La Gotera

Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Que cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!Destino
– Rosario Castellanos

Estaba el otro día como de costumbre maldiciendo mi suerte, porque si algo sé hacer es maldecir mi existencia. Es algo mediocre, pero me sale bien. Estaba en eso pues y tratando de prender los motores para salir de la cama. No sé qué día era. Desde que dejé de ir a la oficina, los días de la semana son todos iguales, todos se pintan igual. La única diferencia es el ruido de la rutina de los vecinos, licuadoras trabajando, pasos trabajando aprisa sobre mi cabeza, radios y televisiones trabajando, incluso el Diablo trabajaba, todos menos yo, con esas voces rutinarias y con falso entusiasmo. Ahí estaban. Certeros de su existencia. Y aquí estaba yo, certero de mi miseria. Por eso les llevaba ventaja. Yo seré un miserable, un perdedor, pero libre. O tal vez sólo trato de convencerme de que mi vida vale algo.

El caso de esa mañana era el mismo pues. Había algo afuera que me llenaba de asco. Quisiera haberme quedado dormido otra hora más, pero ya tenía un par de horas con el ojo trabajando (vaya si el capitalismo nos ha jodido), ya andaba sacando la agenda del día, las cuentas del mes, los pendientes de la semana. Ser mi propio jefe era una estafa por tratarse de mí, nunca me es suficiente, siempre en constante espera de la mediocridad, sobretodo la mía. Entonces volvió la gotera del baño. Según yo la había arreglado un mes atrás, pero creo que no lo hice bien. La noche anterior empezó a saludar discretamente, pero ahora el cinismo se escuchaba fuerte y claro.

Desde que estoy solo la auto sustentabilidad es lo mío. He sido carpintero de unas repisas, que aunque me han quedado un poco chuecas aún se sostienen con las uñas de las ménsulas. De la plomería ni se diga, que soy un experto, sólo duró dos días el olor a gas en el edificio pero gracias a eso pude arreglar la fuga en el bóiler, eso y tantito que se me terminó el tanque. Pero ahí voy, encintando todo con teflón. Mi madre estaría orgullosa y podría presumirlo con sus hermanos en una plática cualquiera. Mi hijo ayer compuso su fuga de gas y salvó a toda la cuadra de la catástrofe. El caso ahora el asunto de la gotera. Si las gotas hablaran, seguro serían como esas voces de la conciencia que te reclaman lo inútil que eres para la existencia humana. Ya saben, como la amiga chingaquedito que disfraza sus halagos con enseñanzas, o la tía que te pide matrimonio porque para eso nos trajo Dios, para poblar el mundo de niños miserables.

Fui entonces a la ferretería y pedí los empaques de las llaves de la regadera. Le di todo mi dinero al despachador y salí caminando. Por el departamento hay una librería muy bonita y elegante; la Rosario Castellanos, y recordé algo de ella: “Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.” Qué joda, qué agonía esta. Ricardo el plomero arreglando lo que odia, matando lo que ama, una gotera, toda la rutina, la desgracia de su nostalgia. Me sentí más triste. Las tardes empezaban a llenarse de color por las jacarandas de la colonia. Las muchachas de apellidos franceses corrían por las banquetas presumiendo sus vestidos ligeros, mujeres morenas y sin sostén, homosexuales enamorados que hablaban de cine y yo, maldiciendo febrero. Cuando entré una vecina me miró con desagrado, yo la saludé, como lo hacen en Morelos y ella me ignoró, como le hacen en la Capital.

Volví a mirar el video de youtube para cambiar los empaques de la regadera, tenía todo. Al finalizar me quedé sentado en el baño, ya no tenía más que hacer, nada más que limpiar, era mi alma la que esperaba un nueva sorpresa, un mejor motivo. La tarde mostró su rostro sonrojado.


Foto de cottonbro studio

Foto de Karolina Grabowska

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *