Era necesario mencionar cualquier cosa, alguna bobería, el silencio era muestra de que algo
marchaba mal. Ricardo disimulaba observar algo desde la ventana, pero ahí, afuera, no
sucedía nada. Ni un árbol sacudido por el viento, ni pájaros sobrevolando en el cielo, la
ventana daba a una pared gris y sucia, llena de hollín y grafittis indescifrables. Cuando
llegó Ricardo en la noche con dos botellas de brandy para festejar que lo habían ascendido,
que después de diez años por fin el miserable de su jefe le estaba dando su lugar, y no es
que le importe a Ricardo esas cosas, pero el salario es mejor, y eso siempre es bueno, el qué
diga que no le importan esas cosas es un mentiroso.
Dejó la botella en la mesita de la sala, me dispuse a poner música, Hymn for the weekend,
de Coldplay, él entró en la cocina por unos vasos de vidrio y un poco de queso cheddar que
había en el refrigerador, y que guardo para momentos especiales.
-Al fin cabrón, ahora si me hizo justicia el sistema- dijo mientras servía el brandy.
-Ya era tiempo, sabías que tendría que pasar, o ¿no? – le dije brindando por la noticia.
Ricardo se terminó la bebida de un trago, y se levantó a bailar. Estaba feliz. Diez años
trabajando en las oficinas de administración de la empresa, entregado y dedicado, para que
siempre fuera ignorado por su jefe. Se sirvió uno, dos, tres tragos más y se los bebió de
manera salvaje. Me pidió algo más movido, mi música casi no le gusta, dice que es de
intelectuales pedorros. Busqué entre mis discos, pero no había nada que pudiera complacer
a Ricardo.
Me pasó su cel y lo conectamos al modular, puso algo de Julión Álvarez y su no sé qué
madres norteña.
-Es mejor que tu pinche música, más acá- me dijo mientras giraba y saltaba como si
estuviera tratando de apagar un incendio.
-Sí, sí, tan chidas- le dije para no arruinar su fiesta, y ponernos a discutir sobre ese bodrio
que él llama desatinadamente música.
-Baila, anda festejemos- me jaló del brazo de manera brusca y comenzamos a bailar, bueno
a dar brincos y movernos frenéticamente, acercando nuestros cuerpos alterados por la
alegría y el alcohol.
Conozco a Ricardo desde la primaria, un día él me pidió que le ayudara con la tarea de
español, siempre he sido una bestia me dijo, por más que trato de entender los ejercicios no
puedo, nomás no se me da. De ahí comenzamos a andar siempre juntos, a todos lados, en la
escuela se insinuaba que éramos pareja. A mí no me molestaba, pero Ricardo se ponía
como una fiera, se lío un par de veces a madrazos con alguno que otro para defender
nuestra hombría me decía limpiándose la sangre que escurría de su boca y nariz.
La verdad siempre me gustó, pero nunca le dije nada, no quería fracturar nuestra amistad;
yo me contentaba de estar a su lado. Me gustaba oler su loción, escucharlo reír de todas sus
pendejadas. Cuando murió su papá nos abrazamos y él lloró en mi hombro, lo tuve ahí un
largo tiempo, él sentía dolor por la perdida y yo una pinche calentura que me duró muchos
días.
-Anda, bebe, que hoy estamos festejando- me decía y ya estábamos con la segunda botella.
Ricardo siempre tiene ganas de festejar, él es así, festivo, eso me gusta también. Hay veces
que me habla para decirme que se la está pasando a toda madre con alguien, no importa la
hora, ni el día.
-Te quiero- me dijo, abrazándome fuerte.
Cierro los ojos, en ese momento pierdo la calma, algo dentro se acelera, hemos bebido
mucho.
-Yo también cabrón te amo-le digo sin saber lo que digo se lo digo así de pronto, sin
pensar, con la emoción del momento.
Toma mi cabeza y se acerca, siento su respiración, siento una gota fría en las vértebras, un
calorcito que me recorre por dentro. Tiemblo y lo abrazo con todas mis fuerzas permitidas
por la borrachera, acaricio su espalda, sus nalgas. Siento sus labios secos, quebradizos, y el
alcohol de su aliento, no resisto y lo beso. Lo beso. Me besa.
Ricardo no dice nada. Soy yo el que al fin dice algo.
-¿Que pinche borrachera no?
-Si cabrón, no recuerdo nada- me dice, desde afuera entra el ruido de la ciudad, y las dos
botellas de brandy descansan vacías en el piso.
Carlos F. Ortiz. Chilpancingo, Guerrero. Ha publicado los libros Sueños prosaicos (1999), Poebrio (2000), Trenes para nombrar la soledad editado (2012), Adoraciones de la ausencia (2013), Anatomía de una hoja (2011), Balada para Pereza (2013) y Desquicios cuerpos en llamas (2015) y Todos quieren una beca (2024) .