Tengo una sensación extraña, una sensación que no puedo definir.
Los sucesos de anoche se encuentran suspendidos tras una niebla densa. No puedo olvidar y al mismo tiempo recordar. Estoy confundido, aún mi vista está inmersa en el atardecer y el anochecer, en luz y oscuridad, en visiones y siluetas extrañas.
¿Estoy loco?, ¿realmente sucedió o fue producto de mi fantasía? No estoy seguro de nada. Lo único que sé es que no soy el mismo. Todo pasó con la velocidad de un relámpago que me cegó, aún sigo sin ver ni discernir absolutamente nada. Si lo pienso bien, no sé si fue una noche o fueron días, meses o años los que transcurrieron.
Fue como una estrella fugaz que desapareció en la nada. Sin dejar una estela que sirviera para crear una hipótesis y sacar conclusiones. Sólo es una danza de vagas imágenes: danza de velos opacos que nublan mi entendimiento.
Me llamo Gustavo, ayer, creo que fue ayer, mi novia Cristina, mi amigo Rubén y su novia Raquel, vinimos a Tepoztlán. Subimos al Tepozteco para presenciar el atardecer.
Llegamos temprano, nos instalamos en la cima del cerro. Cuando llegó la hora de partir nos ocultamos, no podíamos dejar de presenciar ese maravilloso espectáculo. Maravilloso e inolvidable; aunque, paradójicamente, no lo pueda reproducir en mi mente con certitud. No obstante, trataré de ordenar el caos de mi memoria y sacudir las visiones que lúdicas se amalgaman en mi cerebro.
Al atardecer el sol comenzó a descender lentamente; con elegancia, con majestuosidad. Soy amante de los atardeceres, pero este, en especial, tenía algo mágico, sobrenatural. Fue como un sueño, un sortilegio, una alucinación. El fuego del sol a su descenso incendiaba de deseo cielo y nubes, valle y cerro, horizonte y nuestros cuerpos. Fue una sinfonía de matices, una obra de arte, que sólo Dios, puede crear. La magnitud de su belleza es imposible de olvidar, imposible de describir, imposible de recrear. Las nubes eran llamas danzantes. Otras, de humo azul-gris, daban la impresión de emerger de la tierra y ascender al cielo; para ahogar al fuego, para aproximar la noche.
La intensidad escarlata se fue desvaneciendo; y un sombrío silencio, como una lápida, nos hundió en su misteriosa mudez. La umbría, como daga ardiente, traspasó cada brizna de vida del Tepozteco y cada átomo de nuestros cuerpos. Nos abrazamos, esta vez no fue deseo, fue algo más intenso aún: fue miedo. Miedo a no saber qué venía después, después que se desvaneciera la oscuridad que nos invadía. Como en una obra de teatro, representada por el universo, en el siguiente acto los celulares dejaron de funcionar y los objetos metálicos fueron atraídos por una fuerza magnética hasta perderse en el infinito.
No queríamos desaparecer también, aterrados nos agarramos con uñas y dientes. Levitábamos para luego descender de golpe, una y otra vez. Gritábamos como locos, arrepentidos de todos nuestros pecados. Pasados unos minutos o tal vez horas, la dama del oriente se empezó a transparentar. Por instantes pudimos respirar con libertad, aspirar su luz celeste. Pero de forma paulatina, la negrura se desplegó hasta cubrir el firmamento.
Lobreguez impenetrable, indescifrable, que impedía a la perla de la noche lucirse desnuda, espléndida.
Los músculos como lazos sueltos no nos obedecían. Nuestros nervios se encogieron, Nuestro espíritu estaba flaco, blando, sin voluntad. Sin embargo, hicimos un esfuerzo para mantener los ojos, que literalmente se nos cerraban, abiertos. Hasta este punto no sé si realmente estábamos despiertos o en un plano intermedio: entre la vigilia y el ensueño, entre la conciencia y la inconciencia, entre la nada y el todo: Pequeños satélites imaginarios, o no, circundaban nuestros cerebros. Miríadas de lucecillas rojas cintilaban en el infinito, deslumbrándonos, para luego dejarnos en la total oscuridad.
Eran las tres de la madrugada, por supuesto no podíamos, aunque quisiéramos, descender; escapar de esa burbuja alucinante. Entre un concierto de bostezos y risillas nerviosas nos dispusimos a tratar de dormir. Poco a poco nos fuimos sumergiendo en un sueño, como esos sueños pesados que provoca la embriaguez.
