Eustaquio Mirón

Somnoliento y perturbado, Eustaquio Mirón abrió su cuaderno de apuntes y, uno por uno, empezó a guardar a los personajes de su cuento. Ya llevaba varios días con esas criaturas literarias deambulando como fantasmas por la casa añosa y desdentada. El desasosiego en su corazón le impedía concluir la trama. Se había dado por vencido y solo quería cerrar de una vez por todas ese asunto titulado “El suspiro hondo”.

El hombre —quien alguna vez se dijo escritor— fue internado en el hospital psiquiátrico Fray Bernardino, en Tlalpan. El diagnóstico fue el siguiente: paciente masculino, 68 años de edad, hipertenso, con hipertrofia benigna de próstata, severo pie de atleta, párpado caído (entre lo más relevante). Ingresa a este nosocomio por alteraciones de la conducta y probable TDAH.

El paciente, de cuyo nombre sí podemos acordarnos —Eustaquio Mirón—, fue ingresado de emergencia, según el relato de su esposa y sus hijos. La señora Merceditas, vecina de Candelaria de los Patos, y sus dos vástagos, Rumiante Severo y Felonías Mirón declararon lo siguiente:

“Trajimos a mi papá porque le dio por corretearnos con un libro en la mano, queriéndonos meter en él. Gritaba como loco: ‘¡Entren aquí y déjenme vivir en paz!’”.

Su mujer afirmaba que, desde hacía tiempo, se le notaba raro y muy callado; comía poco y pasaba el día escribiendo en una libreta con la que hablaba a solas, paseándose por el jardín de la colonia. Los médicos han bautizado este padecimiento como síndrome de frustración literaria.

El relato termina aquí: un hombre enloquecido, una libreta en blanco, y los últimos rayones de una pluma a la que ya se le acabó la tinta.

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