Edmundo está formado en la cafetería como cada jueves. Le gusta ir a esos lugares, observar qué expresiones usan las personas, qué tesitura de voz emplean con cada palabra, la cantidad de decibeles que utilizan. Para alguien tan desconectado del mundo como él, es crucial saber imitar las expresiones humanas. Es entonces cuando sus ojos se fijan en una joven. Su rostro, aunque humano, no emana la misma sensación que el de una persona, pero tampoco la de una figura ultrarealista. Eso lo confunde. Él no experimenta el valle inquietante, no debería sentir esa extrañeza. Sus expresiones son idénticas a las de una persona, su textura, su simetría, todo. Aun así, sabe que algo no está bien. Y que las personas a su alrededor la eviten, lo confirma.
La observa con más atención. No hay fallas en su apariencia, pero algo en la forma en que interactúa con el entorno la delata. La gente parece evitar mirarla directamente, como si su mera presencia despertara una incomodidad sutil, pero persistente. Edmundo decide acercarse, no porque sienta curiosidad como lo haría cualquier otra persona, sino porque necesita entender. Su mente analiza patrones, gestos, detalles mínimos que podrían explicarlo. Su propio mundo interno siempre ha estado regido por una lógica distinta a la de los demás. Siempre se ha sentido solo, un alienígena habitando entre humanos. Durante gran parte de su vida, deseó encontrar a alguien como él, hasta que comprendió que, aun si lo hiciera, solo serían dos alienígenas de distintas especies.
Cuando se sienta en la mesa más cercana, ella levanta la vista. Sus ojos se encuentran por un instante, y en ese breve momento, Edmundo siente algo inusual: sincronía. Como si ella también estuviera analizándolo, buscando en él la misma extrañeza que él detecta en ella.
—Tú también lo notas —dice la mujer sin preámbulos.
Edmundo parpadea. No esperaba que ella hablara primero. Tampoco esperaba que su voz tuviera ese tono neutro y mucho menos que su aliento oliera a detergente, como si su cuerpo imitara lo humano sin comprender del todo los pequeños detalles.
—Sí —responde con nervios.
Ella esboza una leve sonrisa, apenas perceptible. Trata de contener su emoción. Es la primera vez que alguien le mantiene la mirada, que no muestra incomodidad, y eso la descoloca. Su mente empieza a correr a mil por hora y a fantasear. Al percatarse, sacude la idea de su cabeza y, con nervios, le sigue hablando.
—Acércate.
Edmundo se sienta frente a ella. La observa con cautela, buscando algo más allá de lo evidente. La mujer toma su taza de café y la gira entre sus manos, como si el contacto con la cerámica le ayudara a ordenar sus pensamientos.
—La mayoría se aleja cuando hablo —explica ella, con una leve sonrisa que no oculta del todo su sorpresa.
Edmundo ladea la cabeza, pensativo.
—No entiendo por qué lo harían.
La mujer oculta su sonrisa con la taza, pero Edmundo nota que se ha sonrojado. Ha visto esa expresión incontables veces durante su vida escolar. Es el mismo gesto y brillo en los ojos que sus compañeras tenían cuando hablaban con el chico que les gustaba, y eso lo pone nervioso. No de una manera romántica, sino cognitiva. No quiere arruinarlo diciendo algo que la aleje.
—También debe haber sido difícil la vida para ti.
Esas palabras lo toman por sorpresa. Edmundo baja la mirada un instante y luego la vuelve a fijar en ella.
—Sí. Siempre me he sentido fuera de lugar, como si estuviera observando el mundo a través de un vidrio grueso. Pero tú… tú eres la primera persona que parece sentirse igual.
Ella sonríe de nuevo, esta vez con un matiz de alivio.
—Soy Helena —dice, extendiendo su mano.
Edmundo la toma. Su piel es cálida, pero su textura es extrañamente uniforme. No es desagradable, solo diferente. Y él, por primera vez en mucho tiempo, no se siente solo.
—Tal vez podríamos continuar esta conversación en otro lugar —sugiere Helena.
Edmundo asiente y ambos se levantan. Salen juntos de la cafetería, intercambiando números mientras conversan. Ríen suavemente ante lo improbable de su encuentro, dos alienígenas: uno cognitivo y una biológica, compartiendo un mundo que nunca podrá comprenderlos del todo.

José Emmanuel Lagunas Buenos Aires nació en Cuernavaca, Morelos, el 2 de septiembre de 1996. Desde muy joven ha sido fanático de las artes marciales y ciencia ficción, aunado a su experiencia trabajando en la secretaria de seguridad pública de su estado, busca combinar sus experiencias de vida y conocimientos para crear obras que hagan hervir de emoción la sangre de sus lectores. Actualmente, ha publicado las novelas “El hombre del casco” y “Asechan entre los árboles”, ha participado en el periódico la Unión de Morelos con los artículos “El futuro ya nos alcanzó”, “Realidad aumentada y virtual como herramientas de aprendizaje” y “Las redes sociales y la muerte”, obtuvo el tercer lugar en la cuarta edición de “Creando futuro” con su cuento “El responsable del agua”, su cuento “Ya no puedo más” forma parte de la antología de cuentos navideños “Navidades paralelas” y ha publicado en la revista Vórtice de la Universidad Autónoma del estado de Morelos (UAEM) con el cuento “El Dios máquina”.