Mariposa azul

Lisandría, la mariposa buscadora de almas, criatura adornada con brillantes tonos de azul y plata; tiene alas como zafiros relucientes que captan el resplandor de la luna y lo reflejan en dos flameantes círculos que asemejan ojos acechantes en la oscuridad.

Leyenda tlahuica

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Cuando mi madre era pequeña tuvo constantes episodios de terrores nocturnos de los que no podía distinguir la realidad de sus pesadillas.

Esa condición se agravó con el tiempo provocándole ansiedad que debía aminorar con medicación, sin embargo, nunca sanó. Su parasomnia la hizo caer en una especie de coma.

Mi abuela decía que ambas compartían un miedo exagerado a los insectos voladores. En el lecho de muerte la anciana perdía lucidez a cada minuto, así que pudimos acceder a tiempo a su tarjeta de recuerdos con su autorización.

Me di a la tarea de indagar en el almacenamiento virtual que no estaba restringido y encontré un registro de hacía 20 años, que sirvió de antecedente para su tratamiento psiquiátrico, por alguna razón ella no estableció candados en él.

Dalia Farfán, agosto de 2024

Odio la obsolescencia, ese monstruo que hace consumir artefactos por períodos cortos y luego desecharlos al volverse imposibles de optimizar. Pero yo me resistí, reutilicé lo más que pude.

Hace varios años mi laptop era un modelo novedoso, ahora es un simple editor de textos y reproductor de música al que no se le puede actualizar un carajo. Una memoria USB es el medio de enlace con la modernidad.

Al querer hacer un respaldo de la biblioteca de música, me di cuenta que había una carpeta con varias grabaciones de voz. Me moría de curiosidad.

Abrí los archivos, vi que eran una sincronización con el teléfono móvil de hace al menos, quince años.

Apenas escuché esa vocecita, las lágrimas me brotaron sin parar, era Lourdes bebé, mi Luli. Se detuvo el tiempo al evocar su carita regordeta, me fascinaba ver que se sorprendía al escucharse a sí misma.

—Ñiña mamá, ñiña.

—Eres tú, nena.

—Canta mamá.

—La mariposa vuela feliz, viene y se posa en tu nariz.

—Nadiposa, nadiposa ne nadiz —y soltaba esa carcajada capaz de derretirme cada vez que tocaba su naricita chata.

—Mamá, ñiña, ñiña, ñiña.

—Eres tú, es Luli.

—¿Edes tú, mamá?

—Es tu voz, cielo, eres tú.

La maternidad suele cegar, lo que creía reconocimiento de sí misma, en realidad era un intento de comunicarse conmigo.

En todas las grabaciones había algo que tenía que ver con “la ñiña”.

Luli fue una bebé muy tranquila, casi nunca lloraba, ni siquiera cuando la pasamos a su propio cuarto por recomendación de su pediatra.

Los primeros meses utilizamos un monitor para escucharla. Yo subía el volumen a tope porque mi ansiedad me pedía oírla respirar.

Así era al principio, luego, con el tiempo me perdía en sueños profundos de los que solo despertaba si acaso lloraba o cuando la oía reír después de “nadiposa sul, nadiposa sul, nadiz”

Escuché todas las grabaciones, busqué la canción completa cantada por mí.

¿Qué era sul? ¿Azul?, yo no le enseñé eso, entonces.

Los archivos tenían fecha entre su primer y segundo año, al último ya se podía escuchar una evidente evolución del lenguaje.

Creí que seguía refiriéndose a ella misma como “la niña”, contaba del uno al cinco de corrido, luego en el ocho se desesperaba, me pareció escuchar que yo le decía la respuesta. Me puse los audífonos, ¡era una voz infantil distorsionada!

Cargué ese audio a mi teléfono y lo reproduje una y otra vez para estar segura.

Un impulso me hizo ir a la habitación de Lourdes, nunca la remodelé, aún estaba pintada de violeta con la cenefa de dinosaurios rosas. A los cuatro años la cambiamos de cuarto, porque ella así lo pidió, insistía en que “nadiposa azúl ojos lumbe” la llamaba.

Hice a un lado el mueble que ocupaba el lugar de su cuna, examiné la pared y el techo, no encontré nada raro. ¿De dónde pudo haber sacado lo de la mariposa azul?

Subí el volumen del teléfono, la voz de Luli decía los números de manera mecánica, se detuvo en el siete… ¡alguien susurró los números que faltaban!… “ocho, nueve, diez”.

La puerta se azotó; corrí, estaba tan nerviosa que olvidé para dónde se abría, miré de reojo la ventana, porque algo se pegó a ella por fuera.

Había una gran mariposa azul, era fascinante sobre todo esos dos puntos flameantes en las alas que parecían ojos, no podía dejar de mirarlos.

Una voz gutural coreaba “ y se posa en tu nariz” forzando después una carcajada infantil.

2

Reproducir las conversaciones de mi abuela con mi madre no fue tan impactante como la voz macabra en las grabaciones. Simplemente no podía sacarla de mi cabeza.

Tuve que recurrir a terapia por medio de un chip inhibidor de recuerdos, pero después de varias sesiones de acondicionamiento, no pude lograrlo.

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La figura fantasmal que atormentó a mi familia había burlado el espacio-tiempo.

Solo bastó con tener acceso al audio una sola vez para materializar aquél demonio azul con ojos de fuego que se me aparecía por las noches.

Mi caso fue considerado como un fallo en el neuroprocesador injertado, que escaló en complejidad hasta convertirse en un virus que llamaron Lisandría.0 por una antigua leyenda.

Aquél troyano se replicó en todas las personas con un nanochip como el mío, causando un daño cerebral irreversible.

2 comentarios

    1. Hola Soph, gracias por leerlo. Un abrazo

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