El sonido del teclado resonó en la oficina, se coló por el hueco debajo de la puerta y paseó por todo el edificio silencioso. Sentada frente a la computadora, escribía lo más rápido que podía; solo ansiaba ir a casa y poder descansar. La mala suerte se le pegó esa mañana, cuando el problema apareció como un fantasma. Su jefe le ordenó que lo resolviera lo más pronto posible, después se marchó dejándola sola en el edificio, no sin antes recordarle que debía cerrar con seguro. El hombre refunfuñando le reclamó que ella siempre dejaba la puerta abierta. Lo observó irse deprisa, sin que pudiera contestar a su comentario. Hablar con él era igual que hablar con una roca.
Martha interrumpió su trabajo, era media noche, un fuerte deseo de salir huyendo se desbordó por sus ojos. Sin embargo, el mensaje en su celular del banco, exigiéndole el pago de su tarjeta de crédito en tiempo, le recordó porqué aún no había renunciado. Resignada, se secó las lágrimas y reanudó sus labores.
La única ventana que había en la oficina, era tan pequeña y angosta como una hoja de papel. Apenas mostraba el cielo nocturno, tan oscuro que no podía contemplarse ninguna estrella en él. Por un instante, se reflejó en ese opaco espejo en donde su existencia carecía de brillo. Martha, soltó un largo suspiro. Estaba agotada, pero aún no podía irse. Tenía mucho trabajo. Su estómago gruñó exigente, como un animal famélico. Se levantó de su lugar. Sus movimientos eran lentos y torpes.
Salió de la oficina, observó el largo pasillo sumergido en tinieblas. Con cada paso se iluminaban una a una las lámparas situadas en el techo, desprendían una luz blancuzca. El edificio era un edificio verde, con sensores especiales que iluminaban sólo las partes donde había movimiento. Cuando Martha caminó por el corredor, la luz frente a ella se encendió, contrario al foco a sus espaldas, el cual se apagó al no detectar figura alguna.
Su andar lento y pausado, le permitió observar una docena de puertas ubicadas por todo el camino. El lugar era un coworking, diferentes empresas, tenían oficinas individuales. Su jefe insistió en mudarse al edificio, por ser moderno y muy popular. A Martha no le agradó la idea, ya que se encontraba en las afueras de la ciudad, a un costado del periférico, en una zona aislada y oscura. El jefe la ignoró, diciéndole:
—Martha, ¿Acaso estás en tus días? Estas exagerando, mejor sigue con tu trabajo y déjame las decisiones importantes, por eso, yo soy el jefe.
Recordar ese comentario, le provocó una punzada en el estómago. Apretó la mandíbula mientras se tragó su frustración y siguió su camino. Sus pisadas quebrantaron el silencio incómodo en el que se hallaba sumergido el lugar, estaba nerviosa de encontrarse sola, al mismo tiempo, el estar aislada era mejor que estar rodeada de los compañeros y su jefe.
Al final del corredor, a mano izquierda, había una cocina. Martha entró y se acercó a la cafetera; colocó todos los ingredientes y se quedó de pie frente al aparato mientras preparaba la bebida. El sonido del agua hirviendo era como un arrullo, se mezcló con el aroma a café recién preparado. Su esencia la envolvió en un abrazo adormecedor.
Un murmullo rompió el frágil momento. Martha no comprendió lo que decía. Era un sonido tan sutil que parecía flotar en el aire y desvanecerse antes de que pudiera escucharlo con claridad. Con un andar lento y cauteloso, se acercó a la puerta, asomándose hacia el pasillo.
—Hola… ¿Hay alguien ahí? —Preguntó al corredor vacío.
Permaneció inmóvil, esperando no obtener respuesta. Ninguna puerta se abrió, nadie respondió. Todo estaba en silencio. Aguardó un par de minutos, quieta, sin mover un solo músculo. Su corazón acelerado retumbó en sus oídos. Todo su cuerpo temblaba ante el silencio inquietante. Su espalda se sacudió, como si una mano la hubieran recorrido unos dedos gélidos y rígidos.
