En la búsqueda del tigre

¿De verdad? Me preguntó Luis, cuando le dije que había un tigre suelto en alguna parte de la costa de Guerrero. Sus ojos llenos de asombro parecían dos enormes canicas luminosas, y su sonrisa era tan grande que abarcaba todo su rostro. Un tigre salvaje libre en alguna parta, que chido, dijo. Quiero ir a verlo, apresuró de pronto. Quiero verlo de cerca, anda, sí, sí. Nunca le había dicho que no a nada. Desde que Raquel su madre se fue y nos dejó solos en aquel departamento, tan vacío ahora, me dije que nunca le negaría nada a Luis. Él no tenía la culpa de lo que nos había pasado, de esas cosas de adultos: el engaño, las mentiras, el tedio, el rompimiento, los abogados, el odio, la separación, los platos chocando y haciéndose añicos contra la pared. Pero ir a ver un tigre salvaje que se escapó quién sabe de dónde, eso es otra cosa. Podríamos ir al zoológico, a Chapultepec, a African Zafari, le dije mientras le servía su cereal en su tazón del Hombre-Araña. Pero su miradita, la manera en que deja caer de lado su cabecita y se me queda viendo con la inocencia de un niño producto de una familia disfuncional. Eso me parte el alma. Me madrea.

¿Podemos ir, papá? ¿Puedo llevar mi camisa de Tiger?. Mis tenis rojos. ¿Puedo?. Gritaba mientras salía corriendo al cuarto a buscar su ropa.

Buscar un tigre que nadie encuentra. ¿Cómo se busca uno? Le dije que sí, que lo llevaría, daríamos algunas vueltas por algunas partes, y nos regresaríamos. No sería un engaño; no total. Sí iríamos sin ponernos en peligro. Luego quizá podríamos ir un rato a la playa a Hacienda de Cabañas, comer un pescado frito, cocos, mariscos. Claro era una buena idea ir en la búsqueda del tigre.

Al subir al sedan azul llevábamos todo lo necesario paro nuestro pequeño zafarí costeño, dos maletas llenas de ropa, trajes de baño, repelente para mosquitos, chicles, chocolates, papas, refresco, y más golosinas.

Luis se fue todo el camino preguntándome cosas sobre tigres: ¿qué comen?, ¿cuánto viven, si se enamoran, si tienen hijos, si los quieres, si los llevan a la escuela?, ¿si este tigre no estaba triste porque no tenía familia?, ¿por qué son amarillos con rayas negras, si son primos de los gatos, de los leones, si tienen pulgas, si roncan? Si lo encontrábamos primero que nadie en el mundo no lo podríamos traer a la casa. No sabía responder a la velocidad en que él me venía haciendo tantas preguntas, las disparaba más rápido que una metralleta. Apenas alcanzaba a expresar algunas cuantas palabras cuando ¡zaz!, ya estaba la otra pregunta o duda a una velocidad vertiginosa.

Me imagino con un tigre en nuestro pequeño departamento, lo que tendría que comer un animal de esos, si es que no nos come primero. Imagino a Luis montado en el tigre en medio de la sala tirando todo, o en la calle sacándolo a pasear con una correa, y nuestros vecinos todos asustados por semejante felino. Y la cantidad de caca del animal, no nos alcanzaría una pequeña bolsa para irla recogiendo por la calle.

Yo no sé qué come un tigre, no sé cómo duermen, o si sueñan, apenas y me imagino a uno. Los he visto sólo en películas, en caricaturas. Creo que sí sería maravilloso verlo, aunque sea de lejos, y él por supuesto dentro de una jaula.

¿Los tigres tienen la piel de peluche?, me pregunta Luis. Le digo que no, que los tigres tienen pelos, como los gatos, como los perros. ¿Maúllan los tigres papá? No, creo que no.

Después de tantas preguntas acerca de los tigres llegamos a Coyuca de Benítez. Tenía mucho que había venido con mis padres a pasar unas vacaciones, tendría yo unos trece años. Luis comenzó a buscar el tigre por todos los lugares al bajar del coche. Le preguntó a cuantas personas pudo sobre el tigre. Nadie lo había visto, pero contaban cosas extraordinarias; como que había cruzado la laguna nadando y peleando con cocodrilos, que habían encontrado cinco de estos reptiles muertos en la orilla del río Atoyac. Otros contaban que por las noches entraba a la ciudad y se metía a las casas y se llevaba a los niños. Unos más decían que se había ido nadando por el mar hasta África, su casa. Luis sólo los escuchaba, sin decir nada, cuando se cansaba de lo que le decían se daba media vuelta y volvía a sus pesquisas. Cuando por fin se encontró con otro niño de su edad, seis años, lograron descifrar muchos misterios sobre el felino amarillo.

El tigre que se llamaba Ankor, no era un tigre, no. Era en realidad un hombre que se convertía en ese animal salvaje. Por eso nadie lo encontraba. Eso le contó Sebastián, su nuevo amigo. Pero como la gente mayor no sabe nada de nada en el mundo, ellos no lo sabían, y se la pasaban buscando un animal con forma de tigre, pero lo que en realidad deberían de estar buscar era a un hombre con forma de felino. Imagínate me dijo Luis, un hombre que se convierte en tigre, eso sería padre, ¿no crees papá?

Fuimos a buscar dónde quedarnos a dormir, yo estaba muy cansado. Luis no durmió se pasó toda la noche pegado a la ventana tratando de localizar al tigre Ankor, pendiente de cualquier cosa que pasaba allá afuera.

Por la mañana me despertó muy temprano, gritando que había encontrado al tigre, mejor dicho, al hombre que era el tigre. Me arrastró a la ventana y me señaló a un hombre muy güero, amarillo, un norteamericano, o quizá un alemán, que caminaba por la calle. Ese hombre papá es el tigre, bueno ahorita no es el tigre, pero él se convierte en tigre. O mejor dicho el tigre se convierte en él. Lo ves. Yo veo a un señor caminando, no a un tigre, le dije. Ajá, papá porque él no quiere que lo veas, o que todos lo vean porqué se pondrían a gritar como locos, la gente no sabe convivir con los tigres, por eso se disfraza de hombre, lo ves.

Pero mira, me dijo, y de pronto gritó a todo pulmón: Ankooor!!!  Dos tres veces repitió el grito con la misma intensidad. Todos voltearon a ver de dónde procedía semejante estruendo, hasta el hombre rubio volteó. Lo ves papá, volteó al escuchar su nombre, ese hombre de ahí es Ankor, no cabe duda me dijo con una gran sonrisa.

No dije nada, guardé silencio. El silencio que Luis aceptó como un estoy de totalmente de acuerdo contigo. Habíamos encontrado al tigre, por fin podíamos ir a la playa a nadar un rato y comernos un buen filete frito. Al otro día regresamos a casa. La caza del tigre había sido todo un éxito.

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