Garras de engaño

Javier:

¡Holaaa!

Aisha:

Hola, Javier ¿Cómo andas?

Javier:

Pues aquí nomas.

Oye y ya dime la verdad, ¿Cuándo te voy a ver?

Aisha:

Ay, Javi ya, te dije que ando ocupada pero te voy a dar chance¿ va?

¿Cómo ves si nos vemos este 23 de junio?

Javier:

Va, me late.

¿Pero neta? no me vayas a dejar ahí botado.

Aisha:

¡Cómo crees! Te juro que ese día de ley nos vamos a ver.

Tanto trabajo finalmente había dado sus frutos para Javier. Pensó en el plan de siempre para ese domingo: pasear por los alrededores, ir a comer algo, al puente viejo, donde las chicas siempre disfrutan tomarse fotos, y para cerrar ir a Los Dinamos, donde haría lo que tenía que hacer, como cada mes. El día llegó, y cerca de las dos de la tarde, Javi esperaba a Aisha en el andén del metro Miguel Ángel de Quevedo; llevaba puestas sus mejores prendas: jeans oscuros, zapatos Oxford, un cárdigan rojo y una camiseta blanca.

—¡Javi!, ¿ya viste?, no te dejé plantado —dijo Aisha, corriendo hacia él para darle un enorme abrazo.

Javier se sintió descolocado por unos segundos. Aunque tenía experiencia con chicas, pues llevaba tiempo haciendo lo mismo, la bella presencia de Aisha lo dejó algo perplejo.

—Nah, ya sabía que vendrías. Nadie me queda mal —respondió Javier con un tono petulante, aunque un poco forzado.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Aisha.

—Vamos a dar una vuelta por aquí, y si te portas bien, al final te tengo una sorpresa. ¿Qué te parece?

—Más bien tú tienes que portarte bien conmigo, ¿eh? —replicó Aisha—. Oye, no quiero arruinar tus planes, pero ¿qué tal si comemos algo aquí, platicamos un poco y luego vamos a Los Dinamos? Me encanta ir por allá, aunque por el trabajo casi no tengo oportunidad, solo de vez en cuando con mis amigas.

—Está bien, pero te regreso temprano para que no tengas problemas en casa, ¿va? —Javier no podía creer la coincidencia tan perfecta que se le había presentado. “Ni mandado a hacer”, pensó.

—Mejor yo te regreso, ¿qué tal que me aburres? Ja, ja, ja. No te creas.

El carácter de Aisha contrastaba fuertemente con las fotos de su perfil, pues en ellas se veía como una chica fría, con la mirada perdida. Además, su look de e-girl y tantos likes le hicieron pensar que tendría la actitud de una “vieja mamona”, pero conforme la fue tratando por mensajes se dio cuenta que no era así y hoy lo confirmaba en persona.

—Ya quita la cara de tonto, vámonos o se nos va a ir el día.

Aisha lo tomó fuerte de la mano, y subieron las escaleras como si fueran novios de toda la vida.

Javier dudaba si realmente quería llevar a Aisha por ese camino.

Pasaron un buen rato juntos mientras comían, y cada minuto era un clavo en el corazón de Javier.

Por primera vez sentía culpa de haber encontrado a una chica tan agradable.

—Bueno, ¿y si ya nos vamos a Los Dinamos? —sugirió Aisha.

—¿Y si mejor nos vamos y volvemos otro día? Ya es algo tarde —respondió Javier, intentando salvar a Aisha.

—Ya estamos aquí, ¿te vas a echar para atrás?

—Pues va. Parece que no te voy a convencer de otra cosa —respondió Javier, con un sentimiento de decepción, aunque también acompañado de alivio.

Subieron al camión y charlaron de todo y nada. El carácter animado de Aisha llamaba la atención, y algunos curiosos observaban a la pareja; esto ponía nervioso a Javier. “Tendré que cambiarme de casa y quemar la ropa cuando todo termine, con lo que me gusta este cárdigan”, pensó.

Al llegar al lugar, el tiempo parecía acelerarse. Aisha no paraba de hablar, y Javier solo intervenía de vez en cuando, pues había aprendido en sus cacerías que a las mujeres les gusta ser escuchadas. Cuando la noche cayó, él supo que había llegado el momento.

—Oye, Aisha —dijo Javier—. Me la pasé muy bien contigo hoy y de verdad me da mucha pena.

—¿Qué te da pena? —dudó Aisha.

—Tener que hacer esto —dijo, y le propinó un fuerte puñetazo en el rostro, tirándola al suelo.

