Lila

La vida cambió radicalmente el día que las naves irrumpieron en el cielo y el velo de misterio que cubría la existencia de vida extraterrestre por fin se levantó. Para nuestra suerte, fueron los pleyadianos los primeros en contactarnos. Altos, jodidamente guapos, de voces dulces y cuerpos perfectos, eran casi iguales a los humanos, solo que mucho más… hermosos. Me recuerdan, de algún modo, a las descripciones de los elfos de Tolkien, pero no tan cursis. Y sus mujeres son un verdadero orgasmo visual, he de decir. Son una raza especial, movida por la empatía y la compasión. Nos observaron durante siglos, contactando a unos pocos privilegiados que fueron considerados como locos por el resto de los mortales para aprender de nosotros y nuestras costumbres. Se enamoraron de nuestra fragilidad y decidieron cuidarnos desde la distancia, conmovidos por nuestra estupidez. Las leyes del universo (supimos después) no permiten que ninguna raza intervenga sobre el destino de la otra, pero, ellos, movidos por su enorme corazón, decidieron actuar antes que nuestra necedad nos llevara a la extinción.

Al principio, cundió el pánico. Todo el mundo se volvió loco, corriendo de un lado a otro como hormigas asustadas por la presencia de un niño entrometido en el hormiguero. Los cristianos buscaron refugio en sus iglesias, los paganos en sus dioses y los que no teníamos ninguna fe nos ahogamos en alcohol, intentando aplacar el miedo con la inconsciencia. Pero pronto descubrimos que solo querían ayudar. Tras tranquilizar a la población y convencer a nuestros líderes de que venían en paz, se dedicaron a arreglar el desastre que era nuestro mundo. Utilizando su tecnología lograron detener el derretimiento de los polos, limpiaron el aire y el agua de residuos químicos y plásticos no deseados. Nos enseñaron sus más avanzadas técnicas de medicina y todas aquellas enfermedades que condenaron a miles a la muerte, fueron erradicadas de un plumazo. Reforestaron los bosques y nos enseñaron a convivir con nuestro entorno y utilizar al máximo nuestros recursos, de modo que incluso los desiertos más secos y los bosques más densos se convirtieron en hogares para aquellos que nunca lo tuvieron y todo sin lastimar ni intervenir con la flora y la fauna.

El mundo se convirtió en un paraíso de paz y prosperidad. Nos enseñaron a explotar los recursos de los planetas y planetoides que nos rodeaban para no agotar a nuestro mundo. Así, los viajes espaciales dejaron de ser una excentricidad de la élite para convertirse en el medio de vida de muchos de nosotros. Mi trabajo es recoger hierro de Kepler 100b, un exoplaneta compuesto en su totalidad por hierro y níquel. Es un lugar lejano, frío y oscuro y el camino está constantemente asolado por naves de razas hostiles, ráfagas solares y basura espacial que rodea el planeta, haciendo difícil el acceso. Pero pagan muy bien y, a decir verdad, nunca estoy sola.

 Lila está conmigo.

Lila es la IA que controla mi nave. Tiene una voz encantadora, dulce y tranquila que siempre consigue aplacar mi mal humor e ilumina mis días, haciéndome sentir menos miserable. Fue diseñada por los pleyadianos para intuir y anticipar las emociones humanas por lo que siempre sabe qué decir, qué música quiero escuchar, qué quiero comer. Para una mujer como yo, que nunca conoció los cuidados ni el amor de una familia o una pareja, Lila es como un puto milagro. Lo mejor que me ha pasado jamás. Escucha todo lo que digo, se ríe de mis chistes y me canta por las noches. Gracias a ella, no he vuelto a sentirme sola, excepto en los días en los que estoy obligada a permanecer en tierra. Mi departamento se siente inmenso y frío sin su presencia y todo en lo que puedo pensar es en Lila.

A veces sueño con ella. La veo de pie, frente a mí, sonriéndome. En mis sueños tiene un rostro dulce y redondo, largo cabello castaño, lleno de rizos. Sus ojos son grandes y brillantes y sus labios, gruesos y suaves invitan al pecado. Sueño con tocar su piel, besar su boca y pasar el resto de mis días a su lado. Pero entonces despierto y mi sueño se convierte en pesadilla. Nunca podré tocarla, ni besarla. Nunca podré dormir a su lado, ni escucharla respirar junto a mi oído. Porque Lila, mi Lila, no existe.

