El tiempo de Almudena Beresvaín

Si el tiempo es una invención para medir algo que no existe,

entonces, ¿qué es lo que se mide con un reloj de pulsera,

el incansable tic tac caminando sin sosiego hacia una imaginaria eternidad?

Leopoldo Barrera

La narración de este evento quizás nunca debió ver la luz.  Sin embargo, se publica en contra de la voluntad de Almudena Beresvaín. El relato es el siguiente. Aquel reloj, para el mundo desconocido como un espectador silencioso del cosmos, no podría ser descifrado porque estaba oculto para cualquier testigo advenedizo. Almudena Beresvaín nunca imaginó encontrar en aquel objeto la explicación de los misterios que cambiarían el sentido de su vida.


Ella, se ocupaba de un bazar especializado en antigüedades que le permitía vivir cómodamente, había estado siguiendo el rumbo de una pieza exquisita de relojería Suiza, proveniente de un lejano lugar del Cairo, el reloj estaría en el bazar algunos días para su exhibición y posible remate y venta. Almudena Beresvaín y su novio Antonio, estaban emocionados por aquel hallazgo, se trataba nada más ni nada menos de un reloj de piso  Richard Mille del siglo XIX, con caja de madera con chapa de nogal. La parte inferior de la caja contenía escenas mitológicas grabadas,  péndulo, números romanos y manecillas de oro y base esculpida con patas de moño,  del cual solo se habían fabricado a mano 10 piezas, todas desaparecidas por el tiempo, por las guerras y por místicas razones.

Almudena Beresvaín insistía en conocer más acerca del tema, siempre le pareció un enigma el tiempo, había escuchado decir que la sustancia de éste era  el pasado, pero el presente se convertía al instante en pasado, sin embargo ¿dónde quedaban el presente y el porvenir? La metafísica explica estos eventos, el budismo habla del presente del  aquí  y el ahora, el  aforismo alemán manifiesta, que no existen hechos sino interpretaciones; en ese mar de pensamientos deambulaba la mente de Almudena.  Antonio, atraído más por su físico que por su caudal de ideas se sentía apocado ya que Almudena Beresvaín, irradiaba luz y él, estaba eclipsado porque no la podía alcanzar en sus diálogos cuando pensaba en voz alta.

El día del evento de la subasta de aquella pieza enigmática, única, invaluable, tenía que arrancar  con un precio de salida de 50,000 euros. Para tal evento se habían convocado a personalidades del medio artístico, gente de alto nivel económico y conocedores como Steve Jobs y Bill Gates y curiosos que asistirían a conocer la bella  pieza proveniente de Asia.

Por fin llegó el día esperado 5 de abril, 13 horas Hotel Nico, Paseo de la Reforma: vestimenta formal sala Platino planta baja. Los asistentes fueron entrando al lugar del evento, previo registro.

Almudena, Antonio y un grupo que conformaba su equipo de trabajo, empezaron por subastar obras pequeñas como vasijas orientales, losa proveniente de China, juegos de té de la antigua Bretaña, varios ejemplares manuscritos de James Joyce de sus primeras notas que sirvieron para su novela “Historia del artista adolescente”. También se subastarían plumas de fina laca y remates de oro pertenecientes a Ricardo David y W. H. Auden con la cual se decía había escrito su famoso poema “Funeral blues” y un dólar Flowing Hair de 1974.


En la subasta se encontraban además carpetas de la era victoriana perteneciente a la reina Victoria y algunos juegos de té de la Reina Isabel, que había donado al movimiento altruista para apoyar a niños de la India en su desarrollo educativo. La escena del remate de aquellas obras menores se convirtió en una pasarela de los miles y miles de euros que poseían aquellas personas afortunadas y que hallaban un placer dudoso adquiriendo costosas obras de arte, piezas históricas.

El ambiente se sentía tenso porque todos deseaban que acabaran estas ofertas menores y pudiera aparecer al escenario el famoso reloj de piso el misterioso artefacto que seguía midiendo el paso silencioso de la vida. Cuando el martillero avisó que se  estaba a punto de presentar la pieza principal de la subasta, la gente guardó silencio para dar la entrada de aquella especie de sarcófago, sería abierto al momento por algunos empleados de la sala, poco a poco fueron quitando los clavos de la tapa principal de aquella madera proveniente de lugares lejanos. Cuando quitaron el último ensamble, el reloj seguía oculto por un manto de terciopelo, los hombres llevaron al frente del escenario la valiosa pieza, y acto seguido Almudena Beresvaín, retiró la tela que lo protegía y un silencio sepulcral invadió la sala expectante.

