Indiferencia y Huracán en las pequeñas cosas

Indiferencia

En una noche fría y lluviosa en la ciudad, el detective López se encontraba solo en su oficina, obsesionado con un caso que llevaba años sin resolver. Vibraba su teléfono, pero no contestó a los mensajes de su esposa, el caso era más importante. El asesino en serie conocido como “El Enigma” había dejado un rastro de sangre y misterio en cada escena del crimen, y López estaba decidido a atraparlo.

Repasó las fotografías de las escenas del crimen una vez más, buscaba cualquier detalle que pudiera haber pasado desapercibido. Fue entonces cuando notó un patrón inquietante: una serie de símbolos crípticos tallados en la piel de las víctimas. Convencido de que estos símbolos contenían la clave para desentrañar el enigma, López se sumergió en un mar de documentos y pistas.

Salió de su despacho y fue a la calle Magdalena para buscar ayuda. A medida que se adentraba en el caso, las piezas comenzaban a encajar lentamente. Los símbolos revelaron un patrón oculto que apuntaba a un asesino con un problema profundo relacionado con el amor. Sonó su teléfono, era su esposa otra vez, pero le desvió la llamada. En uno de los locales de santería de aquella calle y con la ayuda de una experta en simbología, el detective se embarcó en una carrera contra el tiempo para atrapar al asesino antes de que pudiera cometer otro homicidio ritual.

Esta vez sabía dónde buscar, corrió para tomar el auto y manejar hasta la resolución del misterio. En el GPS las pistas apuntaban cerca de su calle, cuando llegó hasta allí, descubrió que estaba en su edificio, al subir las escaleras, abrió la puerta, su esposa le decía que le había estaba enviando mensajes, pero él los ignoraba, sin embargo, ya casi estaba lista la cena: ojos de humanos con pasta a la bolognesa.

Huracán en las pequeñas cosas

Pensó que era un sueño hasta que una oruga se lo quiso comer. Estaba en un mundo diminuto, en el corazón de un jardín, dos hormigas lo acompañaron en su viaje. Había sido su patio desde hace más de 15 años y desconocía las raíces gigantes del árbol, las sombras del césped sobre la tierra y las batallas que se libraran diariamente en aquel lugar. Las hormigas lo llevaron a conocer a varios de los huéspedes: catarinas, abejas y cochinillas. Sin embargo, de un momento a otro, el agua comenzó a inundar los alrededores, se encendieron los aspersores. Corrieron, todos sabían a dónde ir, menos él, entonces una abeja lo ayudó. Recorrieron gran parte del jardín hasta llegar al tapete de la puerta trasera de la casa, allí lo dejó caer, cerró y los ojos y, cuando los abrió, estaba con el tenue sol de la mañana en el rostro, el tapete a sus pies. Fue entonces y apagó los aspersores y regresó a casa, ya encontraría formas menos violentas de regar el jardín.

3 comentarios

  1. Felicitaciones al Maestro Toledo. Sus letras atrapan. Desde el inicio ya estaba inmersa en el suspenso.

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