Ema esperaba ansiosa la navidad, como cada año. Le parecía la mejor época del año. Le emocionaba pensar en las posadas, la cena de nochebuena, los regalos, los días de descanso obligatorios, los encuentros familiares y todo lo que la navidad trae consigo.
Cuando entró a la sala y miró a su alrededor, quedo complacida por el brillo y el lujo de esa gran mesa, preparada para la cena de Nochebuena. Sobre el gran mantel almidonado destacaban las fuentes luciendo apetitosos platillos para la ocasión: Un gran pavo brillante y dorado, rodeado de papas, zanahorias y otros vegetales asados. En otra fuente un delicioso guiso de romeritos con mole, se complementaba con esas características tortitas de camarón y claras de huevo. Los platillos despedían deliciosos aromas. Más allá, estaban los platos de las ensaladas: la de nochebuena, preparada con jícama, betabel, manzana y vino tinto. Sobre ella, los cacahuates tostados y los trocitos de nuez completaban la apetecible vista. La otra ensalada era más sencilla, pero igualmente deliciosa: zanahoria y col ralladas con mayonesa, con nueces y cerezas.
En otros platos había pequeñas porciones de peladillas, fruta seca y otras golosinas. Había una canasta con rebanadas de crujiente pan, además de platitos individuales con mantequilla de sal y sus correspondientes cuchillos para untar. A los lados de cada plato, se encontraba la cubertería recién pulida: brillante y plateada. Copas para vino y agua completaban el servicio. Dos grandes candelabros con rojas velas le daban el toque final a la festiva mesa.
Al fondo de la habitación se encontraba el gigantesco árbol de navidad, verde y fresco, despidiendo ese aroma a aceite de pino que todos adoran. El árbol está exquisitamente adornado con series de pequeñas luces que prenden y apagan, guirnaldas doradas, verdes y rojas; esferas de cristal de todos los colores y otras figuritas alusivas a la época navideña. En la punta del árbol, se destacaba una enorme estrella dorada que parecía iluminar toda la habitación. Debajo del árbol, y estratégicamente acomodados, estaban los presentes envueltos en papeles coloridos y brillantes, con grandes moños.
Sol, su hermanita menor, entró al comedor y vio esa mesa tan arreglada, el árbol de navidad y todos los adornos que había en la habitación. Sonrió maravillada. Sus ojos tenían un brillo especial. Ema soltó una lagrimita de felicidad. Sol usaba un vestido de organza, color palo de rosa. Su pelo estaba recogido en dos coletas adornadas por lazos de color y el atuendo lo completaban unas calcetas con holanes y unos zapatos blancos de charol, relucientes. Ema se sentía orgullosa de su hermanita y lo sonreía mostrando sus blancos dientes. Todo era felicidad en esa celebración navideña. Solo faltaban sus padres, que seguramente llegarían en cualquier momento. Todo estaba dispuesto para una maravillosa cena de nochebuena.
Ema se acercó a su hermana, radiante. Cuando estuvo bien cerca, alzó sus brazos para envolver en ellos a su hermanita. Se sorprendió al darse cuenta que, al hacerlo, atravesó el cuerpo de la pequeña. No logró abrazarla, pues su cuerpo era solo una imagen etérea y hermosa. Con desesperación, repitió esa acción. Trató de asirse de ella, pero como el humo, se desvaneció entre sus brazos. Todavía alcanzó a ver la imagen de su carita alegre, pero ésta también se esfumó.
Conflictuada, empezó a rodear la gran mesa, buscando a la pequeña y hablándole: “Sol, dónde estás?” y agregó: “Hermana, no me hagas esto”. Ema había desaparecido sin dejar rastro. Eso la entristeció enormemente, la hizo sentirse otra vez triste y sin esperanzas. De repente, todo perdió sentido. Los objetos y adornos de la mesa también empezaron a desvanecerse gradualmente.
Primero desapareció el gran pavo de la mesa, así como las fuentes que contenían la sopa, el puré de manzana, las golosinas, el gran frutero y la canasta con panes. Después de ello, desparecieron también las botellas de vino espumoso y las copas, los blancos platos de orillas doradas y la cubertería de plata. También desaparecieron los candelabros y los centros de mesa, el hermoso mantel y las servilletas de tela.
Acto seguido, el gran árbol de navidad se esfumó con todas sus luces y sus esferas, incluyendo la gran estrella de la punta. Los regalos ostentosos y brillantes también desaparecieron frente a los ojos de Ema, que cada vez se entristecía más, incapaz de entender lo que sucedía frente a ella misma. Era inexplicable. Cuando volvió a ver la mesa, sobre ella solo había un plato de cerámica simple, sobre el que reposaba un pollo rostizado, y a su lado, un recipiente con ensalada de manzana y crema. Ambos resaltaban sobre la desnuda mesa, cubierta con uno de esos manteles de tela plastificada que tiene motivos florales en vivos colores.
En la pared del fondo, había unos calendarios, de esos que regalan los comercios para celebrar el fin de año, algunas fotografías viejas y descoloridas y un cuadro de la última cena. En uno de los marcos, se exhibía una fotografía familiar, donde los padres aparecían sonrientes y festivos, flanqueando a Ema y a Sol, unos meses antes de que la pequeña muriera, a los ocho años de edad.
Luis G Torres nació en la CDMX, hoy avecindado en Cuernavaca Morelos desde hace años. Es egresado de la Escuela de Escritores Ricardo Garibay, de Morelos. Ha participado en cursos y talleres de cuento con Frida Varinia, Daniel Zetina, Miguel Lupián, Alexander Devenir, Gerardo H. Porcayo, Roberto Abad, Efraim Blanco y otros. Ha publicado en una treintena de revistas electrónicas. Otros cuentos están incluidos en antologías nacionales y latinoamericanas. En 2021 publico en INFINITA su primer libro: Pequeños Paraísos perdidos, y el año de 2022 Sin Pagar boleto, cuentos y narraciones de viajes por México. En febrero del 2023 presentó su tercer libro de cuentos INQUIETANTE, bajo el sello de Infinita. En enero de 2024 presentó su más reciente libro de cuentos, titulado OMINOSO (En editorial Lengua de Diablo). Colabora activamente en la revista LETRAS INSOMNES.