Los cuatro Jonathan

Jonathan llegó frente a la máquina, depositó su moneda e introdujo el dedo equivocado. La maquina pinchó el dedo anular de la mano izquierda. Tardó un poco el procesar la ansiada respuesta. Después de algunos minutos arrojó su veredicto: Amor. Jonathan sabía que la máquina era escueta en sus respuestas pero certera. Hizo una bolita con el papel de la respuesta, la arrojó al aire y se marchó hundiéndose en la noche.

Muchos años después le notificaron la muerte de su ex esposa; la notificación llego junto con un sobre, dentro de él una carta y la sortija de bodas. Después de leer las palabras de su ex mujer entendió que aquella noche la máquina de la muerte le hizo saber de qué moriría la mujer que más lo amó en la vida.

***

El misterioso sujeto depositó la moneda, respiró profundo y se repitió varias veces a el mismo, “no voy a gritar”. El pinchazo fue contundente, sudó frío y el dolor se fue rápidamente. La máquina hacia unos ruidos extraños y arrojó la respuesta: VIH.

El misterioso sujeto no pudo contener la risa. Se marcho confundido y aparentemente seguro de que aquel aparato era, además de ridículo y doloroso, una completa farsa. Virgen, antisocial y paranoico estaba seguro que jamás contraería una enfermedad como esa. No dudó en recluirse más y alejarse de cualquier posibilidad de interacción humana o drogas.

Una mañana de un día nublado se enteró por el periódico local de la detención de un sujeto enfermo de VIH que frecuentaba todas las Máquinas de la muerte que había en el país con el objeto de esparcir el letal virus en todos los rincones. El misterioso sujeto murió años más tarde, virgen, antisocial y paranoico.

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Jonathan MacLeod del clan MacLeod, movido por el morbo ingresó su dedo índice en la máquina, el artefacto pincho el dedo. A través de su pequeña bocina testigos, curiosos y Jonathan escucharon una voz robótica que claramente decía: no mames.

***

El robusto hombre ingresó con dificultad el dedo índice, era su tercer intento, ahora parecía ser efectivo, la aguja logró hacerlo sangrar y en breve tendría su veredicto. Pasaron algunos segundos y la máquina por fin comenzó a imprimir el resultado. El papel del grosor de un ticket común comenzó a salir del artefacto, primero un centímetro después dos, muchos más, era la primera vez que sucedía algo así. En las manos del grueso hombre se encontraba casi un metro de papel con textos impresos. Comenzó a leer. “Mira tu reloj, veras que son catorce para las siete, no desesperes, hay tiempo suficiente para que leas estas líneas con cuidado, es la primera vez que escribo tanto, debes sentirte orgulloso, generalmente mis respuestas son simples, contundentes, algunos se quejan de la simpleza, pero eso si te digo, jamás me he equivocado y esta vez no será la excepción, sigue leyendo verás que faltan doce para las siete, anda, mira tu reloj. Ves, te lo dije, no miento, pero vayamos al punto que te preocupa y por el cual estas aquí y ahora; no me vas a negar que la curiosidad te esta matando, ja, perdona el chascarrillo fue inevitable, pero no, no mueres por curioso, o quizás sí. Depende como lo cuente la prensa, ya sabes como son, inventan mucho, bueno, mira tu reloj nuevamente, anda. Muy bien, verás que ya son diez para las siete, es importante que sigas leyendo esto, no te dejes presionar por la anciana que está detrás de ti, en un minuto se va a ir, déjala, aún va a vivir muchos años, mira tu reloj, lo ves, la anciana ya no está, faltan nueve para las siete, pues bien, aparecerá un joven misterioso, perfectamente vestido y perfumado, tranquilo, no viene a consultarme, ya lo hizo antes, cuando las agujas no eran desechables, ah que tiempos aquellos. Sigamos, lo vas a identificar por el aroma a sándalo, mira ya se aproxima, ¿puedes olerlo?, no lo mires, es importante que sigas leyendo, gracias. El joven sacará de su gabardina Gucci un revolver, ¡ya se! Hoy nadie usa un revolver, pero así son los hipsters, en unos segundos se desesperará y disparará contra mi, por suerte tu eres muy grande y me cubrirás todos los disparos… viste, no miento ni mentiré jamás”.

1 comentario

  1. Me encantaron, Miguel. Cortos pero grandiosos.

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