Rojo

“Aquí en Cuernavaca nunca he tenido que usar abrigo -pensaba Lucía al hacer su maleta para ir a  visitar a su hijo en el extranjero-. Y decidió no cargar con el suyo.

Arribó con muchos regalos y algo de miedo. El clima en esa lejana ciudad era templado y prometedor, pero en cuestión de pocas horas todo cambió: el viento gélido que le calaba sus porosos huesos parecía estar acorde a la actitud de Gabriela, su nuera. Ni hablar, una vez más debía enfrentar estoicamente su frialdad. 

-¡Apúrense! las espero en la camioneta -gritó Ramiro saliendo hacia la cochera-. En el clóset de puertas de espejos están mis chamarras, Ma. Usa la que quieras.

 Se encontró con ella justo ahí, mirándose de cuerpo entero, evidentemente complacida.

-Ay, mija, que linda te ves con ese abrigo rojo. ¡Está divino! Siempre he querido tener uno así.

 -Pruébatelo -contestó Gabriela mientras se lo retiraba.

Lucía no lo podía creer. ¡Era la primera vez que su nuera le ofrecía una de sus prendas! Ambas eran exactamente de la misma talla.

-Te queda perfecto -dijo Gabriela sonriendo de cara al espejo. Como si lo hubieran diseñado especialmente para ti.

-Sí, ¿verdad? En un taller de alta costura -contestó Lucía bromeando. Te lo cuidaré mucho. ¡Me encanta, mil gracias! 

-Me lo regaló Ramiro. Y después de una breve pausa agregó: Te lo vendo.

Lucía se abrazó a sí misma acariciando el abrigo. Mientras se lo quitaba, un racimo de recuerdos en rojo le vinieron de golpe a su memoria: la manzana de la ilusión recién mordida y que aún destilaba veneno; la sangre de su abdomen cercenado durante la cirugía; la de su vagina adolorida y violada. “Keep calm and carry on” –reflexiona en inglés recordando el título de su libro de cabecera. Tras un profundo suspiro, visualizó el bordado en rojo con figuras de palomas de la Paz hecho en Tenango de Doria, pueblo donde los bordadores se levantan para cambiar el mundo.

En lugar de devolverlo a Gabriela, tomó el gancho vacío al interior del closet y lo colgó. Con lentitud extrema abrochó un cardenal cantando en el primer botón. Un clavel recién abierto en el segundo. En el tercer botón se detuvo. Ahí encontró su propio corazón, -ese donde aún le late la vida- y lo dejó suelto.

-No, gracias -dijo con cierta ironía, mientras su triste mano con manchas de edad madura descolgaba una chamarra masculina-. Vengo muy poco a visitarlos, y en Cuernavaca nunca he tenido que usar  abrigo.

2 comentarios

  1. Felicitaciones a la escritora Lorena Cantú. Es bellísima su narrativa. Con pocas palabras dijo mucho. Sentí el calor momentáneo del abrigo rojo. Enhorabuena!!!

  2. Felicidades Lorena, es realmente fascinante tu forma de escribir y transmitir sentimientos, como mujer y madre de un varón. Te quiero y te admiro.

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