En el bazar de antigüedades

Visité la tienda de antigüedades del centro. Le pedí al dueño que me mostrara lo más singular, lo más exquisito y nunca visto. El hombre era un poco extraño, demasiado delgado y seco. Actuaba con suavidad, usando movimientos muy teatrales y una voz falsa y engolada. “Acompáñeme”, dijo señalando con su huesuda mano en la dirección que quería que caminara.

Sin dejar de hablar, me llevo hasta el fondo de la habitación, donde había un grandioso mueble de caoba que alcanzaba casi el alto techo de la habitación. Se trataba de un ropero europeo, tallado y lustroso. Las puertas estaban abiertas y se podía ver un gran número de cajones grandes y pequeños, con jaladores de oro antiguo.

Quedé maravillada por esa antigüedad, pero el extraño hombre me aclaró que las sorpresas verdaderas, estaban ocultas en los cajones. Abrió uno muy pequeño, de donde sacó una cajita tapizada de estilo oriental, cerrada por un alamar de hueso. Al abrirla, pude ver una deslumbrante pieza esférica de marfil, de tamaño no mayor a una naranja. “Esta pieza fue traída desde Chong-King, al norte de China, fue tallada en la dinastía Ming como regalo para un emperador”, me dijo, acariciándola.

Era una sucesión de bolas talladas, que giraban una dentro de otra. Cada capa era más pequeña que la anterior y giraban con facilidad, dejando ver hermosas escenas de cortesanas, pagodas, árboles y aves. Podría haber pasado días mirando las capas concéntricas talladas en un marfil de un blanco obsceno, pero el dueño del bazar me quitó el objeto de las manos para advertirme: “Cada capa de esa bellísima pieza representa años de trabajo. Se dice que entre más capas puedas ver, vivirás más tiempo; pero la única aclaración que hay que hacer al comprador, es que cuando se llega a la última esfera interior, su contenido será tan hermoso, tan exuberante y tan revelador, que quien lo mire morirá instantáneamente”.

No lo dudé ni un instante, tenía que poseerla. Así se lo comuniqué al hombrecillo, que me miró sonriente. El hombre guardó la pieza de nuevo dentro de su estuche y me la entregó.

“Del precio hablaremos después…”, me dijo con una sonrisa que parecía tener algo de sorna, algo de advertencia y algo de compasión.

Del libro INEXORABLE, Edit. Lengua de diablo…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *