Llegamos a la cabaña de los tíos abuelos a pasar el fin de semana.
No esperaba encontrarlos en el tejado, probablemente hacían limpieza allá arriba.
Tía Elsa era menuda y un poco encorvada, su piel morena mostraba escasamente arrugas, el cabello blanco le salía como plumero de un chongo a medio caer.
Tío Eduardo era alto y delgado, sus rasgos parecieron endurecer con los años, tenía ojos grandes y un puente nasal pronunciado que daba la impresión de que fuera un pico.
Ellos no recibían invitados a menudo, el tiempo incluso parecía haberlos olvidado.
—¡Hola, tíos! ¡Qué alegría verlos!
—¡Hola, mijita, nos da mucho gusto que vinieran! En seguida bajamos.
—¡Si tía, con cuidado! —No recuerdo que hubiera escaleras.
—¡Ay, mijo, la última vez que te vi aún usabas pañales! Pasen, dejen sus mochilas.
Vivían con sencillez, los muebles eran viejos y despedían el olor característico a madera fina, el cual competía con la humedad en el ambiente.
Todo estaba impecable, tanto que parecía un escenario, como si nadie ahí utilizara un solo plato.
Tío Eduardo comenzó a acarrear costales sosteniéndolos del nudo que los sellaba, Braulio se acomidió a ayudarle.
—¡Tenía tantas ganas de verlos e ir a caminar juntos al bosque! —dije emocionada mientras me dirigía hacia el pequeño cuarto que estaba detrás de la antigua estufa de leña. Tía Elsa se veía contenta.
—Les preparé una pequeña sorpresa, espero que Braulio no sea alérgico a los cacahuates. ¿Cómo han estado, díganme?
—Ay, tía, tanto por contar y la vida que no alcanza. ¿Les parece si vamos a pasear y de camino los pongo al tanto?
Dio un largo suspiro antes de contestar.
—Últimamente salimos para lo necesario nada más, pues los senderos se han vuelto peligrosos; supimos de visitantes que atravesaron la vertiente y no volvieron.
Tío Eduardo cargaba el último costal fuera de la cabaña.
—¿Ya ves, Má? ¡Mejor nos quedamos a descasar!
Les insistí que nos acompañaran, sin embargo se resistieron. Tras discutirlo en privado, accedieron a que nosotros diéramos una vuelta, siempre y cuando fuera breve.
Hicimos los arreglos necesarios y emprendimos el paseo hasta el arroyo.
Al llegar nos instalamos para almorzar, habíamos traído un termo con café y panquecitos de zarzamora, tía Elsa nos dotó de una gran cantidad de barritas hechas de semillas.
Le conté a Braulio sobre el último incendio que había consumido parte de la reserva, estaba de visita en aquél entonces, así que me tocó unirme a las brigadas para contener el fuego.
—¡Ah, el incendio!
—Sí, hijo, el que me dejó media pierna marcada por la quemadura. ¿Te cuento algo extraño que vi antes del incidente? —Braulio asintió intrigado.
—Me alejé del grupo de apoyo porque me llamó la atención un área que se mantuvo intacta. Recuerdo el claro a través de la espesura del bosque, una circunferencia casi perfecta. Dentro había sombras que parecían bailar, nacían de la luz que se filtraba entre las copas más altas de los robles. Eran algo así como una barrera, pues la arbolada se detenía detrás de ellos. En medio había un nido abandonado en el suelo… ¡De este tamaño! —le dije extendiendo los brazos lo más que pude— Quizá más grande. Estaba hecho por ramas y hojas ennegrecidas que despedían un olor rancio. Me asomé con curiosidad. Escuché el crujir de unos pasos, pero no había nadie. Decidí reunirme con el resto de los brigadistas. A penas di un paso y sentí un aleteo en mi espalda. Volteé temerosa. Uno a uno fueron llegando los cuervos que se posaban en el nido. Traté de alejarme, pero repentinamente una nube furiosa de aves me rodeaba, orillándome hasta llegar a un camino de fuego. Mi súplica de auxilio fue escuchada por las personas con las que venía, me llamaron y corrí hacia ellos, entonces me di cuenta que una parte de mi pantalón ardía en llamas adhiriéndose a la piel —perdí la mirada en algún punto evocando el dolor.
Entre el murmullo del agua creí percibir un chapoteo, comencé a inquietarme.
Conversamos un rato más, después regresamos antes de que empezara a oscurecer; en el camino devoramos las últimas barritas de semillas.
—¿Están buenas, verdad? Las prepara la tía, creo que aún hace trueque en el mercado con ellas.
Llegando a la cabaña, tía Elsa nos esperaba afuera.
—¿Cómo estuvo el paseo? ¿Quieren cenar algo?
—Estamos muertos, tía, si no te importa creo que vamos directo a la cama.
La seguimos al cuarto que acondicionaron. Nos deseó buenas noches y cerró la puerta con llave. Tenían esta costumbre desde que tengo memoria. Nos dormimos casi enseguida.
En medio del sueño, una especie de graznido que venía de afuera me hizo saltar de aquella improvisada cama. Parecía como si alguien se asfixiara y con un alarido liberara su garganta.
Me asomé por la ventana e intenté abrirla en vano. Una sombra reptante salió de entre el bosque, me quedé parada tras la abertura de las cortinas para tratar de distinguir qué era.
Sentí un escozor en la mano, temí que en las cobijas viviera algún bicho ponzoñoso.
En seguida oí pisadas en la hojarasca. Me pareció la figura de una ave enorme aproximándose, que, amenazante extendía sus alas. ¡De repente levantó el vuelo en picada hacia donde yo estaba! Ante la mirada de estupefacción, la sombra se reveló, mostrándose como otra ave que se lanzaba directo a la primera, haciéndola colisionar muy cerca del vidrio. Mi grito despertó a Braulio quien encendió la lámpara del móvil de inmediato. Tras contarle lo que había pasado, se asomó sigilosamente.
