MICROEPISODIOS ANTES DEL FIN, O QUE ALGUIEN ME DIGA QUÉ PASÓ

Cinco

Recuerdo bien que el estruendo me sacó del letargo.

–¡Qué diablos! ¿Los vecinos otra vez? –pensé–. Un día me van a matar de un susto justo antes de que se maten entre ellos.

Intenté acomodarme, ya faltaba poco. Hacía frío así que cerré los ojos, me autoabracé y me quedé muy muy quieta hasta sentir la calidez de mi cama, la suavidad de la almohada, incluso percibí cómo las microcápsulas que prolongan el olor del suavizante de marca propia que me prestó la vecina… la vecina… efectivamente se desprendían una a una y me inundó su aroma a “lluvia fresca”.

–Lluvia fresca, ¿cómo huele entonces una lluvia rancia?

¡Quién sabe!, yo y mis cosas, pero seguro olería muy parecido a la que comenzó a caer sobre mí, levantando todo tipo de aromas del piso. Sí, yo estaba justo ahí, sentada en la banqueta, de madrugada, como a dos metros de la puerta de mi casa, de “nuestra” casa.

­­–Nuestra… ¡Ay! ¿Otra vez? ¿Pues qué jijos hacen? Mátense si quieren, pero en silencio.

Sí, ese fue el segundo que escuché, aunque en ese momento lo que realmente me aturdía era el pensar que estaría dentro, plácidamente dormido, mientras yo me empapaba. ¿Sería capaz? Había luces encendidas. Ya solo faltaban cinco minutos, ¡cinco eternos minutos! para que llegara el cerrajero.

Cuatro

Le llamé 15 veces, ¡quince! Hasta que me convencí de que no iba a contestarme. Y ahora que lo pienso, hubiera sido peor que lo hiciera.

Estaba cansada, no tenía ganas de comer, ni de dormir… ni de existir. ¡Qué gracioso! La fila de preguntas entonces se hizo presente.

–¿Lo espero? ¿Y qué le voy a decir? ¿O me encierro?

Creo que el fin era inevitable para nosotros, y lo fue, pero ¿por qué así?, ¿por qué dejarme afuera? No lo entendía. Hubiera sido más fácil que tomara todas sus cosas y se largara, o eso hubiera hecho yo, hace mucho, bueno, ni tanto; en realidad fue después de mudarnos aquí que todo cambió.

Es gracioso recordar mis eternas disertaciones, pero no debo perder el foco; recuerdo que estas últimas ideas fueron interrumpidas por el grito más profundo que yo haya escuchado. Si las tripas gritaran, seguro lo harían así, y probablemente habían sido las mías porque hubiera jurado que escuché mi nombre, pero estaba tan cansada, tan confundida, y para ese punto tan asustada, que opté rápidamente por encerrarme.

Me quité los zapatos y con la ropa aún húmeda me metí bajo las cobijas, que por cierto ya no olían a lluvia fresca sino como a tierra mojada. El reloj marcaba las cuatro de la mañana, las cuatro… Demasiado para un día. Me quedé dormida casi de inmediato. No debí haberlo hecho. No recuerdo nada más.

Tres

–Sí, perdone, estaba dormida… creo que sí, anoche escuché algunos ruidos pero nada nuevo, esos vecinos son un poco raros y escandalosos ¿sabe?

Eso fue lo que le contesté inocentemente y aún bostezando, al policía que se pegó al timbre de la casa. Lo recuerdo bien.

Aunque debí haberle dicho que en realidad lo que escuché fueron ruidos muy raros, estruendos, gritos… Claro que eso implicaba que se enterara que me dejaron afuera, y eso no era de su incumbencia, o peor aún, qué hubiera pasado si le decía que escuché mi nombre. Así que preferí hacer de cuenta que nada pasó, que lo imaginé, como cuando no pasa que lloras, cuando no pasa que alguien se va, o cuando no pasa que alguien muere, que jamás vas a volverlo a ver; no, esas cosas es mejor que no pasen.

