La laguna de Tuxpan

La mañana era fresca y el cielo tenía pocas nubes, el día se veía tranquilo, invitando a salir de la cama, cama que me tenía secuestrada  desde hace mucho tiempo, mi pelo canoso, mi rostro delgado con las huellas del tiempo y mi cuerpo cansado y achacoso, dejaban ver mis años que ya le pedían a mi cuerpo descansar; yo sabía que pronto mis ojos se cerrarían para siempre y sé que hasta la muerte me acompañara este secreto de familia, porque muchos conocen la leyenda del monstruo de la laguna , pero no saben realmente quienes somos nosotros los Morales.

 Precisamente hoy me llega perfectamente a mi memoria cansada, tal vez con esto que me han contado mis padres y a ellos sus abuelos, se podría saber la razón de porque nunca nos hemos alejado de este lugar.

 Hace muchos años, precisamente en la época que se cosecha lo que se sembró en el campo, el papá de mi tatarabuelo, que se llamaba Pascual Morales andaba por esta tierra caliente cerca de Iguala, acompañado de su compadre. Hacía un clima ideal para el trabajo que les esperaba, pero conforme iba pasando el día, la temperatura fue cambiando, cada vez hacía más y más calor, cada rato se llevaban a la boca tragos de agua para quitarse la sed, también cargaban con unas tortillas con frijolitos y guajes y un poco de carne seca. Y para que agarrara más sabor, no podía faltar una salsita. Ese día el ambiente se sentía un poco diferente, de pronto tenían mucha sed y una hambre inexplicable. Se acabaron la comida y poco después el agua.

Por fin terminó su jornada laboral que ese día se les hizo muy pesada, agarraron camino por la sierra, esos senderos de tierra, a los lados veían los arbustos, arboles, piedras y algunas iguanas que espantadas corrían al escuchar el sonido de las pisadas.

-No sé qué me pasa, pero todo el día me dio mucha hambre -dijo Pascual.

– Tendrás que aguantarte un poco compadre, aún nos falta mucho por caminar -contesto Jacinto.

Caminaban y caminaban por esa interminable serranía y cada vez aumentaba más su cansancio y sobre todo el hambre.

Al ir mirando el camino por el que estaban pasando, y su mente pensando en comida, de pronto sus ojos quedaron mirando aquel montón de  huevos que estaban muy cerca de donde iban.

-¡Mira, compadre, Diosito se ha compadecido! ¡Ahí están unos huevos, vamos a comerlos!

-¡No, Pascual, déjalos! No sabemos de qué animal son.

–  Son huevos y no se pueden desaprovechar,  yo me los voy  comer.

Era tanta la desesperación que le provocaba el hambre que fue rompiendo uno a uno y se los empezó a tragar hasta terminar con todos, sin dejarle ni uno solo a Jacinto.

Siguieron su largo camino.

-Jacinto, como que me cayeron mal los huevos, me estoy empezando a sentir un poco mal.

– ¿Qué sientes, Pascual?

-Siento mucha desesperación y mi cuerpo muy pesado.

Seguían caminando y Pascual cada vez más y más lento.

-Compadre, Jacinto, corre para otro lado, déjame. Algo me está pasando, ¡Tengo muchas ganas de comer y comer lo que sea, ¡hasta a ti, compadre! Córrele, córrele recio para que no te alcance.

– ¡Me has de estar vacilando, compadre!

-No, Jacinto, córrele y también avísale a mi esposa y dile que la quiero ver mañana, ahí afuera de la iglesia de Tuxpan.

Al ver que Pascual se veía con la piel de sus brazos y cara casi color gris y  la cara un tanto deforme, no lo pensó más y se echó a correr.

-Corre y avísale a mi esposa. La quiero ver aunque sea por última vez, ahí por la iglesia de Tuxpan.

Pascual se hizo a un lado y  dejo que Jacinto se fuera corriendo por el camino que se habría paso en esa montaña.

De pronto se formaron negras nubes, nubes que fueron tirando gruesas gotas en todo el lugar. Pero increíblemente, donde iba pasando Pascual, las nubes cargadas de fuerte lluvia iban con él, siguiéndolo; corrió con largas zancadas por la sierra  para poder llegar a aquel pequeño pueblo de Tuxpan. Su cuerpo se seguía transformando poco a poco y de pronto sintió que algo maligno entraba en él, dándole una fuerza inmensa y al momento sintió como su cuerpo se elevaba volando, huyendo de esta tormenta que se abalanzaba sobre él.

Llegó a la iglesia de Tuxpan y se metió para refugiarse.  Durante toda la noche no paró de llover, empezando a provocar grandes ríos en las calles.

Al otro día muy temprano salió a para esperar a su esposa; su presencia ya casi animalesca hacia que se escondiera para que no lo vieran.

Aún con esa tempestad, de pronto vio que se acercaba aquella mujer que conocía muy bien, por muchos años habían vivido juntos y tenían cinco hijos, dos aun pequeños. ¿Cómo iba a explicarle lo que le había pasado? Ni él mismo lo entendía, solo sentía que en poco tiempo ya nada sería igual.