Javier sacó su celular y realizó una llamada mientras Aisha permanecía aturdida.

—Sí, ¿bueno? ¿Patrón? Ya tenemos otra.

—¡Eso, cabrón! ¿Cuál es?

—Es la que le había contado, la que se estaba haciendo la difícil. La chavita de cabello negro y güerita.

—Ah, ya. Está chula la condenada. Pues ya sabes, si la morrita es de varo, te toca un buen cacho de la feria que pidamos por ella. Pero si la vamos a padrotear, solo te daré algo de lana y un rato con ella para que le enseñes cómo va a estar la movida.

—No se preocupe, patrón. Ya estamos en el punto de siempre, lo espero aquí con la morrita.

—Órale, mi Javi, ya quedamos.

Aisha pudo escuchar la conversación, pues el cambio ya estaba sucediendo poco a poco, agudizando sus sentidos.

—Parece que no era la única con un plan para hoy —dijo Aisha aún tirada en el suelo y con una respiración acelerada—. Ya sospechaba de alguna intención extraña. Casi siempre son intentos de abuso, pero tú me has dado una sorpresa.

—Cállate, porque en un rato me voy a estar despachando contigo. Espero que tu familia tenga o junte buen varo, porque si no, me voy a estar divirtiendo contigo toda esta semana. La verdad me caíste muy bien y eres la primera que me hizo dudar de todo esto, pero al patrón no le gusta que le queden mal. El Salchicha era un buen amigo mío, sentí refeo cuando le cortaron la cabeza; me caía a toda madre el wey.

—Pues te salió mal esta vez. Espero recuerdes que suelo venir a Los Dinamos con mis amigas —decía Aisha entre jadeos mientras se ponía de pie.

De los alrededores comenzaron a salir figuras enormes, de pelaje oscuro como las sombras donde se ocultaban. Apenas se podía distinguir dónde terminaba una y comenzaba otra, salvo por sus afilados ojos que despedían un fulgor extraño, violento y dientes blancos como la sal de mar que reflejaban la luna del equinoccio de verano.

—¡¿Qué chingados son esas cosas?! —gritó Javier con terror, mientras sacaba una navaja de su pantalón.

—Son mis amigas, pendejo. O, mejor dicho, mis hermanas —la piel de Aisha se caía a jirones como fino papel y debajo se comenzaba a mostrar el mismo pelaje de aquellos seres—. Mejor guarda esa navaja, te puedes lastimar, Javi.

—¡No te me acerques, hija de la chingada! —los ojos de Javier se llenaron de lágrimas y sus piernas, alguna vez fuertes y ejercitadas, ahora temblaban con pavor. Aterrado, levantaba la navaja enfrente de él, aunque lucía diminuta y nada amenazante ante aquellos monstruos. Intentó correr, pero ya se encontraba rodeado por aquella manada.

—¡Ay, Javi!, ¿ya no me veo hermosa? Eres el regalo para la iniciación de la más pequeña de nosotras —Aisha retiró con su zarpa derecha lo que le quedaba de su rostro humano—, te comeremos a ti y esperaremos a tu patrón y su gente.

La luna brilló y dejó ver cómo el verdadero ser de Aisha se abalanzaba sobre su presa, hiriéndole el rostro con una de sus garras. Los gritos lastimeros de Javier provocaron el salivar espumoso de las criaturas, haciendo relucir más sus largos hocicos de dentaduras monstruosas.

Con una gran mordida, Aisha arrancó la mano izquierda con la que Javier sostenía su navaja. Fue tan veloz que la mano aún sujetaba con fuerza el arma mientras caía al suelo. Luego fue la pierna izquierda, haciéndolo caer y arrastrarse.

Aisha ya había acabado de jugar con su cita. Se lanzó sobre Javier para devorarlo de una vez. El cárdigan rojo se convertía en una madeja de tela con cada mordida y zarpazo; la camisa blanca se teñía con la sangre y las vísceras de su dueño. Una vez que Aisha había comido su parte, detrás de ella una niña no mayor a 12 años veía alegremente el banquete. Todas abrieron paso para que ella caminara hasta los restos de lo que alguna vez había sido un hombre; el corazón la esperaba para ser devorado y así consumar su unión a la manada. Al cabo de unos minutos, un par de camionetas llegó al lugar y de ellas descendieron varios sujetos armados.

—¡Javier!, ¡Javier!, ¿dónde estás, pinche pen…

La cabeza del hombre cayó al piso y los demás sicarios ni siquiera pudieron gritar, solo sintieron las mordidas al ser despedazados por esa manada voraz.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *