La niña Encarnación

Para Nicole

La pequeña Encarnación tiene ocho años y más de cuatro de ellos, postrada en una silla de ruedas. Tuvo una meningitis aguda, que hizo que sus extremidades inferiores no se desarrollaran adecuadamente. No tenía fuerzas ni para mantenerse en pie. Ella es una muñequita de cabellos rizados y blanca piel. Su carita es alegre y su voz suave. 

Quirino es el hijo de Eulalia, quien desde hace muchísimos años trabaja en la casa, haciendo labores de limpieza y cocinando. Él tiene nueve años, aunque aparenta menos por ser bajo de estatura y delgado. Es moreno, sonriente y trabajador. Él se ha criado en casa de los Almazán, así que no conoce más allá de esas fronteras. El padre, por cuestiones de trabajo está siempre ausente. La madre también sale con frecuencia y deja a la niña al cuidado de Eulalia y su hijo.

La casa es grande y fresca, está situada muy cerca de una barranca, verde y agreste. La rodean árboles frutales y plantas de ornato que Eulalia cuida con esmero. Quirino le ayuda en todas las labores de la casa, pero especialmente en la atención a la niña Encarnación, ya que, por su edad, es el compañero perfecto para la pequeña. Cuando no está ayudando a su madre, Quirino pasa largos ratos en la huerta sentado en una sillita de palma, junto a la silla de ruedas de Encarnación. Él es un chico muy inteligente: sabe leer y escribir, y hasta hacer cuentas. Por las tardes la niña de la casa le pide que le lea partes de su libro favorito: “El tesoro de la juventud”. Quirino se sienta y de buena gana le lee pequeños cuentos, narraciones y leyendas.

Otras veces solo platican e inventan juegos simples. Encarnación tiene muchas muñecas y a veces elige alguna para llevarla consigo todo el día. Quirino tiene un balero y una pelota de goma, son sus únicas pertenencias y, por ende, muy apreciadas. La niña Encarnación tiene una gran imaginación y le da por inventar historias que cuenta por las tardes a Quirino. Él escucha embelesado, sin perder detalle. Ella, consciente de eso, a veces busca historias fantásticas o de terror que lo sorprendan. A Quirino le dan miedo esas narraciones, pero ella insiste en esperar a que la tarde empiece a caer, para narrarle sobre monstruos y apariciones, provocándole sufrimiento. Ella es la patrona y Quirino no puede dejarla ahí sola, así que tiene que escuchar sus historias, aunque se retuerza en la silla.

La niña Encarnación está consentida por ser hija única, pero también por su difícil condición. Ella mira desde su silla a Quirino en su ir y venir, ayudando a su madre a regar las plantas, barrer el patio, llevar la ropa recién planchada a la recámara de la señora y a un sinfín de tareas más. Sus únicos ratos libres, cuando no está acompañando a Encarnación, se da el gusto de jugar al balero en el patio polvoso de atrás de la casa. Disfruta haciendo muchas suertes. Es bueno y aunque el barril es un poco grande para sus pequeñas manos, lo hace volar, dar vueltas, capiruchos y más. La pequeña llega hasta el patio trasero haciendo girar las llantas de su silla, con sus propias manos, lentamente. Lo ve desde lejos, jugando entusiasmado, realizando toda clase de suertes. Aunque no lo hace notar, siente enojo, mezclado con envidia. De alguna manera le molesta la movilidad y la ingenua alegría del pequeño.

-Quirino, te andaba buscando ¿Por qué te escondes?

Él gira la cabeza al escucharla y deja de jugar el balero. Se sonríe.

-Como va a creer, niña. No me escondo, aquí estoy. ¿Quiere que la ayude en algo?

-Sí, estoy aburrida. Quiero que me leas un rato mi libro.

-Claro, niña…

Quirino deja el balero por allí y se pone tras de la silla de ruedas. Quita el freno y empieza a empujarla en dirección a la casa. Una vez dentro, la pone cerca de la ventana del comedor, que es su lugar preferido, pues por ella ve el huerto y las flores, mientras su acompañante lee pacientemente.

Al otro día, Quirino realiza todas sus obligaciones. Está sentado sobre una sillita de madera en el patio y recuerda su balero. Va al cuarto que ocupa con su mamá, al fondo del huerto. Sale mirando por todos lados. No encuentra el balero, aunque está seguro que lo recogió un día antes. Es un niño muy cuidadoso de sus pocas pertenencias. Se olvida de la búsqueda cuando oye que la niña Encarnación lo llama desde dentro de la casa.

