El tapete de baño

Lo odio, David dice que lo tire, pero me niego, cuando lo vi en la basura, discutimos por tres horas hasta que me puse a llorar. Él lo lavó, pero le prohibí usar cloro para quitar la mancha, porque no todo en esta vida puede limpiarse tan fácilmente como una quisiera si no es a costa de echar a perder otra cosa.

—Déjalo, David, nada más es un tapete.

—Ajá, nada más. Ay, Xime, por qué no solo… —pausa, duda en cómo terminar la frase y se queda callado.

—Te digo que solo un tapete, por eso no le veo el chiste a comprar otro, o sea, ya. Ya fue.

*

Busqué en Google: «cuándo me regresará el periodo». A algunas mujeres les tomó treinta días, pero leo de otra que lleva más de sesenta y nada. Lo que más quiero es que todo regrese a la normalidad, porque David ya se está cansando de que no quiera volver a hacerlo con él. Si pudiera regresar el tiempo, capaz que ni me habría juntado con David, ni con nadie. Abstemia para no sufrir, para no perder el sueño luego de que el padre A. me gritara frente a la clínica que era una «asesina» por no querer a este bebé, y lo peor es que no lo quería, pero a la vez sí, pero ya fue.

*

La primera vez que volvimos a tratar, yo no tenía ganas, pero había pasado un mes después de «aquello» y supuse que David ya no quería, ni merecía esperar. Me dolió mucho, como si fuera virgen otra vez y le pedí parar. Le echamos la culpa a que aún estaba fresca la herida de «aquello» y que yo necesitaba más tiempo, la mano de David y en ocasiones la mía, trataron de compensarle ese tiempo.

*

«Serás la madre de un hijo muerto, pecadora», dijo el padre A. y casi pude ver lágrimas en sus ojos cuando ondeó ante mí su cartulina con el dibujo de un bebé suplicando a su madre dejarlo vivir, pero David y yo seguimos camino a la cita. Ese día tuve antojo de rambután, lo raro es que nunca los había probado.

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—David, ya me atrasé mucho, tú sabes que yo soy un desmadre con mis ciclos por culpa de las pastillas, y que en la escuela ando en temporada de exámenes, pero me da cosa.

—Pues qué, ¿hace cuánto que no te baja?

—Como dos meses.

—No manches, Xime, es un buen, ¿por qué no me dijiste antes?, ¿y entonces qué?, ¿me operé a lo pendejo? Mañana te haces una prueba y…

—¿Y?

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Busqué en Google: «embarazo con vasectomía» y sí, encontré un buen de testimonios que seguro le darían en la madre a las estadísticas. También busqué imágenes de cómo es un bebé de dos meses y esa noche no pude dormir bien.

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La primera prueba salió positiva, pero no supe si fue porque la mojé mucho con pipí.

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David trajo otra, digital que alcanzaba a marcar hasta +8 semanas.

Para entonces yo tenía diez.

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—Lo que tú me digas, haremos, Xime.

—¿Tú que quieres?

—Lo que tú decidas.

—Sí, pero tú, tú, José David Reyes Sánchez, tú que quieres.

—Lo que tú decidas.

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—¿No quieres comer, Xime?

—Amanecí con asco, no se me antoja nada.

—¿Nada de nada?

Agarré una mandarina del frutero y me la comí, por una semana solo bebí leche y comí mandarinas.

—¿Sigues con tu dolor de estómago, Xime?

—Ha de ser la gastritis, esto es lo único que no me da asco.

No dijo nada, pues no teníamos por qué sospechar. Aunque en su silencio, se me ocurrió que él también creía que estábamos embarazados, pero preferimos confiar en la ciencia.

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Con un bebé, mi mamá estaría feliz, y tal vez me daría la misma atención que a mi hermana y sus niños. Que, por una vez en mi vida, diga que está orgullosa de mí. También se me ocurre que ya tendré quien me cuide cuando sea vieja.

*

—¿Te duele mucho, Xime?, ¿te ayudo en algo?

No quiero que David vea la sangre en el piso y mantengo la puerta del baño cerrada.

—Déjame sola.

