¿Qué hay en el sótano?

En la madrugada escuché un ruido en el sótano, pero no le di importancia. Seguí durmiendo. Por la mañana, bajé a la cocina para hacer un sándwich; de regreso encontré la puerta del sótano abierta, sin embargo, mi mente me dijo que tenía tiempo sin entrar, pero me fui a la cama para ver la televisión. Revisé el calendario, era sábado, veintitrés del mes de marzo. Había quedado con unos amigos para a ir al cine. Salí de casa y tomé un camión, me pregunté, ¿Qué había en el sótano? Pensé en revisarlo más tarde. Esperé a Pedro y a Juan en el cine. Cuando llegaron de inmediato entramos a ver la función. Al salir, Pedro me dijo que si quería ir a una fiesta, le dije que sí y fuimos. Llegando había muchas personas.

En la fiesta, me ofrecieron algo de tomar; acepté. Fue la primera vez que probaba alcohol. El tiempo pasó y me fui de la fiesta. En la casa encendí la luz del pasillo, la puerta del sótano estaba abierta. No le presté atención, ya que había tomado demasiado. Entonces me dormí. Otra vez, en la madrugada oí ruidos abajo, eran en el sótano. Ya no tenía alcohol en mi cuerpo. Sin embargo, mi casa estaba en plena oscuridad. Bajé. ¿Quién diría que tomé la decisión equivocada? Cuando pisé el tercer escalón me caí. Me pegué en la cabeza, intenté levantarme, pero me desmayé. Por la mañana, cuando me desperté tenía sangre en la cabeza. Me asusté, me fui a lavar el cabello, me fijé que la herida no estuviera grande y me coloqué una venda en la cabeza. Posteriormente, miré si había llegado el correo. Salí. Frente de mí había un perrito abandonado. Lo recogí. Me lo quedé. Más tarde, le di comer. Volví a ir al sótano. La puerta estaba cerrada.

No sé porque pero salí de compras. Cada noche me faltaba comida, mi ropa desaparecía, mi cepillo de dientes también. Bajé para ver si la puerta del sótano se podía abrir, quería bajar al lugar. Pero no se podía. Me desesperé. Fui por un martillo, le empecé a pegar, pero ni así se podía abrir. Luego, fui a una tienda para que me hicieran una llave nueva. Más noche pedí una pizza, me la comí y me largué acostar. A las tres de la mañana, escuché ruidos. Pensé que era mi perro y me volví a dormir. En la mañana, no encontraba la llave del sótano y empecé a sospechar que había algo raro. Salí. Me preguntaba, ¿por qué las cámaras no captaban algo o sería que era obra de un hacker? Llegué a la casa, quité las cámaras. Desde que quité las cámaras, no me había faltado nada. Otra vez, pensé que sí me espiaba un hacker. Me asusté, me marché a mi cama. Los ruidos en la madrugada comenzaban, ya eran cotidianos. Creí que era el perro. Cuando desperté vi que el perro estaba en el patio. Me dolía la cabeza, no recordaba lo que había comido ayer. En instantes, dejé que entrara el perro a la casa. El can fue rápidamente  a la  puerta del sótano; empezó a ladrar, pero no me interesaba. Aún me preguntaba qué había adentro. Desde que me mudé no había bajado, sin embargo, quién me vendió la casa me dijo que los antiguos dueños se fueron. También me dijeron que la casa no era normal, pero yo no creía en eso.

Más tarde, escuché un ruido, como un martillo pegando. Bajé, prendí la luz de las escaleras, bajé más. Abrí la puerta del sótano. Ahora, sí se podía abrir, pero no se veía nada. Subí por lámpara de la cocina; la prendí. Me sorprendí de lo que estaba viendo. Mi ropa desaparecida y mi comida estaban ahí. Iba a llamar a la policía, pero al darme media la vuelta alguien me golpeó con un pedazo de madera. Mi cabeza empezó a sangrar. Corrí a las escaleras. Empujé al que me pegó. Me dirigí a mi cuarto. Estaba mareado. Solo podía escuchar los ruidos de la noche. Mi mirada estaba tensa.  No podía ver casi . Del cajón de mi cuarto saqué un arma que había comprado. De nuevo escuché que alguien estaba subiendo. Cuando abrió la puerta empecé a disparar; solo podía oír los balazos, tiré dos veces. Me sujetó del pie, yo no tenía fuerzas casi por el golpe, le disparé, otra vez más. El sujeto agarró el cajón de madera, lo aventó en contra mía. Me pegó en las costillas. Grité, los vecinos escucharon los balazos. Oí que la policía venía. Sin saber qué hacer. Agarré una madera que estaba rota. Le pegué al sujeto en la cara. Lo aventé por las escaleras. Luego, vi que estaba tirado el sujeto. Me senté y recordé los extraños ruidos por la noche. Los ruidos no eran por el perro. Los ruidos regresaban a diario, eran adentro de la casa, no afuera donde estaba el perro. Entró la policía a hacer revisión, pero no encontraron a nadie. La policía hizo una investigación con los vecinos donde les preguntaron cómo me llamaba: Michael, de veintiuno años de edad. Sinceramente, algunos vecinos me tachan de loco. Dos vecinos declararon que, yo era una persona con esquizofrenia y debido a ese trastorno decía que había alguien en el sótano, los policías me recomendaron ir al psiquiatra. Hasta el momento, sigo con mi tratamiento para la esquizofrenia.

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