Sin esperar más tiempo, regresó a la cocina, se sirvió el líquido humeante y caminó rápidamente por el pasillo. La taza se sacudió entre sus manos temblorosas. Martha se aferró a ella como si fuera un escudo protector. El corredor le pareció interminable. Vigilaba cada puerta; temía que algo o alguien apareciera de repente. Aceleró el paso; hasta que finalmente, llegó a su destino. Entro a su oficina y colocó el seguro.
Continuó con sus labores, era urgente arreglar la app en la que trabajaba. Durante meses había pedido una oportunidad de realizar algún desarrollo para la empresa, era la única mujer en el departamento de sistemas. Sólo le daban las chambitas menores, las actividades importantes las hacían sus compañeros. El jefe constantemente mencionaba que la carrera de sistemas y desarrollo de apps, era cosa de hombres. Siempre decía que no confiaba en ella para hacer el trabajo. Desde que entró a la empresa, hace más de tres años, escuchó comentarios similares y constantes de parte de sus compañeros. Hasta el mes pasado, cuando todos estaban muy ocupados para desarrollar una nueva app. Su jefe tuvo que ceder y le asignó el proyecto a Martha. Ella sabía que no habría otra oportunidad como ésta.
Pasaron un par de horas. Agotada, decidió irse a casa. La cabeza le daba vueltas y sentía un ligero mareo. No quería pasar ni un minuto más en ese lugar, salió del edificio lo más rápido que pudo y se dirigió a casa.
Al día siguiente, escuchó el despertador. Estaba tan cansada que se quedó dormida. Por primera vez en tres años, llegó tarde. A pesar de laborar horas extras y de la fuerte carga de trabajo, su jefe la regañó por más de media hora y le exigió encontrar una forma más eficiente y productiva de trabajar para la empresa. El hombre aulló amenazándola: debía terminar la app esa semana, de lo contrario, tendría que afrontar las consecuencias.
Además del ultimátum, también le reclamó que durante esos días no se había estado arreglando adecuadamente:
—Deberías ser más femenina, ¡Hoy ni siquiera llevas maquillaje, te ves fatal! Procura arreglarte más, verse bien es el valor más importante de una mujer. Si no, ¿Para qué te necesitamos en la oficina?
Al escucharlo, le dolió el estómago como si hubiera recibido un golpe. Ninguno de sus compañeros hizo algún comentario. Todos voltearon hacia sus monitores y siguieron sus labores. El único ruido que se escuchó era el sonido de varios teclados ser presionados repetidamente hasta el cansancio. Martha intentó hablar con uno de sus compañeros, pero su voz se desvaneció, enredada entre el ruido del aire acondicionado e ignorada por unos oídos cubiertos de audífonos.
Los días pasaron rápidamente, la entrega se acercaba y aún había detalles por arreglar. Martha trabajó hasta tarde durante toda la semana. Las paredes blancas que la rodeaban, eran apáticas a su angustia. Cada cubículo en la oficina estaba ocupado, pero al mismo tiempo, daban la impresión de estar vacíos. Era un lugar silencioso, casi muerto.
Entre los muebles grisáceos solo emergían cabezas apenas perceptibles, contenidas como animales dentro de corrales burócratas. Indiferentes al exterior y en ocasiones, al interior.
Un sonido incesante rompió la calma del lugar: los teclados eran percutidos sin parar: clic clic clic y parecían comunicarse entre sí. Platicaban de lo que hicieron el fin de semana; de la película que vieron en el cine, del libro que intentaron leer, de la discusión que tuvieron con su pareja. El sonsonete asemejaba una voz extinta que ya nadie usaba.
Un mensaje en la computadora de Martha interrumpió su trabajo. Era su jefe, quien le recordó que tenía que entregar el proyecto en tiempo. Desanimada, se colocó sus audífonos, subió el volumen y continuó su trabajo.
El día antes de la entrega, sólo le faltaba un detalle final para terminar. Martha estaba exhausta. De no ser por el calendario en su escritorio, no habría podido decir que fecha era. El cansancio se plasmó en su rostro pálido en forma de ojeras. Incluso había perdido un par de kilos, no había comido bien en las últimas semanas. Su cuerpo le exigía descanso. Para Martha, el tiempo se escurría entre sus dedos que tecleaban con rapidez, mientras formaba frases en la pantalla. Parecía no tener fin.