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¿Qué quiero hacer?, soy muy edgy para ser madre, aunque quiero, aunque más bien eso quieren que sea y por eso me revelé, pese a que tal vez sí lo quería, y David es tan edgy como yo que por eso se hizo la vasectomía, incluso si, probablemente también quería ser padre, y puede que sí quiera, pero no se atreve a decirlo y espera que yo acepte, y él aceptará que también lo deseaba. ¿Y si sí quiero y no lo sé? Pero por algo yo no quería y David tampoco.

*

—Haz la cita, vamos y ya, que sea lo que tenga que ser.

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Dicen que no es bebé, sino feto, y que no tiene latido aún, aunque otros digan que sí, y que no siente, pese a que otros digan que sí.

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—Ya pasó, David, salió como decía en el folleto, pero se manchó el tapete del baño y eso que cubrí el piso con periódico, por si las moscas.

—Deja eso, yo lo recojo, Xime, tú acuéstate y descansa.

—Sí, pero ya limpié. Nada más hay que tirar el tapete.

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Busqué en Google: «aborto con medicamento», era el más barato y podía hacerlo desde casa.

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Odio al padre A. tanto como al tapete, dos recordatorios del error. La ginecóloga de la clínica fue muy linda, creo que hasta le cayó mal David. Ha de haber dicho, «todo es culpa de los hombres», aunque si no fuera por ellos no habría embarazos, ni tampoco abortos. Supongo que no quiere ver sufrir a ninguna mujer.

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El ultrasonido era un conjunto de manchas, no distinguí nada y no lloré como en las películas. Qué pena, de haberlo hecho, capaz que cambiaba de opinión. Siglo XXI y nadie ha inventado un pinche gel que no te dé escalofríos en la panza.

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—Si me hubieran aspirado, todo habría acabado mejor en la clínica, pero estaba caro, mucho más caro que con misoprostol.

—Si pudiera volver el tiempo, habría pagado el aspirado, Xime.

—Si pudiera volver el tiempo, David, no te hubieras operado en el seguro.

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Le dije que no quería tener sexo hasta que me volviera la menstruación. Él estuvo de acuerdo, aunque no creí que tardaría tanto.

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Me dieron la primera dosis de misoprostol en la clínica, la segunda para aplicarla en casa y el folleto de indicaciones, números de seguridad y lista de efectos secundarios, para que estuviera lista en casa. Compramos Ibuprofeno, para el dolor. Me acosté en la cama y apagué las luces mientras esperaba.

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—Estimada Ximena Gutiérrez, le llamo de la Clínica M. para monitorear la última etapa de su ILE. Tiene que hacerse la prueba de embarazo que le dimos y si es negativa, ha concluido satisfactoriamente. Si sigue dando positivo, deberá acudir con nosotros.

—Aún no me he hecho la prueba, ¿me puede llamar en 10 minutos?

—Por supuesto.

—Salió negativa, mil gracias, señorita.

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Entre mi gordura habitual, no supe si me creció algo el vientre, tampoco me dolieron los pechos, pero sí sufrí con las náuseas. No quise imaginar cómo me hubiera ido de continuar el embarazo.

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Comenté las publicaciones del padre A. le dije que él nunca sabría lo que es estar embarazada, y copié un texto que decía «Mejor encárguese del abuso infantil que comete su iglesia», seguido de muchos «me enoja» en cada una de sus publicaciones, solo así bloqueé su página de Facebook.

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Lo odio, pero no quiero cambiarlo, luego de «aquello», limpié la mancha hasta donde me fue posible con bicarbonato y agua oxigenada, pero ese extraño vínculo que se tiene cuando una se embaraza no desaparecería, no con todo el cloro del mundo; el fantasma de la sangre como el castigo de un dios que no conozco, más cólicos fuertes y fiebre. Un coágulo expulsado de mi cuerpo sobre el tapete del baño, luego otro más chiquito que se va por el excusado. ¿Qué hacer con eso que me salió antes de tiempo? El espectro rojo en la superficie beige con florecitas, ¿alma de mi hijo muerto o simple recordatorio —sacado de cualquier libro de biología— de que mi cuerpo es capaz de crear? Sangre que fluye más allá de las venas y no para a menos que la detengamos a la fuerza, embarrando todo lo que toca.

Lo odio, David dice que lo tire, pero me niego, cuando lo vi en la basura, discutimos por tres horas hasta que me puse a llorar. Él lo lavó, pero le prohibí usar cloro para quitar la mancha, porque no todo en esta vida puede limpiarse tan fácilmente como una quisiera si no es a costa de… ¿qué?

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