Fa fa fa fa fa fa

Se escucha en las escaleras del edifico. Adriana piensa que puede ser Luis que regresa de atender una emergencia. Suena raro, pues corearía una canción de moda. Piensa. ¿O se quedaría con esa tonada pegajosa desde ayer que tomamos un six y platicamos hasta el amanecer? Duerme. Espero descansar mejor esta noche. Tengo varias noches sintiendo un peso en la espalda que inmoviliza mi respiración y me aplasta la cabeza. Fa fa fa fa fa fa… better. El cántico suena más cerca. En la puerta de su departamento. No sé. Tal vez sean los mismos vecinos que parrandean todas las noches fumando mariguana, berreando la música anodina que invade sus mentes o gritándose cómo es que se han llevado a la cama a la vecina del F. Da vueltas en su cama. Fa fa-fa fa, fa-fa… Se levanta exaltada… El coro suena en la mesa del comedor. Abre la puerta y prende la luz del pasillo… Un viento entra por la persiana, silba frío y desgarrador. Estoy segura de haberla cerrado antes de entrar a la cama. Se dice en su interior para calmar el nerviosismo. Se despierta. Estaba soñando. Suda. Se levanta. Camina por los cuartos. Se asoma a la ventana. Ve un gato negro en su cajón de estacionamiento. El gato negro voltea lentamente al mismo tiempo que su cabeza crece hasta estallar en la ventana. Con susto, Adriana ve unos enormes ojos rojos estrellarse frente a ella. Se despierta. Mira en la ventana las luces rojas-azules de una patrulla. Se palma el abdomen, las piernas y se pellizca un seno. Estaba soñando dentro del sueño. Tiembla y emite palabras para calmarse. Respira hondo como le enseñaron en sus clases de yoga. Fa fa-fa fa, fa-fa… Otra vez esa tonada ahora en el estudio. Cierra los ojos y piensa en Tom y Jerry para olvidarse por un momento de ese coro aterrador. Empieza a calmarse. Agudiza sus oídos. Silencio. Respira hondo una, dos, tres, cuatro veces. Silencio. Una gota fría cae por su pecho. Bosteza. Una pesadez le cae en los párpados y se queda dormida. En la profundidad de su letargo, siente cómo un cuerpo musculoso se acuesta junto a ella al mismo tiempo que una mano descarnada le abraza la cintura y escucha en su oreja, muy bajo: Fa fa-fa fa, fa-fa… Adriana se levanta exaltada y emite un grito ensordecedor y silencioso. Está bañada en sudor. Prende la luz del cuarto. Silencio. Caen, por todo su cuerpo, gotas congeladas de sudor. Mira la cama tendida. Piensa que sigue soñando. La luz parpadea como si fuera un mensaje: Fa fa-fa fa, fa-fa… better. De qué lugar viene ese coro endemoniado. Apaga la luz. Mira a la cama. Un cuerpo grande reposa. Enciende la luz. La cama está en orden. Oscuridad. El cuerpo en la cama. Sale al pasillo. La luz intermitente muestra un claro oscuro a mitad de la noche. La luz del comedor. Fa fa-fa fa, fa-fa… better. Un cuerpo en pedazos está regado sobre la mesa. Luz: un brazo desmembrado. Oscuridad. Nada. Luz: una cabeza ocupa el centro de la mesa. Oscuridad. Nada. Un paso. Luz: dos piernas escurriendo sebo al ras de los sillones. Otro paso. Luz: vísceras regadas en el piso. Oscuridad. Otro y otro y otro paso. Luz: sus manos están manchadas de sangre, por su pecho escurren trozos de piel ensangrentados. Apaga el foco. El cuarto: Yamil yace en la cama; muestra una sonrisa de oreja a oreja y las piezas dentales. Oscuridad. Luz. Una incisión muestra el tracto digestivo, el abdomen, el vientre y los testículos cortados junto a la rodilla izquierda. Oscuridad. Fa fa-fa fa, fa-fa… better. Luz. Adriana se descubre tarareando ese coro estridente. Levanta un cuchillo de chef para enterrarlo en la sien izquierda. Oscuridad. Fa fa-fa fa, fa-fa… better.

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