Estrategia

«Los índices de violencia han disminuido». En todos los periódicos se puede leer esta frase o sus variantes. El gobierno por fin implementó una manera de combatir la delincuencia e inseguridad y cada que puede presume este hecho. La gente camina con más confianza en la calle desde que empezaron a poner anuncios en las paradas del transporte, en los periódicos y en las redes sociales. Los carteles, parecidos a los del viejo Oeste donde se lee en grandes letras “Se busca”, inundaron los medios de comunicación. A diario empezaron a salir los nombres de los delincuentes que atrapaban. El esfuerzo conjunto de la policía con la ciudadanía logró un éxito impensado.
​Al inicio, la policía se encargaba de revisar calles, transportes y lugares públicos. Vigilaba, revisaba y detenía a cualquier sospechoso. Las mujeres también fueron observadas. Hubo varias señoras y señoritas llevadas al Ministerio Público para demostrar su inocencia o aclarar la sospecha o denuncia. Los polis iban de un lado a otro. La justicia estaba actuando parejo, de forma equitativa diría la gente. Por fin se les veía trabajar y ya no sólo comer su torta de tamal con champurrado o medio correr para atrapar a un asaltante.
Los primeros en caer detenidos eran los delincuentes menores. Aquellos que se subían a asaltar en el transporte público, algunos de ellos poseían armas blancas que iban desde el cúter, las tijeras de pollero hasta una navaja de buena marca (robada a un transeúnte o en un asalto a algún establecimiento comercial) y hasta un bisturí. Después de revisar cámaras de la vía púbica y cotejar las declaraciones de los testigos, los delincuentes fueron detenidos formalmente, pasaron por su respectivo proceso penal en donde no pudieron demostrar su inocencia y se les sentenció a meses o años en la prisión.
​Jóvenes, hombres y mujeres, aspiraban a formar parte de las fuerzas policiales y convertirse en los héroes de la sociedad. Los paladines de la justicia que observan, detienen y logran encerrar a quienes delinquen. Los criminales de más alto perfil como líderes de organizaciones criminales también fueron arrestados, pero el éxito radicaba en los delitos menores. Para atrapar a una “cabecilla” importante, se requirieron medidas extremas, para las que la Policía aún no estaba preparada.
​—Pa’mí que hay gato encerrado, todo parece de película. —decía Rosa, la mujer que había investigado la desaparición de su hijo cuando regresaba de la universidad. Días y semanas pasó buscando al joven estudiante de ingeniería. Con el esfuerzo de la venta de tamales, garnachas y todo lo que se pudiera, lograba pagar la escuela de su único hijo. «Un día nomás no volvió, como si se lo hubiera tragado la tierra», lloraba entre la angustia y la esperanza. Su voz se quebraba cuando les contaba a las Madres Buscadoras. Entre todas buscaban a los desparecidos, ya fueran hombres, mujeres, niños y jóvenes.
​—Eso no lo cuentan en las noticias, todos andan embobados con que bajó la delincuencia—, esta frase era el pan de cada día que se escuchaba entre susurros, pues nadie quería molestar a la policía que se había ganado la confianza de muchos.
​Después de varios meses la delincuencia se incrementó y el miedo volvió a hospedarse en la sociedad. Protestaron contra la heroica policía, los reclamos eran expresados con estruendosos versos, canciones de rap o corridos. Al día había tantos asaltos, homicidios y robos como en la peor época del crimen organizado. Algunos agentes del orden fueron linchados y torturados. Se hizo un mayor despliegue de elementos policiales para atrapar a cada ladrón, delincuente, sospechoso. Los recién egresados de la Academia actuaron con mano de hierro. Pusieron al servicio de la seguridad, drones, teléfonos inteligentes y aplicaciones digitales que sirvieran para lograr su misión.
​Poco a poco cayeron los delincuentes. Todo mundo quedó en shock al conocer nombres y rostros. «Niños bien», jóvenes fifís, los Juniors, pues. Sí, ellos eran los delincuentes, escudados en su imagen intachable, en la idea que ellos no tienen necesidad de robar, fueron los que dieron rienda suelta a su malicia. Al verlos, la gente entendió y se sorprendió de lo que había ocurrido. Aquellos detenidos y encarcelados, quizá eran inocentes, cuyo único error fue estar en el lugar y momento equivocado. Entre los prisioneros no había ningún «blanco», whitexican, dirían algunos. Rosa y muchas buscadoras encontraron a sus desaparecidos. Hijos e hijas estaban tras las rejas pagando una condena. Tener la piel chocolate había sido sinónimo de delincuencia.

3 comentarios

  1. Felicitaciones Liz. Tu narrativa aborda el tema del pan nuestro de cada día. Gracias por hacernos concientes a través de tus letras.

  2. Felicitaciones Liz. Tus letras nos hacen concientes de una realidad que es el pan nuestro de cada día.

  3. Un tema delicado y muy extenso, hay avances en cuestión de seguridad, pero por desgracia también en las altas esferas de la suprema corte de “injusticia”, que protegen a empresarios, partidos políticos corruptos, delincuentes (que pueden pagar su libertad o tienen nexos con jueces y políticos) son quiénes son liberados, pero la gran mayoría sufre de las injusticias de los que deberían impartir justicia.

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