El policía se percató de mi poco disimulada distracción y trató de llamar mi atención de inmediato relatándome, así de sopetón, cosas horrendas. Lo logró sin duda.

–¿Cómo? ¿Qué dice que pasó? ¿¡fueron tres!? ¡Qué horror!, pero no, no recuerdo otra cosa, sabe, la memoria no es mi fuerte.

¡Pero qué fácil se inventa uno cualidades!, y qué fácil es deshacerse de ellas.

Dos

Ni siquiera fui a trabajar, preferí decidir qué iba a hacer con mi vida… ¡ja!, como si de mí dependiera… bueno por eso y porque la zona estaba acordonada así que era mejor no asomar la nariz por algunas horas. Comencé entonces la revisión exhaustiva, estaban todas sus cosas excepto lo que traía puesto en la mañana, mezclilla y su horrible camisa de rayas negras y amarillas, como de abeja, y por si no fuera suficiente, los calcetines en perfecta armonía, así que no había nada que indicara que se iba a ir o que me iba a echar, y por más que peleáramos, siempre regresaba a dormir, en la sala seguramente, pero regresaba.

Después volví a los vecinos, los exvecinos, mejor dicho, que según el policía, ahora sí se habían matado entre ellos, bueno entre ellos y un invitado, lo cual era raro porque yo nunca había visto que llegaran visitas, y en realidad no es que me importara, pero el chisme es el chisme y además me sacaba de mi estado confundido-depresivo; me distraía lo suficiente como para no enloquecer tratando de entender en dónde diablos estaba y por qué no llegaba.

Llegó el Semefo, salieron con los dos primeros cuerpos, dos. ¿Y el tercero?

Uno

Siempre me reí de las chismosas de las ventanas, se me hacían personas con una vida tan insignificante, ¡ah! pero cómo estaba disfrutando ser una de ellas, será por lo mismo, y ahí estaba yo, medio escondida tras de las cortinas para tener algunas primicias que no tenía ni a quién decírselas pero que me hacían sentir importante. Ya salían con el tercer cuerpo.

–¿Quién sería?, ¿por qué estaría ahí?, parece un hombre… ¿acaso se les acabaron las sábanas largas? Al pobre lo traen medio destapado y además ¡le falta un zapato!… Esos zapatos… ¡los calcetines de abeja!, ¡qué chingados hacías ahí y por qué te mataron?

Eso fue lo último que dije, literalmente lo último. Intenté levantarme del sillón pero no pude, me dolía el pecho, me costaba trabajo respirar, se me nubló la vista y no supe más. Bastó un susto, uno, el único que no esperaba.

¿Qué pasó? Nunca lo supe. No sé qué hacía él ahí, no sé por qué cambio la chapa… la chapa… ¡la chapa!, a ver, regresemos. El cerrajero nunca mencionó que la hubieran cambiado, esa era mi teoría, mía, él sólo dijo “listo señorita”, ¿y si simplemente se atoró y por eso no pude entrar?

Tal vez ni siquiera iba a dejarme, tal vez solo fue a quejarse del escándalo y resulta que estaban drogados… o si él estaba con ella, ¡con la vecina! ¡y los cacharon! O a lo mejor viví todos estos meses con un psicópata asesino de parejas y nunca lo supe.

Sí, las posibilidades de lo que no vemos son infinitas; y no, cuando uno se muere no se entera de los misterios de la vida, ni confirmas tus teorías acerca de Dios o de los hombres; por aquí no existe nada llamado verdad. Sólo estás, no sé por cuánto tiempo, a lo mejor seguiré aquí hasta que alguien se dé cuenta que mi cuerpo sin vida está tirado junto al sillón, a lo mejor estoy destinada a ser el fantasma que vengue su muerte. No lo sé, por eso me entretengo repasando mis últimas horas. ¿Alguien me puede decir que chingados pasa mientras se existe?

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