Los pinos

Estábamos sentados espalda con espalda. Tu cansancio era evidente porque te quedaste dormido enseguida. No quise moverme para dejar que recuperaras fuerzas, pues aún nos faltaba regresar.

Sin querer, sincronizamos la respiración; no recuerdo haber percibido tanta paz en ti, como cuando eras pequeño.

Comencé a jugar con la hierba que tenía a la mano, vi unas flores moradas que parecían formar un círculo alrededor de nosotros.  A nivel del suelo, en total quietud, la vida minúscula y reptante sigue, aunque nos crucemos en su camino.

Enfrente hay un puñado de árboles nuevos que van creciendo bajo la sombra de quien esparciera sus semillas, aparentemente desperdigadas por el capricho del azar.

Levanto la vista para ver lo alto que es este viejo pino, ¿cuántos años lleva como testigo mudo de una existencia que nada tiene que ver contigo y conmigo? No hay senderos cerca, pero algún objeto olvidado por el tiempo como la taparrosca de alguna botella, me dice que él es visitado de vez en cuando, como un refugio para el sol.

Su tronco torcido, está roído en distintos lugares. Hay vestigios a sus pies de algún tipo de plaga que lo consume por dentro. Entonces distingo pequeños puntos azules que le cubren como una manta que expande sus hilos mientras lo devora. En la corteza se pueden ver capas de lágrimas de resina que van resbalando sin prisa, como quien posterga el sufrimiento, pero, en un tiempo que es ajeno al de los humanos.

Las ramas más altas están secándose, parecen el cabello cano de un noble anciano; una brisa ligera las mueve y el follaje estéril llega hasta donde estamos nosotros, afilado por la caída, en lluvia de pequeños alfileres.

Me estiro un poco, alcanzo tu mano, hay una hormiga encima y la hago desaparecer con la catapulta de mi índice y pulgar, pues no quiero que te muerda. Después acaricio con mis yemas la superficie de tus dedos. Tus manos ya son las de un hombre, y con más razón porque las venas saltan por la presión que ejerce tu cuerpo al recargarse en ellas. ¿Cuándo te convertiste en este extraño?

Quisiera decirte lo bastante que voy a echar de menos tu escandalosa existencia en el hogar, pero hemos vivido ese duelo desde hace unos meses y seguro ya lo sabes. Nos acabamos de graduar en el arte de la paciencia; yo, con tu espíritu impetuoso y tú, con mi parsimonia. Tú, con gustos excéntricos, la manera de vestir que incomoda a más de uno, nunca a mí. Yo, con la risa que estalla de repente y que siempre te hace pasar vergüenza en público, así como los bailes de triunfo en los que me esmero para hacerlos tan absurdos que te ruborices. Tú y la manía de poner las bocinas a alto volumen porque nunca has entendido mis gustos. ¿Tenemos siquiera una canción favorita, en común? No, no lo creo.

¿Y ahora quién se va a encargar de ponerme al tanto de los temas de moda, de las convenciones de personajes japoneses, las nuevas tecnologías y las tendencias lingüísticas en redes sociales?

En unos días te irás tan lejos, que ahora mismo quisiera plantar tus raíces aquí conmigo, para mecernos con el viento, escuchar la lluvia y contar estrellas.

Después, cuando la tierra me reclame, puedas expandirte tanto que ocupes mi propio espacio.

Hijo mío, soy el reflejo de este ancestral árbol, pero eso no lo sabrás hasta que la última de mis varas, desnuda ante la tempestad, se quiebre para dejar que tus ramas se expandan al encontrar el brillo de nuevos horizontes.

… Despierta muchacho, las nubes de lluvia ciernen oscuridad y aún nos falta un buen trecho por recorrer, será la última vez que escuche tus pasos junto a los míos sobre la hierba.

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