Encuentro en la nebulosa

Es un martes lento en la oficina de registro de autores, qué es donde trabaja
Víctor. Un par de canciones melosas, un autor primerizo que se tuvo que guiar de
cabo a rabo, todo para que al final no cumpliera con los requisitos, y, un joven
escritor que llevó una antología de cuentos modernos bastante prometedora, fue
su carga laboral del día que ya casi terminaba.

Justo media hora antes del cierre, llegó un hombre a su ventanilla.
Estirando un poco su joroba de burócrata estresado, Víctor comenzó a atenderlo
de la manera usual.

—Buenas tardes, señor. ¿Qué trámite desea realizar? —dijo Víctor en su
casi robótica bienvenida de siempre.
—Buenas tardes —respondió aquel hombre— vengo a registrar esta
novela.

El hombre, que a duras penas llegaba a 1.50 de altura, sacó de su maletín
de piel sintética un pequeño libro, no mayor a 100 páginas. La portada retrataba
un una especie de cavernícola de color verde y un hombre del espacio
apuntándole con una pistola de rayos láser, algo bastante retro. El arte le recordó
a Víctor esas caricaturas viejas de Flash Gordon de los años ochenta, pensó que
algo así era anticuado para la época actual, pero ¿quién era él para juzgar?

—Muy bien señor, permítame sus dos ejemplares, su identificación, el
formato llenado de manera correcta y su comprobante de pago.

El hombre bajito procedió a dar todo que le habían pedido.

—Al parecer todos sus papeles están correctos —indicó Víctor— su obra es
una novela con nombre “Encuentro en la nebulosa”, ¿es correcto?

—Así es, joven —respondió el señor.

—Su nombre es Rafael Jiménez Prieto y es el autor, ¿correcto? —preguntó
nuevamente el burócrata.

—Si joven. Ese es mi nombre y soy el autor.

Víctor comenzó a revisar uno de los ejemplares, se trataba de una novela
con algunas ilustraciones a color. Se quedó observando una de ellas, el
cavernícola de la portada estaba escondido tras unas cajas, en lo que parecía ser
una especie de fábrica, y dos hombres futuristas parecían estarlo buscando.

Aquella imagen le causo una buena impresión, pues el arte manejaba muy bien
las luces y las sombras, además, los gestos de los personajes se notaban muy
bien trazados. Pensó que tal vez antes de archivar los ejemplares debería de
echarle un buen ojo a uno, a veces las obras que le tocaba procesar parecían
buenas y esta le había llamado bastante la atención.

Después de espabilar un poco, Víctor notó que la computadora le estaba
enviando una advertencia.

—Señor, la computadora me indica que esta obra ya ha sido registrada hoy
mismo —dijo leyendo lo que indicaba el monitor— a nombre de… Rosa Preciado
Estévez… hace tan solo dos minutos.

—Eso es imposible, esto lo escribí yo —afirmó de manera muy enérgica el
hombrecillo.

—Permítame un segundo.

Víctor salió de su ventanilla y fue preguntando a sus compañeros por la
mujer que había registrado la novela. En la penúltima ventanilla, una de sus
compañeras platicaba con una mujer de manera muy divertida. Cumpliendo con su
trabajo decidió interrumpir la charla tan amena.

—Ejem… Disculpe, señora, ¿es usted la autora de “Encuentro en la
nebulosa”?

—Si joven, yo soy la escritora, ¿tan rápido me he vuelto famosa? Ja, ja, ja —respondió la mujer con un tono egocéntrico.

La susodicha autora no parecía ser mayor a los 40 años y lucia una señora
que podrías encontrar en la fila de las tortillas: una mujer robusta, de cabello rubio
teñido y con las raíces negras comenzando a asomarse; llevaba un vestido con
estampados de flores primaverales, y anillos de fantasía en cada uno de sus
regordetes dedos. “A veces los escritores son muy llamativos, pero también hay
sus excepciones” pensó Víctor.

—¿Podría ir a la ventanilla número tres, por favor? —pidió el joven a la
mujer, mientras, tomó uno de sus ejemplares que se encontraba en el escritorio de
su compañera.

—Al ratito te cuento el chisme, Lupis —susurró.

En la ventanilla los dos autores se encontraron. Se dieron las buenas tardes
y el trabajador de la número tres comenzó a hablar en cuanto llegó.

—Estas cosas suelen ocurrir, no de manera muy común y mucho menos
que los dos posibles autores de la misma obra trataran de registrarla casi al mismo
tiempo —mencionó Víctor con tono curioso—. Los dos indican ser los creadores
de la novela.

La pareja de escritores se miró con ojos grandes de gato lampareado, no
dejaron de mirarse de arriba hacia abajo, sin embargo, la mujer fue la primera en
hablar:

—Es imposible que este hombre diga ser el autor. Yo escribí eso y solo yo
puedo ser la autora —sentenció de una forma muy tajante la señora Rosa.

—Señora no quiero ser grosero, pero si hay un autor, ese soy yo. Además,
seguro que solo estamos coincidiendo en el nombre —respondió de manera
tranquila el señor Rafael.