Por la tarde la niña Encarnación está en su cuarto sola. Se acerca la cómoda alta, en la que se guarda su ropa y con algo de dificultad tira del último cajón de abajo. Entonces abre las piernas y levantándose el vestidito, saca el balero de madera y lo esconde hasta el fondo, bajo algunos suéteres que usa poco. Cierra y sale del cuarto en silencio.   

Después de comer, Quirino lleva a la niña al frente de la casa. Sopla un viento fresco que mueve las hojas de los árboles y de la enredadera. El calor de la tarde se apacigua con esa frescura que cruza el jardín y atraviesa la casa. Cuando el pequeño está por dejar a la niña, ésta lo llama:

-Quirino, no te vayas, quédate aquí -Le dice sin voltear a verlo.

-Si niña. -Le dice amablemente y se sienta en cuclillas, sobre sus propios chamorros. La mira, amistoso.

-¿Ya encontraste tu balero? -Le dice con voz neutra.

-No niña, ya me cansé de buscarlo -dice mirando al piso. En el rostro de la niña aparece una sonrisa retorcida.

Más tarde, la niña le dice a Quirino que la busque en el huerto una vez que el sol se halla puesto. Él, siempre obediente a los deseos de su patrona, llega cuando empieza a oscurecer. Ella está ahí, con las piernas cubiertas por una cobija de lana a cuadros, mirando hacia el monte. Ella sabe que Quirino se acerca, pues sus pisadas hacen crujir las hojas secas que han caído de los árboles. El cielo está plomoso y se escuchan el canto de algunos grillos tempraneros.

-Siéntate aquí, dice la niña con expresión de benevolencia. El pequeño se acerca y se sienta en cuclillas.

-¿Quiere que le lea algo? ¿Traigo el libro y el quinqué?

-No. Más bien yo te voy a contar una historia.

Quirino se pone nervioso con la noticia, sabe que los cuentos de misterio y terror de la niña lo hacen sentir un cosquilleo desagradable.

-Hace mucho tiempo, cuando yo era muy pequeña y tú todavía no vivíamos aquí, en ésta casa vivía gente muy rara.

-¿Rara?, ¿cómo rara? -Pregunta Quirino con genuina inocencia.

-Pues se sabe que eran muy extraños. Se dice que, por las noches, en el patio de atrás encendían grandes hogueras, hacían ritos, quemaban incienso y mataban gallinas, para usar su sangre en esos ritos.

-Niña, no empiece con esas historias, yo después no puedo ni dormir -rogó el pequeño.

-No tengas miedo y déjame seguir mi historia. Resulta que estas personas tenían tratos con El Maléfico, le hacían esos sacrificios para agradarlo y pedirle a cambio favores…

Quirino se encoje hasta el suelo. Encarnación lo mira, satisfecha del efecto que le causan sus historias. Se hace un silencio entre los dos. Un airecillo empieza a soplar en dirección de la barranca. De las enredaderas se desprendes flores secas y atraviesan volando entre los niños. Las hojas y las guías tiemblan. Quirino le dice a la niña, en voz baja:

-Niña, ya, en serio, es mejor que nos metamos, está empezando el aire y le va a hacer mal. Ella sonríe y lo mira a los ojos.

-¿De qué tienes miedo?, es solo el aire.

El viento se hace más fuerte y hace chocar la contraventana de madera de algún cuarto de la parte trasera de la casa. Los dos niños dan un salto. Quirino se pega a la niña Encarnación, en afán de protegerla, aunque él también está asustado.

Ya está empezando a oscurecer. No hay luna y un puñado de estrellas aparece en el cielo, aun tímidamente. Llegan los ruidos de la noche: los insectos, las ranas, el aleteo de aves que regresan a las ramas de los árboles en que dormirán. Quirino cierra los ojos, pero Encarnación los abre muy grandes, para percibir los cambios a su alrededor.

-Abre los ojos, que la noche está muy bonita, Quirino.

-Yo creo que la llevo adentro. Le va a hacer mal el sereno, -dice el pequeño en actitud protectora.

-No, espera. Mira al cielo, ya hay algunas estrellas, mira hacia allá. Mi papá me dijo que en estos días aparecerán venus y marte más cerquita que nunca, y que cuando estén juntos, todo puede suceder.

-Niña, ya vámonos…

Quita el freno de la silla y empieza a empujarla hacia la casa. Ella se queja entre risas, pero accede.

