Mi abuela me contó que hace años las lluvias cayeron cual torrente con toda la fuerza de que son capaces las nubes de verterse sobre todo lo que está por debajo de ellas. Ojalá que en aquella ocasión sólo hubiera sido el agua que se metió hasta la cocina de las casas. A finales del verano, en las cercanías del monte, los agricultores encontraron los cuerpos de “los Chanchos”, cuatro hermanos dedicados a la cría de cerdos.
Se pudieron identificar a los fallecidos por la ropa y herramientas que había ahí. La gente se alarmó, pero el Alcalde logró tranquilizarlos.
—Pierdan cuidado. Las autoridades ya están investigando y pronto se dará con los culpables…
—¿Cómo sabe que son varios los que los mataron?
—Pos no podría ser de’otra. Mira, que matar a los cuatro jóvenes debió ser una tarea difícil y más que estos debieron defenderse con sus cuchillos.
—¿Y si vuelve a pasar algo así? Mi viejo dice que los cuerpos se miraban bien amolados, feos, peor que los chales que nos vendían los méndigos hermanos.
—Cálmese doña Marisela, no empiece a contar el chisme porque a usté no le toca y no es bueno pa’uno que ande llevando y trayendo chismes.
Se impuso un toque de queda mientras hallaban a los asesinos. Las lluvias ponían a todos en alerta porque si Tláloc volvía a enviar aguas torrenciales, los sembradíos se perderían; sin embargo, ocurrió un nuevo hallazgo. A las afueras del pueblo, por el camino que va al monte, doña Antelma encontró el cuerpo del JH, Jesús Hurtado. La noticia corrió como pólvora. No era un joven muy apreciado, pues había dejado casi en el altar a su exnovia Yani. Varias personas acudieron a la Presidencia Municipal para exigir mayor seguridad porque ya no era normal que estuviera sucediendo eso.
—Cálmense todos, pues. Entiendo, entiendo que anden con el Jesús en la boca, pero las autoridades están trabajando duro para dar respuesta a lo sucedido. Piensen que no se puede actuar tan rápido, las indagaciones llevan tiempo y pues…
—Ojalá que no ahiga más muertos. No es que se haya perdido gran cosa con los dijuntos, pero, pues son cristianos y no queremos que nuestros hijos vaigan a amanecer así como estos chamacos.
—Sí, Margarita, sí, pero no diga eso, sea más comprensiva con el dolor de los familiares de…
—Sí, sí, vaya, vaya, pero pues mejor ocúpense de las inundaciones que si las aguas no amainan, nos va a llevar la jodida con la venta de flor este año.
La gente se quedó comentando lo sucedido. Las autoridades hacían lo que podían. Cada quien seguía con su vida como podía, en el campo, en la fábrica de plásticos y en la plaza pública. Los niños salían de la escuela e iban a darse una vuelta al monte. Los más grandes cuidan a los pequeños mientras gozaban de la vista que ofrecían las primeras mariposas que estaban llegando al lugar como cada año.
Las lluvias que cayeron en los días siguientes fueron señal de alarma. Cada día después de una tormenta diluviana era encontrado el cuerpo de algún hombre, joven, maduro o de la tercera edad. El periódico amarillista de la capital se enteró de lo que sucedía y los reporteros acudieron a entrevistar a todos los implicados, aunque aún ni se tenía siquiera un solo sospechoso. Las páginas del diario mostraron imágenes de los cuerpos encontrados.
Descarnados, carcomidos, casi podridos. Parecía que una fiera los hubiera atacado hasta dar su último aliento. En los que se reconocía el rostro aún se podía distinguir un gesto de terror, casi se podía ver la angustia en sus ojos antes de perder el último aliento.
Los niños no dejaron de ir a pasear al monte para ver a las mariposas que ya había llegado en gran cantidad. Les llamó la atención que de los árboles se desprendía cierto hedor, como cuando se pone a secar carne y tarda mucho que empieza a notarse la fetidez. Los árboles envueltos en el aleteo de las mariposas también presentaban unas vetas rojizas en sus cortezas. Había un árbol caído, las mariposas lo envolvían, alguien exclamó:
—Son mis vecinos Misael y Ángel, no son árboles. —Los gritos ahogados erizaron la piel de los niños que miraban sin dar crédito, pero con la curiosidad por delante. Antes de echar a correr de regreso al pueblo, se percataron de que las mariposas formaban nombres en cada árbol: Fátima Cecilia, Ingrid, Daphne, Campira, Abril…
Las mariposas vienen cada cuatro años al pueblo, los hombres temen por su vida, las mujeres agradecen por la justicia.
Licenciada en Historia por la UAEM. Docente por amor a no morir de hambre. Repostera por antojo. Padawan de la Literatura. Fan del cine y las series.
Es coautora del libro Laberintos. Seis escritoras mexicanas de minificción, además de participar en la antología de cuentos Mundos inventados publicada por la Escuela de Escritores Ricardo Garibay.
Su cuento Trinidad obtuvo un premio en la convocatoria Morelos 21: memoria y encuentro, mismo que fue publicado en una antología con el mismo nombre por parte del Gobierno del Estado.