¿Qué hay detrás del muro?, me preguntó Eloísa. Tomé aliento, me detuve y me quedé observándola por un instante largo. Cómo puede ser un instante largo, no lo sé, pero puedo asegurar que así fue. No puedo determinar bien el tiempo exacto de un instante, que sea corto o largo quién puede constatarlo?. Pero en esa brevedad descubrí que los años ya habían pasado lo suficiente para que yo hubiera dejado de ser un hombre joven. Eloísa era ya una muchacha de unos catorce años. Yo era, mejor dicho, soy, porque sí lo soy, su padre. Tendría cerca de 26 años cuando ella nació. Hace ya tanto tiempo. No me había percatado aún de los años que habían transcurrido. Pero en la brevedad de esa eternidad en que me quedé viendo a Eloísa ahí parada aun lado mío, descubrí que ya eran muchos los años que tenía que cargar a cuestas. ¡Cuántos recuerdos! Cuántas cosas que pesan, que duelen, que son también, en ocasiones, pequeños alivios.
Eloísa me tomó la mano y comenzó a jalarme hacia adelante, con prisa.
Yo ya no sabía qué estábamos haciendo en ese lugar. ¿Qué pretendía Eloísa? Delante de nosotros un gran muro gris. Detrás del muro, pensé. ¿Qué hay detrás? El muro era una presencia terrible. Monstruosa. Eloísa, medité. Eloísa y el muro.
El muro estaba ahí presente. Eloísa también. ¿Estaba yo ahí? Papá, papá, me llamaba Eloísa. ¿Papá? Tendré un nombre que me dé una identidad particular, algo así como Pablo, Marcos, Mateo, Juan. Estoy ahí lo sé. Porqué Eloísa me habla.
Eloísa me hace ser tangible, real. El muro. El muro no puede nombrarme, no puede decirme papá, ni hijo, ni hombre. El muro es sólo una presencia concreta. Como Eloísa, como yo.
Sé que el muro está ahí, presente. Materia sólida, de concreto. Se extiende muchos kilómetros. ¿Cómo llegó ahí? En la infancia, en el colegio leí sobre muros, el de China, una gran muralla, que decían era tan grande que se podía ver desde el espacio. Me hubiera gustado viajar al espacio. Bueno, viajar…
Nunca salí del barrio, siempre pospuse cualquier viaje, salida. No contaba con los medios, si con miedos y angustias.
¿Se podrá ver este muro desde el espacio?
Sí, el muro también me hace presente. El muro me hace real. El muro me da una idea de que estoy ahí. De que Eloísa existe. Si Eloísa no existiera no me haría preguntas sobre el muro. El muro la hace existir desde el momento que se encuentra ahí, tangible, y de que ella tiene la inquietud de conocer qué es lo que existe del otro lado de él.
Es el muro ahí, en quietud el que nos da presencia. Nos hace ser nosotros.
¿Detrás del muro? Le pregunto a Eloísa.
Sí, ¿qué hay?
Hay vacío.
Eloísa se detiene y se queda contemplando el muro. Me toma de la mano y me aprieta. Nos quedamos callados, como un muro pétreo.
Carlos F. Ortiz. Chilpancingo, Guerrero. Ha publicado los libros Sueños prosaicos (1999), Poebrio (2000), Trenes para nombrar la soledad editado (2012), Adoraciones de la ausencia (2013), Anatomía de una hoja (2011), Balada para Pereza (2013) y Desquicios cuerpos en llamas (2015) y Todos quieren una beca (2024) .