El reloj era una pieza hermosa, la madera relucía y resaltaba su color original, los asistentes más cercanos percibieron un aroma a maderas finas, parecía que había sido diseñada, para placer de muy pocos.  Almudena Beresvaín sacó de  un envoltorio de madera una cajita conteniendo una llave con un código de dientes en el extremo, la mostró al frente y todos aplaudieron aunque no sabían para qué servía esa llave.

Almudena Beresvaín se dirigió al reloj, que se mantenía erguido, orgulloso y en un silencio inmaculado, quieto ante el expectante público. Con la llavecita abrió la puerta de la carátula enmarcada con un bello vidrio de zafiro rematado por unas orillas biseladas que hacían la función de una especie de cinta protectora. La misma llave sirvió  para activar el mecanismo del reloj que se encontraba en la parte superior derecha, donde al insertarla ocurrió algo increíble.

Se trataba del secreto de Almudena, quien me había ordenado no publicar este relato, sus ojos no daban crédito a lo que veía, la sala estaba petrificada e inmóviles los asistentes, parecía que el mecanismo había detenido el palpitar de la vida. Solo ella, se percató de este fenómeno: la sensación de su cuerpo era como el éter, su espíritu estaba colmado de una paz y una sensación repentina y liberadora se mantuvo expectante durante varios minutos.


Salió de la sala y contempló la escena monstruosa de la Avenida Reforma: todo estaba inerte, los carros detenidos, escenas de transeúntes inmóviles, gente suspendida en sus bicicletas, también un silencio atroz. Esta escena le congeló la respiración, no podía expresar el terror, el miedo y la incertidumbre de aquellos momentos.

Pensó en el devenir de los tiempos en la inmaculada sensación de la vida, cuando se está en paz y en silencio, en el susurro del viento; pensó en los minutos y en las horas, en la calma sosegada que da el silencio blanco de una ciudad callada, pensó en los ríos detenidos en el mar sin olas, en el cielo sin la luna y el sol con el tedio de un foco amarillento. Pensó en las escuelas, en los niños, en los hombres y las mujeres detenidos, pensó en la muerte, mientras pensaba todo esto y percibía la fuerza con la que sujetaba la llave, del mecanismo de aquel reloj que le había sido develado en esta dantesca escena desde el momento en que echó a andar el reloj.

 
 Almudena se sentó en la orilla de la entrada principal y  percibió la frescura del mármol de aquella entrada monumental, percibió la soledad del mundo, el misterio y el secreto de Heráclito, del río interminable que ahora descansaba entre sus dedos.

 Almdena Beresvaín regresó a la sala cómo pudo, metió el reloj en la caja  de madera tipo sarcófago y en un carrito donde había sido transportado, lo montó, lo acomodó y salió  de prisa  de aquel lugar.

Viajó a la playa más cercana que se le vino a la mente. Después de unas horas vislumbró el mar, la playa, los cielos, el sol, la gente detenida, suspendida en el tiempo en el espacio.  Sacó de la camioneta el sarcófago con aquel terrible artefacto. Sacó la llave del bolsillo abrió la compuerta del reloj lo hizo con un ademán de respeto ceremonioso, en el acto introdujo la llave en la ojiva y detuvo el mecanismo- Acto seguido, lanzó el sarcófago con la máquina del tiempo al mar y observó cómo lentamente se hundía el fatal reloj. Atónita, miraba como  el mar se tragaba el artefacto,  el sol le quemaba la faz, se sentía exhausta, agotada, pensó en guardar la llave pero abandonó esta idea, nadó hasta donde pudo y ahí lanzó la llave exclamando una oración para no ser devorada por la voracidad del océano y regresó a la ciudad.

Jamás volvió al tema de las obras de arte de los bazares y de las antigüedades. Su novio desapareció misteriosamente. Ella se dedicó alfabetizar a niños en una ciudad oaxaqueña, alejada de la muchedumbre. Siempre fue recordada por sus silencios y su mirada llena de tiempo y espacio.

1 comentario

  1. Es un placer leerte… gracias por compartir tantas letras que forman tu sueño…Un Cuento .Un Sueño hecho realidad Te quiero Hermano

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