Víctor pensó en esa posibilidad también, aunque cuando tomó el ejemplar
de la mujer esa casualidad dejó de ser posible; la portada si bien no era idéntica,
tenía demasiadas similitudes. Empezando porque se trataba de un cavernícola verde y un hombre futurista, solo que el arte era diferente; parecía haber sido pintado con acuarela en vez de tintas vinílicas como lo era la portada del otro libro.

—No sé de qué se trate, sugiero hacer una pequeña prueba. Voy a revisar
una página al azar en uno de los libros y buscaré la misma página en el otro,
veremos si coinciden o hay alguna variación —les dijo Víctor.

Así lo hizo. La página 72 comenzaba con: “Ciertamente no esperábamos
tanta resistencia de un ser tan poco inteligente como lo era él”.  No había ninguna
duda, se trataba de la misma historia.  Buscó la primera ilustración que había
llamado su atención en el primer ejemplar y lo cotejó con el otro. Ahí se
encontraba, era la misma escena: el cavernícola escondido y los hombres
buscándolo en una especie de fábrica futurista, aunque claro, el arte era diferente.
El dibujo reflejaba una escena acuosa, esto debido a las acuarelas y no había
tanto juego de luces como en la primera ilustración; se trataba de un estilo distinto.

—Señores, no sé qué decir al respecto. Supongo que alguno de los dos le
robo la idea al otro, sería mucha coincidencia que escribieran el mismo libro.

Además, al ver sus reacciones dudo que se conozcan.

—¡Claro que no conozco a esta mujer! —vociferó el señor Rafael—. Lo más
seguro es que se trate de una ladrona. ¡Debió de obtener mi manuscrito de alguna
manera!

—Disculpe, chaparro, pero yo no le he robado nada —se defendió la
mujer— ¡Todo esto lo he soñado!

El pequeño hombre quedó impresionado con la respuesta.

—Pe-pero si-si yo también lo he soñado.

El rostro de la señora Rosa dejó muy en claro que no esperaba esa
respuesta y el color carmesí que había invadido su rostro desapareció de golpe,
dejando su piel con un tono espectral.

Un silencio incómodo invadió la oficina de registro por algunos segundos, y
todos los que se encontraban allí voltearon a ver la escena, segundos después todos regresaron a sus actividades burocráticas al ver a los tres involucrados tiesos como estatuas.

Debido a lo acontecido, y más que nada a la sorpresa, ambos autores se
retiraron, guardando su distancia y con unos ligeros minutos de diferencia para
evitar un enfrentamiento. No hubo más peleas ni alegatos, lo extraño de la
situación los había dejado sin ganas de seguir la discusión.

Víctor tenía una sensación extraña, pero lo más seguro es que alguno de
los dos le haya robado al otro y que lo más seguro es qué tuvieran que ir a juicio
para pelear por la autoría, eso es lo que pasa en esas situaciones.

Al otro día la oficina recibió a siete personas tratando de registrar
“Encuentro en la nebulosa”, se podía observar tres cosas: ser el autor, la historia
la habían soñado y sus ejemplares, al igual que los del día de ayer, eran idénticos
en la prosa. Lo único que los diferenciaba es que sus ilustraciones tenían la misma
idea, aunque los estilos artísticos eran todos diferentes: carboncillo, tinta china,
arte digital, etc… Todo esto generó un caos y el director de la oficina tuvo que
intervenir para calmar los tensos ánimos. No pudo ofrecer una solución rápida,
pues era la primera vez que se presentaba semejante situación.

Al día siguiente aún más autores aparecieron, y conforme pasaban los días
de la semana, el número de asistentes a realizar el registro crecía sin control. La
administración decidió suspender actividades hasta nuevo aviso ya que la
situación se estaba saliendo de las manos. Decidieron mandar a todo el personal
a casa hasta que se elaborara un plan ante lo acontecido. 

Víctor, disfrutando su merecido descanso en su casa, comenzó a ver que el
evento ya era cubierto por noticias de otros estados del país y hasta casos en el
extranjero se estaban dando. Encounter in the nebula, Begegnung im Nebel,
Incontro nella nebulosa, hasta Hui ma ka nebula, este último en hawaiano, el título
se encontraba existiendo en todos los idiomas conocidos. Era el comienzo de una
epidemia, una sola idea había invadido a todo el mundo.

Una mañana Víctor se despertó con una necesidad agobiante y frenética de
escribir. Tomó su laptop y comenzó a teclear de una manera en que parecía estar
poseído. Sus dedos volaban en el aire, ni siquiera en la época en que se dedicó a
llenar bases de datos se habían movido de esa manera tan demencial, casi
fantasmagórica. Al finalizar su trance,  pudo ver en la pantalla que había escrito
“Encuentro en la nebulosa”; ahora era uno más de los afectados por esa
enfermedad literaria. No le interesó lo que acababa de suceder, pues en su interior
una idea, una necesidad, una tarea se sobrepuso a cualquier otro asunto en su
mente. Tan solo pudo susurro para el mismo:

—Debo de ilustrarla…

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