-¡Ay, Quirino!, eres muy miedoso.

Un fuerte ruido se escucha, parece que viene de la barranca. No saben si fue un rayo, un árbol cayendo o algo peor. Se quedan inmóviles en medio de la oscuridad. Ambos miran hacia el camino que baja a la barranca. Apenas se distinguen los árboles y las matas. Entonces, las ramas se empiezan a mover, como si algo las hubiera atravesado. Se oye el chiflido del viento.

-Niña, ¡vámonos!

Quirino empieza a empujar la silla con torpeza. El suelo en esa zona está muy disparejo. Con dificultad avanza hacia la casa. Se suelta un aire fuerte que los empuja en la dirección contraria a la que van. Tras de ellos aparece un resplandor inmenso. Como si algo se quemara, una gran luz que todo lo ilumina de repente. Ambos voltean asustados y la ven de frente. No parece tener explicación. Otro ruido surge desde el fondo de la barranca. Empieza a caer una ligera lluvia que los moja de inmediato. La niña está asustada por primera vez. Quirino está aterrado, pero trata de sobreponerse por la niña Encarnación, tiene que ser fuerte y sacarla de ahí.

-No se preocupe niña. No es nada. – Ella lloriquea quedito.

Los ruidos se hacen más fuertes y continuos. Como de crujir de ramas secas, como el rugir de una animal grande y peligroso. El área iluminada crece. La lluvia mengua. Los niños callan. Quirino empuja la silla con torpeza y llegan al frente de la casa. La niña tiene el pelo revuelto y húmedo, está aterrada. Quirino tiene la espalda empapada. Después de unos instantes todo queda en silencio y con tropiezos ambos entran a casa.

Ya resguardados en el interior, ambos respiran aliviados. Quirino va a traer una toalla al baño y se la ofrece a Encarnación que la acepta y empieza a secarse el cabello. Después de lo sucedido, se ha quebrado y ya no puede aparentar ser fuerte. Él quita el agua de su pelo con ambas manos, lanzándolo hacia abajo. Al final, sacude la cabeza. Sacude sus manos y se acerca a la pequeña.

-¿Está bien, niña?

Ella hace un gesto altanero y le devuelve la toalla húmeda.

-Claro que sí, Quirino. ¿A poco tú si te asustaste?

Se oye un trueno y toda la habitación se ilumina. Se oyen aves revoloteando, un perro ladra a lo lejos. Los dos se miran. Quirino va a la ventana y Encarnación se acerca también.  Ambos miran hacia afuera, guardando la respiración.

-Afuera hay algo o alguien…-dice ella, temerosa.

-¡No diga eso! -Contesta él.

-Debe ser el maligno. Está dando muchas señales.

-Niña, no sea así -dice el pequeño temblando.

Ella disfruta nuevamente la reacción del pequeño. De repente, algo les llama la atención fuera. Alcanzan a distinguir algo que se mueve y se acerca. Poco a poco es más clara la imagen, a pesar de la lluvia y el viento. Es una niña pequeña, de cabellos largos, que le cubren parte de la cara. Un mechón de pelo está entre sus labios. Es pálida, delgada, etérea. Mira hacia el interior de la casa. ¿Los ha visto? Ambos gritan al unísono. Quirino abraza a la pequeña que de verdad está aterrada y acepta su abrazo protector con agrado. La imagen que ambos vieron desaparece, diluida en el negro de la noche y la fuerza del viento. Quirino ha sido fuerte y ha protegido a la niña. Ella lo sabe. Se limpia el rostro aún un poco húmedo de lluvia y lágrimas.

Quirino quita el freno de la silla y empieza a llevarla a su recámara. Avisa a Eulalia, quien acude al momento. Entre los dos la acuestan en la cama. Quirino le pregunta si desea algo más.

-No, gracias Quirino. Dice con genuino agradecimiento.

-Hasta mañana, niña.

Eulalia y el niño salen de la habitación. Se dirigen silenciosamente a su habitación, al fondo de la casa.

Al otro día el sol sale muy temprano y la luz se extiende por la casa, el jardín y la huerta. Todo brilla y el verde parece más verde que nunca. Los niños desayunan leche y rosquillas en la cocina, con Eulalia. Ella les ofrece al final manzanas y mandarinas. Las comen de buena gana. Quirino se va a hacer sus obligaciones y la pequeña se queda en la sala, con una de sus muñecas en el regazo.

Los pequeños no hablan en lo absoluto de lo sucedido la noche anterior. Por la tarde, Encarnación vuelve a citar a Quirino frente a la barranca. Cuando oscurece, Quirino está ahí muy serio, esperándola.

