La Final girl

Desde que éramos pequeñas, mi amiga Cristina y yo, soñamos con convertirnos en actrices famosas, el deseo por lograrlo era tanto, que juntas participamos en un sinfín de obras en el teatro local, llegando incluso a protagonizar varias de ellas.

Cuando cumplimos dieciocho, decidimos que era hora de apuntar más alto y nos mudamos a la CDMX con la esperanza de obtener un papel en alguna película importante.

Por desgracia, después de varias audiciones fallidas, comenzamos a dudar de nuestra capacidad actoral.

Fue entonces que se nos presentó una oportunidad de oro, Ernesto Zepeda, un ex actor ahora convertido en ejecutivo de uno de los estudios más famosos del país, nos llamó para decirnos que había recibido una de nuestras audiciones y quedó tan impresionado, que deseaba realizarnos un casting para una película en su finca privada.

Sin pensarlo dos veces, viajamos hasta su ubicación y cuando llegamos, el propio Ernesto salió a recibirnos.

Después de darnos un pequeño tour por su casa, Zepeda nos llevó una sala, donde para nuestra sorpresa, se encontraban otros cinco chicos que al vernos fueron incapaces de ocultar su disgusto, entonces lo entendimos, no habíamos sido las únicas aspirantes a las que invitó.

Apenas tomamos asiento, el hombre nos explicó lo que sucedería a continuación, si bien nos había invitado a todos con la promesa realizarnos un casting, aquello era mentira, ya nos había seleccionado, más no para una película, sino, para una producción mucho menos convencional, pero sumamente lucrativa en los círculos correctos, una antología de cintas snuff.

Yo no entendí de lo que hablaba y en busca de respuestas volteé a ver a Cristina, quien me tomó por el brazo y me llevó hacia las puertas de la sala, advirtiéndome que debíamos salir de ahí lo antes posible.

“¡No tan rápido, chicas!”, exclamó Zepeda, antes sacar de su bolsillo un control con un único botón rojo que, al presionarlo, hizo que varios hombres entraran a tropel para someternos e inyectarnos una extraña sustancia que nos hizo perder el conocimiento.

Despertamos horas después, desorientadas y encadenadas por el cuello a la pared de una fría habitación circular.

Apenas superamos el estado de sopor, nos percatamos de que Zepeda ya se encontraba en el sitio, imbuido en un extraño atuendo conformado por un ensangrentado delantal de cuero negro, un cubrebocas, un pañuelo alrededor del cuello y una boina de director de cine.

Estaba emocionado, ahora que tenía a su reparto listo, era momento de asignarnos un día de filmación a cada uno, siendo Cristina y yo, el sábado y domingo, respectivamente.

Si hasta entonces no entendía lo que pasaba, conforme pasaron los días descubrí el horror de lo que eran las cintas snuff, pues pude observar cómo tras colocar un tripié y videocámara, Zepeda liberaba sus más perversos impulsos.

Siguiendo su morboso calendario, la primera víctima fue el chico del lunes, a quien le aplastó la cabeza con un mazo, a la del martes le inyectó ácido sulfúrico en las venas, haciendo múltiples acercamientos mientras su cuerpo se carcomía de adentro hacia afuera, la del miércoles fue devorada por sus perros, jueves asfixiado hasta la muerte y al pobre del viernes, le explotó el corazón con fuertes descargas eléctricas.

Finalmente, había llegado el turno de Cristina y aunque sentíamos miedo, no estábamos dispuestas a morir ahí, pues mientras los otros eran torturados, nosotras nos percatamos de unas llaves que colgaban del cinturón de Zepeda.

No era difícil intuir que una de ellas era para abrir la puerta de la habitación y la otra, la que abriría nuestras cadenas.

Sin otra opción, nos preparamos mentalmente para la batalla y al cabo de unas horas, Ernesto regresó y tras encender su cámara, sacó el objeto con el que torturaría a mi amiga, un taladro neumático.

Sin mediar palabra el hombre se abalanzó sobre ella con la intención de taladrarle la cabeza, pero antes de que pudiese hacerlo, Cristina se cubrió con su brazo y a pesar del dolor, ella continuó con el plan y con su mano libre, tomó las llaves y las arrojó a mis pies.

Lo que ocurrió después fue tan rápido, que para cuando me di cuenta, no solo me había liberado, ahora era yo quien se encontraba sobre Zepeda, intentando hundir mis pulgares por completo en sus corneas.

Después de matarlo, fui a ver Cristina, solo para darme cuenta de que su brazo ahora estaba hecho girones y no dejaba de sangrar.

El miedo me invadió y no supe que hacer, entonces el timbre de un celular comenzó a salir del cuerpo de Zepeda, sin pensarlo lo tomé y desesperada supliqué que enviarán una ambulancia, pero en su lugar, las personas al otro lado de la línea me dijeron que estaban conscientes de lo que había ocurrido en la finca y que el mundo no debía enterarse, más tampoco debía temer, pues si terminaba lo que Zepeda había comenzado, ellos cumplirían mi sueño de ser famosa, pero si me negaba, moriría junto a Cristina ahí mismo.

Me quedé paralizada y solo pude preguntarles quiénes eran, su respuesta: “somos los responsables de sacar a las don nadie como tu del anonimato”.

Al no recibir una respuesta, me dieron solo cinco minutos para tomar una decisión, la cual Cristina terminó tomando por mí, ella había escuchado la llamada y decidida a que al menos una de nosotras pudiera cumplir su sueño, me pidió que la matara.

Traté de negarme, sin embargo, ella insistió y tras sacarle el taladro del brazo, perforé su cerebro. Desde entonces mi vida cambió, “ellos” cumplieron su promesa y ahora, mi rostro y mi nombre son dueños de las carteleras, pero todo tiene su precio, cada cierto tiempo tengo que buscar incautos y filmar con ellos nuevas cintas snuff.

Al parecer me convertí en la favorita de sus clientes, en sus palabras, “soy la Final Girl convertida en asesina”, esto me enferma, más no puedo negarme, si no las filmo, harán que vuelva actuar en una ellas.

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