Escuché un campaneo lejano que me hizo recordar cuando, siendo un niño, visitaba con frecuencia la iglesia de la mano de mi madre, y pude percibir por un momento de su olor: un suave aroma de galletas con canela.
Luego sentí frío, ¡Dios, estaba helado! Mis manos temblorosas buscaron la manta que siempre tenía a mi lado, pero lo único que conseguía era golpearme contra objetos duros a mi alrededor, ¡maldita oscuridad!, pensé ¿Dónde había quedado la lámpara? y, ¿de dónde venía ese ominoso murmullo? Me recompuse y decidí que tendría que pararme para encender la luz, pero, ¡qué carajo! ¡no pude mover las piernas! intenté de nuevo y… ¡Aggggggh! De acuerdo, lo acepté: ¡es otra condenada pesadilla! Luego intenté controlar el temblor involuntario de mis rodillas, para después aspirar y relajarme un poco, pero, el aire no alcanzó a llenar mis pulmones y entonces el sofocamiento me llevó a un espantoso vértigo en la pesada oscuridad que, en ese punto ya amenazaba con engullirme y reducirme a la nada. “Esto ya lo he vivido” , pensé tratando de calmarme, “Me quedaré quieto y respiraré muy despacio”.
Entonces caí en un sueño profundo, perdí la noción del tiempo y la pesadilla desapareció, simplemente sentía que flotaba y oscilaba, como si mi alma desprendida del cuerpo estuviera indecisa: si quedarse o marcharse, entonces la vi: diáfana y etérea, suspendida encima de mi humanidad, sentí cómo su mirada se clavó en mi cuerpo yacente, pero no pude descifrar si aquello era compasión o solo repugnancia. Le dije: “Déjame”, de cualquier forma, yo también sufría el hastío de su presencia, tal vez era el momento de decirnos adiós y yo no estaba dispuesto a suplicar, es más, me sentía demasiado agotado.
Abrí los ojos. Por fin todo había acabado, en un trance momentáneo vi como la dorada luz del atardecer bañaba dulcemente los árboles y las cúpulas de los templetes, que proyectaban sombras con formas caprichosas; respiré hondo muy hondo, mis pulmones henchidos estaban agradecidos, me levanté de un salto y me sacudí los malos recuerdos, entonces observé a la multitud apostada alrededor de las tumbas repletas todas de flores y cirios encendidos, cantando y rezando.
Reconocí la celebración y sentí un agujero en el estómago: “Seguro caí rendido durante la visita al panteón, y me abandonaron mientras dormía; a nadie le importó, ni siquiera a Martha que tanto dice que me cuida”. Inmerso en mis pensamientos caminé sin rumbo entre las pequeñas calles de aquel sitio. Al cabo de un rato las sombras se apoderaron del camposanto y la luz de los cirios cercenaban dolorosamente mis ojos.
No sabía a donde me dirigiría, no así mis pies, que caminaban sin tregua en una dirección concreta. Me topé con un grupo muy animado que cantaba acompañado de guitarras y violines y, entre lágrimas y risas se abrazaban con furor, mientras danzaban y bebían licor alrededor de una tumba. Con curiosidad me acerqué y sentí el calor de un ambiente cargado. Me detuve junto a una chica que permanecía callada, como ausente. De pronto, su mirada me encontró y su rostro resignado se transformó en una mueca horrible que desfiguraba sus jóvenes facciones, ¡sus ojos parecían querer salir de su cara, con tal de no ver los míos! Súbitamente mi mano voló y pescó su cuello, la sujeté ferozmente por la garganta, observé con horror cómo mi mano descarnada y ensangrentada arrastró a la joven detrás de una vieja rotonda, la arrojé en una fosa donde había cadáveres descuartizados de humanos y animales.
De un salto llegué hasta ella para tomarla por la cintura, entonces la acerqué a mi para oler su cabello. Violentamente ella se apartó de mí, negándose a contemplar por más tiempo la crueldad de mi rostro; entonces mi mano volvió a la carga, y yo inútilmente le ordené: “¡detente, maldita!”, pero ella hacía su voluntad. Sentía el pulso de la niña descontrolado entre mis falanges, que aflojé por un momento para ver cómo fluía el aire por su boca morada, pero cuando vi esas lágrimas tan gruesas rodando por su párvula mejilla sentí que el mundo era mío. Sabía que no podía prolongar por mucho tiempo más la experiencia, así que retomé mi empresa y esta vez mi mano apretó sin piedad hasta que sentí un leve desgarre y sus brazos y piernas dejaron de golpetear. La solté sin recato y volteé alrededor buscando testigos entrometidos.
Era como si tuviera dos conciencias: primero sentí una ola de indecente satisfacción, seguida de una violenta náusea que sacudió mi alma o lo que quedaba de ella. Sin dar crédito a lo sucedido salí de ahí conmocionado buscando alguna explicación.
“Otra estúpida pesadilla” , pensé mientras mis pies huían frenéticamente arrastrándome con ellos. Entré en un solar oscuro tratando de recuperarme y también para apartarme de la concurrencia, luego, mortalmente agotado me recargue en una lápida solitaria, entonces sentí una fuerte opresión en el pecho, provocándome un dolor profundo que se metía hasta la médula de mis huesos y, repentinamente, rompí a llorar, descontrolada y ruidosamente, esperando que alguien se apiadara y me despertara de aquel abominable delirio.
En cierto momento, sentí que me jalaban de la ropa, y al voltear me encontré con un rostro pequeño y angelical, era un niño de unos cinco años que sostenía una veladora en sus manos. “¿Tienes hambre?”, me preguntó con inocencia. Quise decirle “¡Si, tengo hambre y tengo frío, quiero ir a mi casa y dormir en paz!”. Pero en lugar de eso me levanté, lo subí a mis hombros y salí corriendo del páramo.
El chico gritaba como si lo estuvieran desollando, yo estaba espantado, solo de pensar que iba a suceder a continuación. Llegamos a un sitio alejado y silencioso donde no había ni arbustos, por fin mis pies se detuvieron frente a una tumba solitaria cuya lápida lucía aterrada y desgastada, tenía colgado un crucifijo al que le faltaba un brazo.
Bajé al niño sujetándolo con fuerza por el cuello, entonces con exasperación me acerqué para leer el epitafio: Luis Alférez, 1966-1993.
-¿Qué es esto? -Dije.
En la parte de abajo se encontraba casi como escondido un epígrafe que rezaba: “Aquí yace un monstruo”.
Solté el cuello del niño y lo miré desconcertado:
-Eres tú -me dijo.
-¿Por qué? -Le pregunté con voz casi inaudible.
-Hace 27 años mataste a tu hijo, luego te disparaste -dijo.
-¿Por qué? -Insistí, cayendo de rodillas.
-Tu hijo jugaba detrás de tu carro y al salir, no lo viste.
-Entonces, ¿no soy un monstruo? -lo increpé.
-Ahora lo eres -contestó desviando la mirada.
Caí en el suelo y con mis manos ahogué un grito infinito. Bruscamente sentí cómo la furia regresaba revitalizando mis sentidos y un calor abrasador, casi amoroso, envolvía mi pecho, ¡la sed de venganza me consumía y solo se apaciguaba produciendo dolor y muerte a mi alrededor.
Volví la cabeza buscando al desafortunado chico y entonces le dije:
-No debiste salir de casa, ¡no el Día de Muertos!
Y él me contestó:
-Hace 27 años cada Día de Muertos, salgo a buscarte.
-¡¿Quién eres?! -le pregunté conteniendo mi rabia con un esfuerzo sobrehumano.
-Papá, te perdono -dijo con su voz angelical.
El silencio se hizo eterno…
-Mi mamá también te perdonó hace muchos años.
Súbitamente vi un remolino gigante y negro en forma de cono que venía hacia mi, amenazante y a toda velocidad, cuya cresta blanca formaba un círculo que giraba y giraba ahora en torno mío, engullendo todo a su paso y conforme daba vueltas y vueltas con furiosa turbonada, se iba estrechando conmigo en medio, hasta que al fin fui devorado, metiéndome en el caos de su inmensa vorágine. Luego me sacudió salvajemente una y otra vez, y acabó por destrozarme sin pudor, dejando mis desdichados miembros sembrados en aquel lúgubre páramo.
No sé cuánto tiempo pasó, pero, de a poco comencé a recuperarme del desvanecimiento sufrido, abrí los ojos y, aún sofocado le pregunté:
-Y ella, tu mamá, ¿vive?
-No, también murió.
-¿Y ahora, qué? -me sentía mareado y dolorido.
Me ayudó a levantar y tomándome la mano me dijo: ven conmigo.
Amparo Ramírez (55 años). Nació en Agusacalientes, Ags. Carrera universitaria Lic. En Contaduría Pública. Especialización en Sistemas de Calidad. Empresaria.
Géneros literarios favoritos: Narrativa, poético y dramático
Escritora por distracción, escribo lo que sea, incluyendo temas de crecimiento humano y espiritual (no religioso).
Nadie sabe cómo viven los muertos. Buen giro. Like! 🌹
Uff, terrorífico. No dan ganas de ir al panteón. Y menos si es Día de Muertos.