Es aquí donde con un vaho azulino se me nubla la memoria; me quedo atrapado entre la niebla, entre el destello cegador de la luz. Tengo que hacer un esfuerzo titánico, la cabeza me punza, me da vueltas. Con lentitud, como en una película en cámara lenta, aparecen: labios, ojos, brazos, rostros y objetos, grandes objetos.
Con los ojos desmesuradamente abiertos tuvimos la impresión de que la bóveda celeste se invertía hasta besar la tierra. Creímos que íbamos a morir aplastados, asfixiados con los gases letales del universo. No obstante, permanecíamos ahí, sobre la cima del cerro, aparentemente vivos. A través de una nebulosa comenzó a traslucirse una nave en forma de pirámide metálica, sin vértice, de forma similar a la pirámide del Tepozteco. Teníamos los ojos enrojecidos y desorbitados.
Uno a uno, fueron descendiendo mujeres y hombres de aspecto sorprendentemente hermoso. Contrario a lo que se dice de los alienígenas; estos tenían el aspecto de nosotros, los humanos. Lo que más nos impresionó fue el contraste de su piel negra azulada con sus grandes y rasgados ojos grises, de un gris muy claro, translúcido. Su mirada parecía que traspasaba nuestra materia y nuestras mentes. Al sentir que esta nos iba a fundir, otra vez, el pánico nos hizo prisioneros.
Rubén susurró:
—Chicos se acuerdan de aquella serie de la tele en la que unos extraterrestres tenían aspecto de humanos, pero debajo de su falsa piel estaba la verdadera, su piel de reptil.
—¡Y, comían ratas!
Gritó horrorizada Raquel, cubriéndose la boca de inmediato.
Cristi no hablaba, estaba en otro planeta, extasiada, contemplando a aquellos hombres tan singularmente atractivos. No la culpé, las mujeres también eran como diosas esculpidas en ébano. Ahí estábamos, petrificados. Ellos nos observaban e intercambiaban impresiones. Hablaban en una lengua totalmente inteligible. Cuando empezaron a comunicarse lo hicieron telepáticamente, o no. No lo sé a ciencia cierta. De hecho, pienso, que ya habían extraído de nuestro cerebro santo y seña de nuestras vidas. Con seguridad supieron hasta nuestro árbol genealógico. Al finalizar el análisis, del cual éramos objeto, nos tomaron de la mano como niños. Sin violencia nos condujeron a su nave. Contrario a nosotros, los terrestres, parecían ser gente de paz. La otra posibilidad sería que tuvieran otro método de ejercer la violencia…lo que me provoca escalofrío.
¿Cómo era el interior de la nave? Seguramente lo borraron de nuestra memoria. Puedo ver entre pequeños relámpagos de imágenes estar metidos en unos cilindros en los que nos agitaban y giraban, de pie y de cabeza, como para licuarnos.
Despertamos al amanecer, en el mismo sitio, aletargados. Poco a poco, nos fuimos recobrando. Cristina no esperó para informarme que se había enamorado de un sujeto de la tripulación; que me olvidara de ella. Yo ya me había dado cuenta, pues nunca le quitó la vista de encima.
Me quedé callado, reflexionando, me hacía preguntas:
«¿Soy yo el que está aquí?, ¿soy un clon, de mí mismo?» Los otros tres contestaron al mismo tiempo:
—Me pregunto lo mismo…
Poeta y escritora. Diplomada como profesora de español para extranjeros en el “International House Teaching Training”.
Diplomada en Creación literaria en la “Escuela de Escritores Ricardo Garibay”.
Talleres: de poesía con la Dra. Alma Karla Sandoval, el Prof. Gabriel Bernal y la Profa. Alejandra Átala. Laboratorios literarios: “La Rima que Duerme”, “Voces de Afrodita”, “Creación literaria”, y “El Lenguaje literario de Rosario Castellanos”. con la Profa. Gloria Fons. Cuento fantástico con el escritor Efraím Blanco.
Autora del cuento: La mosca. Publicado en la antología: Mundos Inventados por el Fondo Editorial del Estado de Morelos y auspiciada por la EERG. 2020. Autora del cuento: La Suerte de Don Fortino. Publicado en la antología: Así vas a Morir por la Editorial: Lengua de Diablo. 2022. Autora del libro: “Delirios” publicado por la editorial: Marea de Venus. 2022.