Martes 20 de mayo

Parece que los martes es cuando realmente inicia la semana, cuando empiezo a ser persona y me acerco un poco a mí mientras me alejo de los demás.

Sólo hablo de mi. Soy la única persona que conozco. Soy la única persona en la que confío y la única que no me ha fallado hasta el momento.

Por las noches los secretos de mi vida anterior me atormentan, en esa mancha negra donde suelo dormir y es brevemente interrumpida por los fowuitos indiscretos de los aparatos electrónicos, sus ruidos, sus susurros y su musicalidad estática.

Recuerdo las peleas a golpes. Recuerdo irme en medio de la noche. Recuerdo la llamada donde yo no era nadie y eso que tenía el mismo rol en ese sistema ¿cuál? El que sea.

Dormir es desear la vida y también la muerte más veces que respirar, es la soledad tan plana y dolorosa porque soy una pieza extra en una caja incierta, en una caja monstruosa, es como llevar de atuendo un ataúd mientras me urgo la nariz en este calor inmundo.

Subo la voz. Tengo que hablar sin remedio, escuchar por necesidad y juzgar lo que dicen es “música”. No sé, entre tanto desperdicio y deseorden sólo quiero que pasen los próximos quince minutos.

Hoy no voy a volver a rezar, ni a consagrar nada. Está decidido. La fe es de otros y prefiero que me eche el psicólogo de su consultorio antes de volver a leer mecánicamente el salmo. No es mi fe. No es mi dios, ni mi identidad.

Hoy sólo es un martes de terapia donde no seré capaz de permitir una vulneración más a mi voluntad, así sean “bendiciones bienintencionadas”.

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