POLAROID

Roberto es un joven pragmático que estudia física en la Universidad. Poco acepta aquello que no puede demostrar, medir, o comprobar. Su abuela murió hace unos días. A él le toco la difícil tarea de vaciar su pequeño departamento en el que vivió sola sus últimos años. Él dejó de verla hacía mucho tiempo.

Cuando termina las actividades del día, se moviliza en su auto al departamento en un cuarto piso de una colonia que tuvo sus tiempos mejores hace algunos lustros. Entra al departamentito y siente que el ambiente allí está enrarecido. Huele a abandono y a polvo. Los muebles están amontonados en algún extremo de la estancia y algunos ya han sido cubiertos con lienzos. Sobre la mesa y las sillas hay un número de cajas de cartón llenas de objetos, pero aún abiertas. En otras zonas de la casa hay más cajas, ya cerradas y amontonadas.

 Afuera llueve a cántaros y hasta se escuchan algunos relámpagos. Roberto solo quiere avanzar el proceso y terminar ya esa engorrosa tarea, que parece no tener fin. Se dispone a cerrar una de las cajas que está sobre una silla, cuando identifica que en el interior hay una vieja cámara Polaroid Supercolor 635, con flash integrado en la parte superior. Esa cámara fue adquirida por la abuela cuando Roberto y sus hermanos eran aún unos niños. Los recuerdos acudieron veloces a su mente.

            El fín de semana que la abuela estrenó la cámara, la familia estaba reunida celebrando el cumpleaños número seis de Roberto. Había un gran pastel en la mesa, refrescos, platos, cubiertos y platones con mediasnoches rellenas. La abuela sacó la moderna cámara y le tomó una foto a Roberto apagando las luces del pastel. Todos quedaron admirados al ver como en esa pequeña tarjeta blanca y brillante, se desarrollaban manchas, que poco a poco se iban convirtiendo en una nítida imagen a color. Todos hicieron una expresión de asombro y la abuela le regaló la foto a Robertito.  El la abrazo y le dio un beso, entusiasmado. Vinieron después más fotos, con los hermanos, los papás y hasta una de la abuela con los nietos, que tomó el papá de Roberto. Fue un día de alegría y fiesta.

Roberto apunta con la cámara a una esquina del departamento, donde hay un viejo sillón parcialmente cubierto por una sábana, una lámpara de piso y una silla de doblar. Obtura el botón y el resplandor del flash lo deja enceguecido por un instante. Saca la fotografía, que empieza a revelarse frente a sus ojos, mientras él la sacude con la mano. Cuando la imagen es total, el da un brinco en el sillón: en la imagen está la lámpara de piso, parte del sillón y la silla de doblar, pero también un espectro extraño que casi juraría que tiene forma humana, de no ser por dos cuernos enormes y retorcidos que sobresalen a la cabeza. Queda atónito. Mira para el fondo de la habitación y solo ve los muebles.

Deja la fotografía instantánea sobre el sillón y repite el proceso. Apunta al mismo sitio y toma la fotografía. Deja que la imagen se revele. Al fondo de la sala solo están los muebles. En la fotografía aparece de nuevo esa extraña imagen, aunque un poco más nítida.

Trata de convencerse de que debe haber una explicación lógica para lo sucedido. El solo puede aceptar lo real, lo tangible. Su corazón está latiendo de prisa. Siente la boca seca y sus manos están húmedas de sudor. Tiene que investigar que está pasando. Afuera llueve con fuerza y se escuchan algunos rayos caer. Justo cuando vuelve a dirigir la cámara hacia el mismo sitio y oprime el botón, un gran relámpago ilumina todo. Entonces puede ver frente a sí y con toda claridad esa figura humanoide, con grandes cuernos y ojos terribles. Tiene las fauces abiertas y unos dientes desproporcionados resaltan dentro de ella. Es cuestión de un milisegundo, pero la imagen es clara. La luz producida por el relámpago desaparece y todo queda sumido en la negrura de la noche.

Roberto no entendió nunca nada. Su último pensamiento fue para su abuela abandonada, siempre sola. Su cuerpo quedó tirado al centro de la habitación. Bajo él crece un charco de sangre de un rojo intenso, que en algunos puntos ya está tocando las patas del sillón y la base de las cajas de cartón. Su cuerpo está magullado en el tórax, piernas y brazos. Pobre abuela...

Afuera la noche es fría y sólo se escucha a lo lejos, el ulular de una patrulla.

1 comentario

  1. Un cuento muy bueno. Me hace pensar en los viejos objetos que conservamos . Los guardamos como recuerdo de las personas queridas que se han marchado. Tal vez alguno contenga en su interior algo más terrorífico y espeluznante que este a la espera de una invocación. Habrá que tener cuidado ⚠️

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