Al dar las seis, todos sus compañeros desaparecieron, incluido el jefe, dejándola sola en la oficina.
Trabajó hasta que la noche invadió todo el lugar, sumergiéndolo en una negrura tan muda que le provocó escalofríos. Eran las once, decidió tomarse un descanso. La app estaba casi lista, solo necesitaba revisar unos detalles finales. El cansancio le impedía concentrarse. Se recargó en su silla y cerró los ojos un instante. Tenía miedo de quedarse dormida, necesitaba una taza de café.
Al preparar la bebida escuchó un susurro a lo lejos. Volteó lentamente. No había nadie. Le pareció escuchar unos pasos recorrer el pasillo. Las pisadas iban y venían; tan ligeras y rápidas que, parecían deslizarse en el aire. Cuando todo estuvo en silencio, corrió hacia su oficina y se encerró. Aún no podía irse. La entrega del proyecto era en unas horas. Necesitaba terminar todo. No quería recibir un regaño más.
Prosiguió con su trabajo, ya estaba casi listo. Estaba concentrada en finalizarlo y poder ir a casa a descansar, cuando un portazo en el pasillo la asustó. Despacio, abrió la puerta. Un aroma a café recién hecho la tomó por sorpresa. Con cuidado, sin hacer ruido, caminó por todo el corredor. Sus pies ligeros apenas tocaban el suelo. Se dirigió hacia la cocina.
Parado frente a la cafetera, había un hombre. Nunca lo había visto. Lo escuchó tararear una canción mientras se servía una taza de café. A Martha le pareció que era demasiado ruidoso. Estaba molesta porque la desconcentró de su trabajo. Su mirada se clavó en la espalda del hombre, al mismo tiempo que susurró maldiciones en su contra.
Lo contempló estremecerse al sentir su mirada. Él volteó de un lado a otro mientras buscaba la fuente de su sobresalto. De prisa, Martha regresó a su oficina, se movió tan rápido que parecía desvanecerse por el pasillo. Sus pasos retumbaron en medio del silencio. Mientras caminaba, se encontró con decenas de rostros asomándose por cada una de las puertas, miradas molestas observan en dirección al hombre en la misma forma en que ella lo hizo.
—Hola… ¿Hay alguien ahí? —lo escuchó preguntar.
Su voz temblorosa se trasladó por el lugar, como un cuerpo débil, hasta llegar al pasillo repleto de semblantes pálidos como espectros.
El hombre caminó lentamente hacia el corredor, pero antes de que pudiera llegar, Martha y todos los rostros, desaparecieron detrás de cada una de las puertas.
Al asomarse por el pasillo, no había nadie. Estaba solo.
Aline Basail nació en CDMX, actualmente radica en la cálida y amigable Mérida. De profesión es mercadóloga, sin embargo, es escritora para saciar el hambre de los espectros que habitan dentro de ella. Su género favorito es el cuento. Ha publicado en las antologías: Días de guardar, Onírica: Historias fragmentadas, en la revista Canek y en la revista digital Penumbria Botánica.
Muy bueno!
De miedo, cómo nos vamos convirtiendo en los fantasmas, dejando nuestra vida en los trabajos.
Conforme se desarrolla la historia, llegas a sentirte en esa oficina, hasta llegas a escuchar los teclados y percibes ese olor característico de los centros de trabajo. Te sientes en los cubiculos clásicos, los pasillos, vives el estrés de Martha.
El cuento de Aline Basail, lo leí como una experiencia cinematográfica, por momentos, era como ver las imágenes cuadro por cuadro. Imaginé claramente las luces encendiéndose a su paso, por ejemplo.
Me gusta que lleva un doble mensaje, por una parte es una denuncia de la mujer en un mundo sexista, por otra parte, la que revela el final inesperado, lo cual me fascinó, dado que la lectura me parecía buena pero predecible.
Felicidades.
¡El final me encantó! Todo el cuento me tuvo atrapada ✨
Uff gran historia y el giro al final bárbaro! Like