Los demonios camuflados del 68

A sus escasos 17 años, Bernardino presenció la muerte por primera vez. Gritos desgarradores y confusión llenaban el ambiente; el poder se imponía con un silencio absoluto en las calles. “Demasiados locos era lo que se veía”, recuerda.

El 2 de octubre de 1968, una fecha que marcaría su vida para siempre, ocurrió la matanza de Tlatelolco. Este evento no solo cambió su estancia en el ejército mexicano, sino que también lo dejó con traumas que lo atormentan hasta hoy. En la Plaza de las Tres Culturas, entre el caos y el sonido ensordecedor de los disparos, la sangre de inocentes cubría sus botas. Bernardino no podía hacer más que observar cómo los demonios, camuflados entre soldados, arrebataban almas. Por primera vez, sintió miedo.

Bernardino era apenas un joven jugando a ser adulto. No estaba preparado para la vida militar, pero aquel 2 de octubre lo obligó a despertar. Aunque soñaba con sacar adelante a su familia, ese sueño tuvo un costo alto. Hijo de campesinos de nariz ancha, ojos cafés y baja estatura para su edad, siempre había encontrado maneras de ganar dinero. Sin embargo, decidió viajar a la Ciudad de México y enlistarse en el ejército. En 1968, se unió al batallón de fusileros paracaidistas, donde enfrentó abuso psicológico constante, ya que muchos lo consideraban un niño por su juventud y baja estatura.

A pesar de las burlas, Bernardino demostró ser un gran peleador. Resulto ser un gran peleador y no un “Maricon” como se le decía en esos tiempos a lo cobardes que no peleaban para ganarse el respeto, Sin embargo, al notar su valentía, el mayor Palmerin y el General Fulmon Cabrera, no dudaron en darle una oportunidad al “chamaco”. Silencio absoluto es lo que se manejaba en el ejército,  “sobresale el más cabrón”, el que no tiene miedo, y si lo tienes, ahí te lo quitan, “el gobierno siempre fue una porquería”, pero sinceramente a él nunca le importó, Bernardino solo buscaba una oportunidad para ayudar a su familia y con ello salir adelante, sin embargo el miedo que se vive al quitar una vida no te da esa satisfacción personal de haber hecho lo correcto, te causa traumas y con ello tú misma destrucción, “Muchos pendejos abandonaban el ejército; no aguantaban los golpes ni la disciplina”. Aunque el 68 lo hizo más fuerte, también dejó marcas imborrables.

Recuerda que las víctimas de aquel día no solo eran estudiantes, sino también ancianos, mujeres y niños. Una tarde tranquila en la Plaza de las Tres Culturas se transformó en un escenario de horror debido al movimiento estudiantil y la represión militar. En el ejército, las órdenes eran claras y absolutas, sin explicaciones ni contexto. Bernardino estaba en el Campo Militar No. 1 cuando comenzó a percibir un ambiente extraño. Se hablaba de un posible golpe de Estado o un ataque inminente aquel 2 de octubre.

Había escuchado rumores similares de la “Changa”, como solían llamar al expresidente Díaz Ordaz. Bernardino se preparó, ajustando su equipo, y salió a las calles de la Ciudad de México. Todo parecía normal, salvo por los estudiantes que corrían con un fervor liberal que él describía como “estúpido y sin sentido”. Para él, buscaban respeto en un sistema que nunca lo otorgaría. Bernardino veía al gobierno de Díaz Ordaz como una mafia más que como una dictadura, un régimen conservador y censurador.

“Aquel día deje de ser un niño, presencié como a un hombre le volaban los sesos, a una mujer desecha y a niños con disparos en la cabeza, además de estudiantes heridos y otros muertos, se reflejaba el mismísimo infierno, el escuadrón Olimpia te podría decir que eran militares pero en realidad no los conocía, hay cosas que no te dicen, pero hay mucho que es realidad”, dijo. A él poco le importaba, solo le dieron ordenes de dispersar, pero por el miedo prefirió disparar a las ventanas. “El quitar una vida atormenta lo que queda de la tuya” agregó, sin embargo, el trabajo se tenía que hacer. Vio a muchos de sus amigos disparar a las personas, entre ellas se escuchaban gritos desgarradores y llantos que penetraban el alma, no podías hacer nada, “Culeros hay en el ejército, se entrenan  demonios”, para él y sus compañeros las órdenes eran lo más importante, ya que si las cumplías el castigado serías tú “puedo estar tranquilo ya que he quitado vidas, pero nunca de estudiantes , mujeres y niños”, la valentía no te hace hombre, pero si te da medallas y reconocimientos por un trabajo de asesino camuflado.

Actualmente Bernardino  vive tranquilo, ya con algunas canas y arrugas en su cara, se le nota esa mirada retadora y dominante, que refleja una vida riesgosa y con miedo, por fuera se nota un hombre de la tercera edad fuerte, pero por dentro sufre, con mano dura educó a sus nietos y con valores de una verdadera hombría les hace saber si sirven o no para la vida, todas las noches y tardes ve la televisión para distraer su mente por un instante, el no poder llorar lo vuelve peor, la salud y el dinero no es el problema, pero si esa constante lucha por ser el mejor. “No importa que tan fuerte seas, la vida siempre te tumba, solo tú sabrás si eres lo suficientemente chingón para levantarte, tal vez te quedes solo, pero así siempre será”.

Bernandino finaliza la conversación con un comentario:

“Todo lo hice por el bien de mi familia. No me arrepiento de nada”.

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