Primera cita

En la junta de ONA (Ogros Neuróticos Anónimos) vi a Zizyek por primera vez. No sé qué me cautivó más: si su cuerno en la frente en forma de hacha, los tres dedos de sus portentosas patas, el musgo sobre su piel verdosa que parecía un bosque en miniatura o si fue el tono de voz sereno y solemne con el que narraba cuán harto estaba de su esposa, Khön, de quien se estaba divorciando, y de su odioso hijo, Yarek. Lo que sí recuerdo fueron sus inmaculados colmillos que rebasaban el contorno de sus labios cada vez que pronunciaba palabra alguna, así como el temblor de su lengua púrpura mientras nos decía que estaba tan fastidiado de los dos, que no le importaría si uno de esos guerreros enanos y sin pelo, que se hacían llamar humanos, algún día acababa con ellos en el bosque donde vivía.

Los demás ogros se sobresaltaron por sus palabras y Arg-non, el padrino a cargo, le dijo que antes de trabajar en su ira, debía aceptar que necesitaba ayuda y fuerzas para enfrentar aquellas cosas que no podía cambiar. Incluso le sugirió el camino de la oración. Mi cola empezó a agitarse, quise tomar un florero y romperlo en la cabeza del padrino por haber detenido el discurso de Zizyek y el seductor baile con el que su lengua me invitaba a las fauces de sus deseos.

Terminó la sesión y los demás se quedaron a charlar. Me levanté y seguí a ese ogro, pensando que quizá podría ayudarme. En ocasiones, me daba la impresión de que la ira contenida bajo las escamas de mi pecho se debía a la falta de una sangrienta y deliciosa lucha bestia a bestia.

 —Eran unos bastardos, ¿no? —dije, convencida de querer retenerlo. Él volteó, las pupilas rasgadas de sus ojos se enfocaron en las garras que coquetamente me llevaba al hocico— tu exmujer, mira que arrojarte al límite y orillarte hasta este lugar tiene su mérito.

—¿Por qué estás aquí?

—Como demasiado.

—Los comedores compulsivos se reúnen los viernes.

—Como porque estoy enojada y estoy enojada porque como demasiado.

Sonrió, sus colmillos blancos tenían el brillo de la más afilada espada. Supuse que su mordida era letal y me despertó el apetito.

—Aunque no lo parezca, cocino bastante bien. Un día podríamos cenar, claro, si te interesa.

Me dio su número, pero no quedamos en nada. Supuse que estaba atado de patas y zarpas a su situación. No insistí. Las siguientes sesiones escuchamos a los demás hablar de sus peleas por el territorio. Algunos ogros se creían dueños hasta del cielo y tenían combates contra otros desprovistos de alas. Uno de ellos, había matado a su pareja mientras hacían el zark-zark. Pese a que me gustaba el amor rudo, yo jamás hubiera llegado a tanto.

En el círculo de reunión miré a Zizyek, lucía más aterrador que nunca y mi cola daba de latigazos al suelo cuando me perdía en la contemplación de sus garras. Tras un cruce de miradas, lo vi enderezar su postura; sacó el pecho y sus patas me parecieron troncos. Le dieron la palabra y me perdí en la fantasía de su maldad.

 Viernes a las siete en mi casa. Ramen para dos. Mi ardiente caverna despedía un delicioso aroma a ahumado y mi casa también olía bien. El platillo favorito de Zizyek y carne de primera para mí.

Llamó para avisarme que venía en camino y le indiqué en qué árbol debía dar vuelta.

—Esta noche vas a querer repetir hasta que ya no podamos más. Tengo listo algo que preparé únicamente para ti.

—Te advierto que no puedo comer cualquier cosa —dijo mientras las aletas de su nariz se expandían aspirando los humores de mi casa.

—Puse atención a cada detalle, créeme que sé mejor que nadie lo que necesitas.

El tazón de ramen era inmenso, justo para el apetito voraz que ambos teníamos. En el caldo vio setas enteras y grandes porciones verdes, además de cebollas, brotes de soya, lonchas de tofu y alga kombu.

Tras vaciar la olla, Zizyek eructó tan fuerte que me hizo levantar del asiento. Lo vi radiante, con el torso hinchado y un gesto lleno de energía. Estiró su zarpa hasta aprisionar la mía.

—Yambe, amé cenar ramen sin carne. Tenías razón en saber qué necesitaba. Estoy tan cansado del dolor ajeno. ¿Quiénes somos para hacer daño a otros? Cuando hablé de los humanos y mi familia, pensé que se cumpliría la Ley del Talión. Los alguna vez míos, no son más que seres despiadados que han contaminado sus almas por la gula asesina. Hombres, conejos y hasta osos han pasado por sus estómagos, pero siempre pedían más y más sangre, y yo… —se pasó las garras por el abundante musgo de su cuerpo— estoy cambiando. Desde que dejé de comer carne me siento más sano y fresco. Las setas que me diste estaban deliciosas y los brócolis eran distintos, ¿alguna especie diferente?

Su zarpa me aplastaba y hasta creí que me arrancaría los dedos. Se puso de pie y de una patada mandó a volar la mesa, vi en sus ojos un fuego infernal, cual antesala para el zark-zark y se me escapó un aullido que lo significaba todo. Sobre la tierra, rodábamos entre mordidas que chorreaban una baba muy espesa y enredé mi cola a su cuello para que me diera un segundo para respirar. No entendí cómo de un momento a otro se despertó en él ese lado más que salvaje. Volteé al fregadero y vi el resto de los «brócolis» y lo que él creyó que eran setas, increíble que no le resultaran familiares, hasta ese entonces me pregunté: ¿por qué no puse atención cuando dijo que era vegetariano?

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