Ella llegó y vio ese ser anormal que le resulto familiar y se aproximó a él con un poco de temor.

-Ven, Susana, soy yo Pascual.

Susana, al escuchar esa voz bien conocida se acercó a él  con más confianza.¡Pero, Pascual! ¡eres tú! ¡No creo lo que estoy viendo, Dios mío! ¿pero qué te paso?

-Tenía mucha hambre y me comí unos huevos que encontré por el monte, creo que me cayó una maldición, siento cómo mi cuerpo esta cambiando, no te espantes.

-¿Y ahora que vamos a hacer?

-Susana, solo quiero encargarte a los niños, yo nunca más podré verlos de cerca, ni estar con ellos, ¡mírame!

De pronto su voz se asemejaba a un chillido  que escapaba de su garganta. Susana desconsolada se fue retirando de él.

La tormenta no cesaba y de pronto los fuertes vientos arremolinaban precisamente en la iglesia, iglesia donde había corrido Pascual a refugiarse, acurrucado con el mismo, cada vez más trasformado, empezó a notar que su cara empezaba a tomar un color gris verdoso y sentía como toda la pies de su cuerpo se estiraba hasta ponerse muy gruesa, áspera y rugosa. La tormenta quería desaparecerlo, eliminarlo de este mundo, acabar con ese ser monstruoso que acababa de aparecer en ese tranquilo y pueblo bueno, llovió días y noches, las calles se empezaron a inundar, las casas, la iglesia, los corrales todo el pueblo quedo inundado, huyendo todos los que vivían ahí, llevando lo poco que lograban cargar hasta donde no los pudiera alcanzar el agua, todos salieron, menos el monstruoso ser que acababa de aparecer. La lluvia nunca paró, subió cada vez más hasta quedar sepultado bajo el agua todo el pueblo. Cuando pasaron muchos días y parecía que ya había descargado toda la furia de la madre naturaleza, el sol empezó a asomarse por las montañas. La gente empezó a regresar al lugar, con la esperanza de volver a sus casas, que permanecían bajo el agua, empezaron a construir nuevamente alrededor de la laguna que se formó. Aquí se quedó a vivir mi tatarabuelo y sus hermanos, todos aquí muy cerca de la laguna.

Desde que yo era una niña, siempre me llamó la atención estar muy cerca de esas aguas, jugando alrededor de ellas con mis amigos, la laguna está casi afuera del patio de mi casa, muy cerca nos quedaban los lavaderos que pusieron a las orillas de la laguna, donde podíamos ir a lavar. Ya cuando era una señorita, me encantaba ver mi rostro reflejado en la misma laguna, algo me atraía a esas aguas, algo que lo sentía a través de mi cuerpo como si se comunicara perfectamente con esas ondas que me bañaban. Toda mi vida tuve esa conexión con la laguna.     

Cuando salía a lavar la ropa en los lavaderos, sobre todo cuando me agarraba la oscuridad, veía un bulto que salía de las aguas que de pronto se aparecía en la laguna  y yo apurada con la ropa, no veía cuando ya no estaba. Hasta que una vez que fui, como de costumbre, a lavar ya tarde para no estar bajo los rayos del sol, cuando volteé a ver a lo lejos, vi entre el agua, el bulto que empezaba a moverse y venir a donde yo estaba. Entre más se acercaba iba viendo lo que era, un ser monstruoso que parecía un cocodrilo caminando con una joroba en su espalda que parecía una concha, el miedo fue la primera reacción que me dejó paralizada, después que reaccioné deje la ropa con el jabón, jícaras y tinas, todo lo dejé mientras me salía corriendo a lo más que daban mis piernas, mi corazón se me quería salir del pecho y sentía que no alcanzaba a llegar la casa donde me sentía a salvo. Le conté a mi madre lo que me había pasado, ella me tranquilizó y me dijo que no tuviera miedo, ese ser que vi y del que todos hablaban como una leyenda, era mi mismo tatarabuelo que algunas veces salía para ver a su familia con la cual ya no había podido estar. Mientras platicábamos, yo miraba esa laguna azul verdoso que siempre estuvo desde mi niñez con la que yo sentía una tremenda conexión.

Ahora me asomo a la laguna que tiene que ver con toda mi vida, y los viejos lavaderos se asomaban en las orillas, ahora los puedo ver, recordando que esos han sido el lugar perfecto para que el monstruo, al sentir que estamos dentro del agua, pueda salir un poco a vernos de lejos. Claro que cuando llueve mucho, la laguna crece tapando los lavaderos, la tormenta le recuerda que no puede salir de ese lugar, que debe de permanecer ahí atrapado bajo e agua.

Mi vida se me escapa, pero siempre, por todos los años quedarán rastros de lo que nuestros antepasados, los Morales, vivieron aquí en la laguna de Tuxpan.

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