiares que bajo ningún motivo cubrieran su tatuaje de la muerte en el brazo izquierdo, pensó — era la única ancla a la vida que le quedaba —. Marcela su nieta más joven y ambiciosa, solo reflexionaba sobre la agonía de José y le aterraba algún día verse de una forma similar.

Marcela pensó en el destino de la fortuna de su abuelo y tuvo a bien preguntarle, qué le angustiaba y si ella podía tomar la responsabilidad de su desasosiego a cambio de quedarse la riqueza. José asintió y una leve sonrisa se dibujó en su rostro, intentó hacer un esfuerzo por decir algo, GRAAaaaaaa…, ella cubrió el tatuaje de su abuelo y él murió al instante.

En el pueblo se corrió la voz de la muerte de José, ya que era el hombre más acaudalado de esa zona y siempre se había rumorado de su pacto con el diablo. La familia se reunió y decidió hacer un funeral privado, porque les molestaba mucho los chismes y habladurías alrededor de la muerte y la fortuna de su patriarca. No querían saber nada del pueblo, así que esa misma madrugada, decidieron sepultar a José. Por voluntad del difunto solamente pusieron una cruz blanca sin distinciones en su tumba y contrataron a varios vigilantes para reforzar la seguridad al máximo; a José lo enterraron con su pistola, joyas favoritas y su traje de gala de charro.

A la mañana siguiente, un mandadero fue a casa de la familia de José a avisar la hecatombe. Los familiares inmediatamente fueron a corroborar lo que les decían. Cuando llegaron al lugar confirmaron que todos los hombres de seguridad estaban muertos a la orilla de la tumba, aunque parecían dormidos. La cruz blanca estaba intacta, pero la tumba de José había sido profanada, únicamente hallaron las joyas, la pistola y el traje de gala, pero les fue imposible encontrar algún rastro del cuerpo. El Charro negro había cobrado su pago.

10 de junio de 1966

Allá por el México dictatorial, azotado por la miseria y la desesperación, José, acudió al encuentro del Charro negro para pedirle trabajo, domó su miedo y dejando atrás su escepticismo, puso toda su fe en el acto y gritó fuerte: ¡Charro hagamos un trato!

De pronto, en medio de la noche espectral escuchó el golpeteo de las herraduras del caballo contra el suelo, volteó y ahí estaba: ¡El Charro negro hizo su aparición! Portaba un traje elegantísimo bordado de hilo de oro y botonadura de plata. Aceptó emplear a José y le adelantó en pago algunas monedas. José las recibió y sintió escalofríos, al contarlas despertó en él un deseo perpetuo de obtener más e ignoró por completo que no pudo ver la cara de su nuevo patrón.

El trabajo de José era simple, entrar al panteón y exhumar de sus tumbas a aquellos deudores que se habían comprometido a entregar su alma al Charro negro a cambio de favores. Una vez que abría el féretro, amarraba una soga al cuello del susodicho, para que el Charro negro desde fuera pudiera reclamar su pago. Cuando tenía el cuerpo en sus manos, el Charro negro le pegaba tres reatazos; el cadáver se sacudía, entre estertores y ruidos ininteligibles y se transformaba en una mula que cobraba vida y echaba a correr lanzando espeluznantes rebuznos.

José se estremeció, tragó saliva y no daba crédito a lo que vieron sus ojos, quiso preguntar por qué una mula y no otro animal, pero su miedo fue más grande que su curiosidad. Así que calló. Sin cuestionar, José se convirtió en el Sepulturero del Charro negro. En silencio y a cabalidad cumplió con su trabajo a cambio de tener una vida acaudalada hasta llegado el momento.

2 comentarios

  1. Me encanto !!! Muy buen relato que nos recuerda que el terror se encuentra en todas las épocas y regiones

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