-Niña, ya hace fresco y usted no trae ni su cobija. ¿Le traigo algo?

-Tráeme un suéter de mi cómoda. Uno que no sea tan grueso -le pide.

Quirino se dirige a la recámara de la niña y una vez frente a la cómoda, se pone de rodillas y abre el último cajón. Mete la mano para sacar un suéter y nota la presencia de un objeto duro y frío en la parte de abajo. Mete nuevamente la mano y la saca jalando el barrilito del balero, su propio balero. Lo mira molesto y lo pone sobre la cómoda. Le enoja el abuso, pero regresa a la sala sin decir nada, suéter en mano.

-Quirino, tenemos que investigar que ésta pasando en esta casa.

-¿Qué dice, niña?

-Quirino, no te hagas. Ya viste lo que pasó ayer. Esa extraña niña era una enviada del Maligno, ni más ni menos.

-Niña…

-Algo quiere decirnos. Hoy la esperaremos aquí, frente a la barranca.

-Ni diga eso niña. Ayer se mojó y le dio mucho el fresco. No puede volver a pasar. Usted perdonará, pero me la llevaré adentro…

-Aquí nos quedaremos, Quirino. Mira que hermosa está la noche. Ademas hoy si traigo suéter. Tengo que investigar que está pasando.

-Niña, hágame caso.

A pesar de las palabras de Quirino, la niña se niega a meterse a la casa. Está como embelesada mirando al cielo. Tiene una sonrisa extraña. Quirino lucha entre la decisión de obligarla a ir dentro -solo tiene que quitar el freno de la silla y empujarla- o de cumplir su capricho y esperar. Vuelven las ráfagas de viento. Las enredaderas y las hojas de los árboles tiemblan. Quirino también.

-¡Mira! Esas estrellas son venus y marte. Están cada día más juntas… ¿Sabes que para que eso suceda, tienen que pasar muchos años?

-No lo sabía niña -dice Quirino, no de muy buena gana.

-Shhhh, oí algo. ¿Tú no?

-Es el aire que todo arrastra niña.

El viento sigue luchando contra las enredaderas. Se siente mucha humedad flotando en el aire. De nuevo una luz, primero mortecina y después más intensa, ilumina el fondo de la barranca. Se oyen millones de insectos agitando las alas. Las chicharras hacen un escándalo inusual. Desde el riachuelo de la barranca se oye el croar de los sapos. Las aves atraviesan camino a sus ramas, haciendo un ruido ensordecedor. La luz está ahora a toda su intensidad. Por el camino que baja a la barranca, aparece la extraña pequeña que vieron ayer, moviéndose lentamente. No se distinguen sus pies y parecería que flota. No es posible ver sus ojos, pues el cabello tapa parcialmente su cara, lívida y apagada. Encarnación y Quirino la miran con tranquilidad, acercándose a ellos.

-Niña, no se mueva.

Cuando la extraña está bien cerca de ellos, se detiene y parece mirarlos. Tiene algo que decirles. Ellos no gritan esta vez. La niña de cabellos largos y oscuros levanta un brazo, ofreciendo la mano a Encarnación. Ella la mira y no tiene miedo. La mira con fascinación. El viento mueve los cabellos de la extraña. Encarnación se para lentamente de la silla y como bajo una hipnosis, empieza a caminar hacia ella.

Quirino no puede creer lo que ve: la niña camina por si sola. Se dirige a tomar la mano de la extraña. Quirino se tapa la boca con ambas manos y sin hacer ruido empieza a llorar. La niña Encarnación se adelanta y ya cerca de la extraña aparición, le toma de la mano. Aunque no mira sus ojos, le sonríe, tranquila. Voltea a ver a Quirino un instante. Después voltea la mirada hacia la barranca y ambas empiezan a caminar. Se pierden entre las matas, que aún están agitadas por el viento. Quirino las mira alejarse, pero no puede moverse. Es como si sus pies estuvieran clavados al piso. Las lágrimas corren por su cara. No entiende que pasa, pero de alguna manera siente una gran paz. Mira la silla de ruedas vacía.

La fuerza del aire empieza a decrecer, los ruidos y sonidos de la noche también empiezan a disminuir hasta llegar a un nivel basal. La noche está fresca. Huele a vegetación y a humedad. Arriba, en medio de un cielo negro y calmo, algunas estrellas titilan, mientras que marte besa a venus.

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