Las horas de Horacio

Resulta que me encuentro con mi amigo el Horacio, quien por cierto anda diciendo siempre que le hace honor a su nombre, porque vigila el transcurrir de las horas. En fin, a mí me parece medio sangrón a veces con estas ocurrencias, pero es mi amigo y lo quiero bien. El caso es que lo veo en un sitio del centro para platicar, el ritual corre siempre igual, caminamos para comprar baratijas y un montón de chivas que no necesita pero como están a buen precio las compra sin chistar y lo hace por medias docenas y luego se dedica a dizque venderlas entre familiares que le dan el avión y nunca le acaban de pagar; en una ocasión compro cien botellas de jugo de uva buenísimo y luego ya nadie quería tomarse el dichoso néctar, pues resultó ser una vil y descarada agua de jamaica fermentada, hecha con agua de lluvia, porque sabía a rayos.

Y así las cosas, después de la travesía me confiesa que se sentía fatal, porque andaba saliendo con una mujer en crisis matrimonial, de la cual se estaba enamorando y que no hacía otra cosa que babear cada vez que se veían para comer, de 2 a 5, porque la dulce Sofía, que así se llamaba, salía corriendo hacia su casa, donde sus hijos la esperaban, pero, ¡y cómo no!, estaba rebueno su relato, mientras nos despachábamos unos tacos de bistec con longaniza y nopales, bien buenos. Me enterneció hasta las lágrimas, pues el habanero al que acababa de asestarle tremenda mordida me produjo tal llanto y moqueo que Horacio me abrazó para consolarme, pero le aclaré rápidamente que con un vaso de agua grande se me pasaría.

El amor asomaba por sus dos inmensos ojos negros.

—Esto que me pasa es un dilema —me decía—, sin embargo, ella no está de acuerdo con nuestra relación, porque aún seguía casada, pero no deja de buscarme.

Tú que estás afuera de esta situación, tal vez podrías darle luz a mi oscura realidad.

De repente, cuando se percató de que mis lágrimas se debían a la enchilada que me acaba de dar, se ofendió de tal manera que se levantó de golpe, sin probar bocado, exclamando:

—No tienes perdón de Dios, solo piensas en la tragadera —y se largó.

Desde aquel día no volví a encontrarlo, pero dicen que lo vieron con Sofía, que pusieron un puesto de baratijas y chucherías en La Lagunilla, mientras que yo lo recuerdo cada vez que muerdo un chile habanero y las lágrimas me hacen pensar en el caprichoso juego del destino, pues al perder un amigo él ganó una mujer y yo ahorrarme aquellas caminatas de judío errante.

3 comentarios

  1. Muy buen trabajo me gusta mucho, lástima que no separaron esas dos historias….
    Realmente leyéndolo con cuidado se entiende que son dos historias.. creo que sería interesante tener más cuidado en la redacción de los trabajos

  2. No acostumbro leer, sin embargo logro atraer mi atención hasta el termino de tan agradable relato. Mis felicitaciones al Lic Leopoldo Barrera.

  3. Es un cuento con una trama bien estructurada, sus atmósferas ubican con facilidad al lector y sus personajes están bien delineados. El conflicto y el desenlace están acentuados con la tensión que la autora le imprime al relato.

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