Daniel M. Covarrubias
La noche era más oscura que de costumbre, las gotas de sudor rodaban hasta mis palmas, la respiración entrecortada y los ecos de la noche hacían estragos mis oídos. El viento comenzó a resoplar, era hora. Me levanté con temor de la cama, mis piernas dudaban y mi cuerpo entero se entumecía. Más que caminar, arrastraba los pies. Con cada paso, el dolor se acumulaba.
Las lágrimas que corrían a mi boca eran agridulces. El camino se hacía eterno. Me pegué a la pared, mis piernas no podían solas. No sé cuánto tiempo pasó, pero al llegar al lavamanos, la tormenta ya descargaba su ira sobre la ciudad. Los truenos que hacían vibrar los vidrios de las ventanas, tomaban potencia. Había colocado un fiel cuchillo sobre el lavabo, lo miraba dudoso.
No merecía esto, lo sabía. Sabía que era un buen hombre. Buen hijo, buen padre, no el mejor esposo, pero intentaba. Tal vez sólo era un poco de autocontrol o imaginar que nada de esto había pasado. Sólo cerrar los ojos y esperar que todo se difuminara. Esto no era necesario.
Pero la culpa era demasiada y mi conciencia se resquebrajaba, me maldecía por todo lo hecho y por haber disfrutado cada momento. ¡Era un monstruo! ¡Soy un maldito monstruo! Tomé el cuchillo con furia y lo llevé directo a la garganta.
Observé el reflejo acumulado sobre el espejo, me desconocí. Un alarido brotó de mi pecho y el llanto comenzó. Desvarié unos segundos, concentré mi yo en la respiración, después de jadear, recuperé un poco el control. Mi reflejo sobre el cuchillo era más tenue, más limpio.
Dudé, dentro de mí, por más excusas que colocaba en mi boca, sabía que no existía otra manera. Era necesario hacer esto. Era demasiado.
—Cobarde —reconocí la carrasposa voz, no estaba yo sobre el espejo. —Yo hubiera elegido una pistola —bajé la mirada y volví a contemplar el arma. Ahora recordaba.
—Nos vas a lastimar, deja eso —relajé los hombros, y empuñé el cuchillo.
—Si vas a hacerlo, que sea de una vez.
—¡Cállate! —mi gritar se difuminó con el desgarrar de un rayo. Me vi a los ojos. Me reté.
La lluvia no daba tregua y la intensidad de las luces se extinguía. Sucedió. La tormenta arrebató la electricidad del pequeño departamento. La luz de la luminaria de la calle atravesaba con pena la ventana más alta del baño, me reconforté, me había ido. Aproveché el momento y nuevamente coloqué el cuchillo sobre mi garganta. Regresé.
La seriedad del rostro del reflejo cambió en cuanto me vio, una carcajada que sólo sonaba dentro de mi cabeza resquebrajó mis nervios.
—No lo harás, eres un maldito cobarde —lo dijo entre carcajadas. —sólo ve lo que nos has hecho, sólo mírate. El silencio fue suficiente como respuesta.
—¡Mírate idiota! Somos patéticos, somos nada.
—Maldita sea, sólo cállate —me respondí en un llanto sordo.
—¿Crees que te dejaré irte así de fácil? ¿Que esto lo arregla la muerte?
—No lo sé, no lo sé —estaba rendido.
—No importa lo que hagas, seguiré aquí, contigo.
—No existes, no eres real. Eres sólo… sólo…
—¿Sólo qué? ¿Un reflejo? ¿Una pesadilla que olvidarás al despertar?
—¡Sí, sólo eres un mal sueño!
—¡Entonces desliza el filo, vamos, córtanos la garganta!
Mi mano temblaba, comenzaba a raspar mi cuello y un ardor se hacía presente, un pequeño hilo de sangre bajó por mi torso. El tragar saliva se hacía difícil, y la respiración comenzaba a agotarme.
—Te sigo esperando, pendejo.
—¿Por qué haces esto?
—¿Haces? Hacemos. Somos uno.
—¡No! No soy tú, no lo soy —mi mente cedía.
—¿Recuerdas la sangre de Cristina o la de Fermín? ¿De las torturas al repartidor o cuando descuartizamos al portero? ¡Cuánto lo disfrutamos! ¡Éramos uno!
—¡No! Yo no hice eso —la mano se fijaba cada vez más en mi cuello, mientras el reflejo comenzaba a deformarse de manera siniestra, perdía lo humano.
—Si muero, esto se acaba, te buscarás a alguien más
—Si mueres, morimos. Uno solo hasta el fin.
—Entonces ya está. Me asesino y mueres.
—Morimos.
—Te mandaré al infierno, al maldito infierno.
—¡Te veré ahí!
Y sin pensarlo, deslice el cuchillo por mi garganta, disfruté el correr de mi sangre. El ardor no se hizo esperar y segundos bastaron para caer sobre el azulejo del baño. Una sensación de paz me invadió. Estaba hecho. Cerré los ojos. Dormí.
Mis ojos se abrían frente al espejo, no era yo quien habitaba mi cuerpo ahora.
Muy bueno, mano, que final tan inesperado.
Me gustó, me dejó esa sensación de inquietud, de suspenso, de, quiero verlo en un cortometraje.
Saludos 🙂
Me gustó mucho. Es intenso y tiene un final sorpresivo.
muy bueno un final sorpresivo aun que algo corto me hubiera gustado que fuera un poco mas largo pero muy bueno
es bueno aun que algo corto y con un final entretenido
interesante y muuy intenso, con una emocion de terror y suspenso, me gusto :0
Estos tipos de relatos me gustan mucho, me gustó el suspenso que le dio y el final me impacto, sin duda muy bueno
Sin duda este cuento causo en mi una inquietud, dejo alarmado mi corazón.
La forma de narrar me parece fantástica, lo oscuro de la historia genial y el enemigo internó está muy bien implementado me recordó a el Duende verde.
Está muy bueno me gusta que tenga trama y suspenso y la verdad es uno de los cuentos que más me a gustado por el suspenso está bueno
Me gusto mucho.