Garras infernales

La luna brillaba roja. Los volcanes se habían coordinado. Un aleteo recorrió el espacio. Era su señal para partir a la Tierra. Al fin, después de siglos de espera, era su turno de poseer el cuerpo de un ser material y hacer suyo todo lo que un planeta sobrepoblado puede ofrecer a un buscador de almas. En pocos segundos se abriría el portal, estaba listo para lanzar toda su esencia infernal sobre algún desprevenido cuerpo; no podía haber error alguno.

Un golpe de luz lo tiró de espaldas, se levantó, se lanzó contra el vórtice de aquel resplandor y comenzó el descenso hacia el plano terrenal; cayó y cayó, contradiciendo toda nuestra concepción del infierno. El golpe lo dejó inconsciente, había encontrado un vehículo y lo había ocupado, incluso para una entidad con sus poderes era algo traumático. Abrió sus nuevos ojos, se estremeció, ¡habitaba un cuerpo vivo! ¡Estaba listo para devorar almas!

Hybryas, el demonio, comenzó a reconocer el organismo en el que se encontraba: garras, colmillos, espinas. Sintió cómo todo el poder del averno lo había acompañado a este cuerpo lleno de… ¿escamas?

Esa mañana Jorge, la Iguana, despertó más sediento de lo normal. El sol aparecía en el horizonte, el día iniciaba con el ruidero de los pájaros y la actividad de un hotel cercano. Comenzó a bajar del árbol, las garras torpes, la cola rígida, como si no tuviera control de sus extremidades. Se detuvo y movió sus ojos de reptil.

–¿Una iguana? –exclamó el ser infernal mientras se volvía consciente del rítmico caminar de su casi prehistórico vehículo– ¡UNA IGUANA!

Jorge llegó a un cuerpo de agua y se sumergió. El demonio sintió un vuelco en el estómago y extrañó el ardor de los fuegos infernales.

 –¿Cómo pudo pasar esto? –dijo furioso, mientras la iguana disfrutaba del chapuzón. Jorge quería pasar el día en una piedra, bajo el rayo del sol; pero el demonio tenía otros planes y lo obligó a quedarse alrededor del agua, el lugar empezaba a llenarse de humanos. Hybryas se sentía irritado por las risas y por el aspecto pálido de sus carnes, no se iba a dejar vencer. Había tenido la mala suerte de ocupar un cuerpo poco conveniente, mas eso no detendría a un ser de los infiernos. Mataría y lo haría ya.

La luz del sol disminuía sus poderes infernales, pero aun así logró poseer la caminata de la iguana. Jorge dejó de controlar sus patas, que lo llevaron directo a los camastros llenos de turistas. El demonio invocó toda su rabia para hacer que la iguana corriera con una velocidad sobrenatural. El objetivo era una mujer que caminaba a la orilla de la alberca, la iguana poseída se lanzó contra ella. La mujer gritó, se sacudió y de un golpe lanzó a la pobre criatura al centro de la alberca. “Válgame Virgen Santísima con esa iguana endemoniada”, exclamó.

Jorge recuperó el control. Salió del agua, sintió la cálida luz del sol, y siguió con su día de iguana; buscó a su familia y comió los restos de frutas que les dejaban los empleados del hotel. Al caer la noche Hybryas despertó. Había perdido un día entero, no podía regresar al infierno sin un alma como boleto de entrada y no podía cambiar de cuerpo hasta no conseguirla. Por las leyes infernales estaba atado al reptil. Desesperó. Aulló. Quiso destruir la playa misma, pero Jorge no se movió. Era una iguana y la noche caía ya sobre sus dos pesados párpados y sobre el ojo pineal que, ubicado en el centro de su cabeza, medía la luz solar para dejarle saber una sola cosa: era hora de dormir.

Hybryas se aburría de la discusión. Era complicado manipular el cerebro del reptil, había algo ancestral en él que se negaba a salir de su estado animal, como si su prehistórica complexión fuera por completo ignorante de todos los horrores que un demonio de rango respetable podía invocar. El ser infernal comenzaba a llenarse de desesperación.

Entonces los vió, había una pareja en la playa. Eran perfectos. Invocando la voluntad de las tinieblas hizo que la iguana moviera sus patas cortas. Corrieron por la arena oscura, siguiendo el rastro de los enamorados. Un manojo de nubes negras cubría la luz de la luna, la playa sólo iluminada por los hoteles, el escenario era perfecto; los asesinaría a los dos y tendría dos boletos de vuelta. Estaban a unos metros. La boca de la iguana se abrió enorme y sus colmillos se cerraron brutales sobre lo que parecía un brazo. Hubo risas. “No inventes, qué le pasa a esta iguana del demonio, ¡me quitó el vino!”. El hombre pateó a Jorge y recuperó la botella de la boca del maltrecho saurópsido. Se alejaron comentando que era lo más extraño de las vacaciones. La iguana atontada huyó de la playa, buscando las copas de los árboles.

Amaneció; Jorge se sentía apaledado. Bajó del árbol a paso lento y buscó a los de su especie que desayunaban restos de papaya y mangos. Hybryas también despertó. ¿Cómo podía sucederle esto? Un tache más en su trayectoria. No podía olvidar aquella vez cuando él, y otros hijos del averno, casi pierden el rango por aquella confusión con una piara de cerdos, una historia que no valía la pena recordar, hace tantos siglos que había dejado la legión… ¡Lo importante era que seguía siendo un demonio rango medio y no era su trabajo poseer animales! Acurrucado al fondo del cráneo de Jorge se lamentó por todas las bromas que se harían sobre él si regresaba sin almas humanas.

El cuerpo escamoso buscó el sol. Hybryas no podía soportarlo. ¿Acaso debía pasar la eternidad en una iguana gorda? ¡No! Ese no era su destino. ¡Devorar almas! ¡Desatar el caos! ¡Probar su valor como demonio con una posesión memorable! ¡Ser sinónimo de terror! 

Jorge comenzó a subir por el tronco de una de las palmeras que rodeaban la alberca, arriba el sol le daría la felicidad que le había estado faltando. El viento era agradable y se podía ver la línea del horizonte. La iguana sintió la calidez del día pegando sobre sus escamas y supo que no necesitaba más. Se aferró con las garras al tronco y se dispuso a disfrutar la luz del sol.

Hybryas, desesperado, ya ni siquiera pensaba en haber poseído a un humano, pero, ¿un oso? ¿Una serpiente? ¿Un gato negro? ¿Un San Bernardo? La iguana, además de que tenía una fastidiosa resistencia a la posesión demoníaca, era completamente inútil. Hybryas temió la humillación, ¿era momento de comunicarse al infierno y tramitar un rescate? Pudo ver los titulares: Demonio de Rango Medio Atrapado en el Cuerpo de una Iguana. Desesperado se acercó a los ojos de Jorge y los obligó a girar hacia el suelo. Lo que vió lo sacudió. Justo debajo de la palmera había un camastro y en él, un humano regordete tomaba el sol.

Hybryas lanzó una carcajada que hizo temblar a la iguana. El demonio invocó toda su maldad y sacudió la palmera, haciendo que Jorge traicionara su herencia reptil cuando sus garras soltaron el tronco. Diez kilos de iguana cayeron desde dos metros en la cabeza de Severino Contreras, un citadino que se había permitido una “escapadita” a Acapulco. El demonio usó las largas garras para atravesarle los ojos y el cerebro, Severino murió al instante.

“Un devorador de almas no comparte sus métodos”, respondería Hybryas arrogante cuando algunos demonios de rango bajo le pidieran consejo para avanzar en el pináculo de las jerarquías infernales.

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