—¡No hay nada, Má!
Trató de calmarme, palmeando sobre mi hombro. Me recosté. Él regresó a su saco de dormir. Luché por no cerrar los ojos, pero el cansancio me venció. Dormitaba cuando escuché el maldito graznido otra vez, comencé a sudar frío. Lentamente unos pasos se arrastraban al otro lado de la puerta. Vi que el picaporte cedía ante una llave. Contuve el aliento antes de hablarle a Braulio… La voz de tía Elsa llamaba pausadamente.
—Hijita, hijita… mija, perdona que te moleste tan temprano, pero tu tío despertó con un golpe en la cabeza y quiero que lo revise la huesera, parece que caminó dormido y tropezó con algo.
—¡Los acompañamos, tía!
—No es necesario, regresamos en un rato. Hay más barritas de semillas en la mesa, por si quieren —salieron deprisa dejándonos encerrados en la cabaña.
Exploré el lugar, traté de abrir la puerta de la recámara de los tíos. Aunque no tenía picaporte, algo pesado la atrancaba por dentro. Fui a asomarme por la ventana que daba al porche. Estuve ahí un rato: ni un alma pasaba por ahí.
Súbitamente un golpe seco se oyó en el techo. A continuación los pasos arrastrados de anoche arañaban ahora la techumbre. Casi al punto del colapso, fui corriendo por el móvil. Me di cuenta que no tenía señal. El ruido cesó. Me senté un momento en una de las sillas para recuperar la calma.
Sentí curiosidad por la pequeña alacena, dentro solo había sacos con diferentes semillas y un tarro de miel seca.
—¿Qué haces? —dijo Braulio, sorprendiéndome.
—¡Me asustaste, hijo!, ¿Tienes hambre?
—No realmente. Oye, ¿estás bien? ¿No habrás tenido una pesadilla?
Sin contestar le mostré que no había señal de ninguna clase en el móvil. Hizo una mueca burlona de espanto.
—Má, en los costales que sacamos ayer, había ramas, hojas, y creo que plumas también. Lo sé porque uno de los nudos se desató, pero yo lo hice de nuevo —dijo rascándose en el brazo.
—Tienes ronchas, déjame ver.
—Tú también, Má.
Sin pensarlo fui a revisar el colchón en el que dormí. La superficie era irregular, hurgué en las capas inferiores estaban rellenas con el mismo contenido de los costales. De repente sentí encima el hormigueo de los insectos que ahí vivían. Me sacudí con repulsión.
Justo en ese momento la puerta principal se abrió. Los tíos habían regresado. Traían consigo diferentes frutas. Al tío Eduardo le escurría un ungüento marrón de la frente.
—¿Cómo estás, tío?
—No es nada —encendió el viejo radio, era un cajón de madera con una sola perilla. Me percaté que sus uñas eran largas y estaban llenas de tierra.
Se sentó y comenzó a comer algunas bayas.
La voz intermitente del locutor en la estación de radio local resonó por todo el lugar: … a las medidas de seguridad… emitidas … ayudantía del poblado de Santa Eulalia, …a las recientes desaparición… de personas, hacemos …a la población que no salga de… por la noche y evite las… despobladas del bosque. Desafortuna…. se registró… incidente. Se reporta el caso …vecinos, a quienes los …desde hace tres días. Cualquier información…
—Van a tener que irse —dijo él abruptamente.
—Pero, ¿y ustedes? También corren peligro.
—No hay cabida para nosotros fuera de aquí, estaremos bien mija. ¿Quién podría querer algo con este par de viejos? Pero primero acérquense a la mesa, no quiero que se vayan con el estómago vacío.
Braulio y yo nos miramos uno al otro sorprendidos, sin embargo con cierto alivio.
—Tía, les traje algo de ropa y dinero, espero les pueda servir.
Nos sentamos los tres, pero el tío Eduardo fue a pararse al porche, como si vigilara.
—Gracias, mijita —sonrió con rostro afable, los ojos se le humedecieron y con una mirada que calaba en lo más profundo, intuía que la despedida era definitiva.
Comimos en silencio. Quise advertirles sobre lo que pasó en la noche.
—Tíos, no estoy segura, pero me pareció ver…
Tío Eduardo se volvió hacia donde estaba y muy alterado gritó:
—¡Es época de cosecha, las creaturas de los alrededores se ponen inquietas, lo mejor es que se pongan a salvo!
No volví a tocar el tema. Al terminar, tomamos nuestras cosas y salimos.
—Cuida a tu mamá —ordenó el tío.
Los abrazamos. Solo hasta entonces percibí un peculiar olor acre en ellos.
Al alejarnos, Braulio se colocó los audífonos aprovechando lo que quedaba de batería en su dispositivo.
Metros adelante, me detuve para ver la cabaña por última vez. Los tíos estaban sobre en el techo.
Por un momento creí que era para despedirnos, pero para mi asombro vi que desplegaban unas enormes alas. Tío Eduardo miraba hacia arriba emitiendo aquel gorgoreo infernal.
Radica en Cuernavaca, Morelos. Sus textos se han incluido en diversas antologías de editoriales y revistas independientes, con temáticas como la escritura identitaria, cuentos de terror, ciencia ficción y fantasía. Participó en seminarios, cursos y talleres de escritura creativa, minificción, cuento gótico, narrativa fantástica. Cursó el 5o Diplomado Virtual de Creación Literaria del INBAL, así como el Seminario de Introducción a la Literatura Moderna y Contemporánea de México, de la Fundación para las Letras Mexicanas.