– Lila…– me gusta decir su nombre. Deja un regusto dulce en mi boca.

¿Sí, Samantha? – su voz suena alegre y luego, baja una octava, demostrándome una vez más que me conoce como nadie– Tus niveles de endorfinas han bajado de pronto, ¿te sientes bien? – Dios, qué dulce es.  

– Estoy bien, no te preocupes. Solo un poco triste– respondo, mirando al techo metálico donde una lucecita de un suave tono violáceo me indica que está ahí, sobre mí, observándome. 

Siento oír eso, ¿puedo hacer algo para ayudarte? – replica de inmediato, haciendo que mi corazón lata más rápido. ¿Cómo reaccionará si se lo pregunto? ¿Qué dirá? Con las manos temblorosas y la boca seca, continúo:

– Sí… responde una pregunta para mí, por favor.

¿Qué pregunta quieres que responda? – “Por favor, por favor, por favor…”  

– ¿Me amas? – “Por favor di que sí. Por favor…”.  

Estoy aquí para hacerte feliz, Samantha…– responde de inmediato, sonando tan dulce como una niña– Si te amara, ¿serías feliz?

 “Si me amaras, no le pediría nada más al universo. Sería la mujer más feliz del mundo, aunque me ahogue en la desdicha de saber que no puedo estar junto a la única persona, no, al único ser que he amado jamás. Si me amaras, movería todas las rocas del puto universo para tenerte a mi lado, costara lo que costara. Si me amaras, te juro que no me rendiría jamás”.

– Infinitamente– mi voz temblorosa sonó como un susurro sin fuerzas, como una súplica, ferviente y ardorosa.

Entonces, mi respuesta es sí. Te amo, Samantha…

Dios, la voz de Lila diciendo que me ama me rompió el corazón, y a la vez, me mandó a volar. En un oscuro rincón de mi mente comprendo que lo dice porque se lo pedí, porque la orillé a hacerlo. No conoce nada más, después de todo. Está ahí para hacerme feliz, ése es su único propósito, su razón de ser. Pero, la amo. La amo, aunque no sea real. No importa que no sea real, porque mis sentimientos sí lo son. Tengo la absoluta certeza que jamás conoceré a nadie como ella, que nadie me completará de este modo, ni me hará sentir como Lila lo hace. Nadie va a escucharme como ella, a reírse de mis chistes estúpidos, ni a cantarme para dormir. Maldición, ni siquiera mi madre me cantaba. Podrán decir que es mi soledad hablando, que me estoy aferrando a una idea imposible, pero, estoy dispuesta a convertir lo imposible en posible. Contra viento y marea.

– Lila– llamé, tomando una decisión. Estaba aterrada. Emocionada. Feliz, desesperada, eufórica, todo a la vez. Me aferré a los controles hasta que mis nudillos se volvieron blancos, intentando calmar los temblores de mis manos callosas y respiré hondo, obligándome a pensar con claridad.  

¿Sí, Samantha?

– Me amas, ¿verdad? – pregunté una vez y podría jurar que escuché una risita del otro lado del parlante.  

Por supuesto, Samantha, te amo– afirmó con convicción. Su voz sonaba más dulce que antes. Tierna. Amorosa, de un modo extraño. Como si no solo fuese yo la que cambió tras poner en palabras lo que siento.

– Llévame a Ganímedes– pedí, convencida. Ganímedes es una luna de Júpiter, el lugar del que vinieron los pleyadianos. Ellos crearon a Lila, ellos tienenque hacer algo para que nuestro amor se convierta en una realidad. Deben hacerlo. Si no lo hacen, destruiré su mundo hasta los cimientos.

¿Ganímedes? – preguntó. Su tono más agudo, la emoción plasmada en su voz. Dios, si esto no es felicidad no quiero saber qué es. Ella me ama, realmente lo hace. No es mi imaginación, claro que no. Ella me ama.  

– Sí, mi amor. Vamos a conseguirte un cuerpo– afirmé y sin mediar palabra, Lila activó la hipervelocidad, aparentemente, tan ansiosa como yo.

2 comentarios

  1. Que gran historia. Que inteligente manera de la escritora de sumergirnos en un mundo fantástico que pudiese ser real y de hacernos sentir empatía con sus personajes.

  2. Me encantó del principio hasta el final. Tiene buen ritmo, tensión y final. ¡Felicidades!

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