Me encuentro atrapado desde hace dos noches. Abro los ojos, pero la oscuridad que me arropa me impide ver con certeza en dónde estoy. Los sollozos que percibo me hacen pensar que no estoy solo. Hay alguien aquí conmigo. Un hediondo olor se hace presente. Poco a poco me voy adaptando a las tinieblas. Creo que alguien se acerca, escucho pasos. Esto parece una especie de bodega. El rechinido de la puerta abriéndose me eriza la piel. Se escucha un grito de horror y cuando el pórtico gira, algo cae sobre el piso donde me encuentro.
Los susurros se incrustan como pedazos de cristal en mis oídos. Una abrumadora sensación se apodera de mí. Creo que es una mujer. Llora en silencio, como si estuviera catatónica. Intuyo sus movimientos. Quiero acercarme, así que doy unos pasos. Me acuclillo y llevo una de mis manos hacia ella. Al contacto con su piel, el horror vuelve como un golpe. La mujer da un salto por el susto que acabo de provocarle. Sus ojos muestran desesperación y su cuerpo vibra como la madera antes de quebrarse en mil pedazos. No deja de gritar. Usa sus extremidades para defenderse de mí. Intento calmarla, pero fallo en el intento. No me queda más que retraerme y esconderme en mi pedazo de rincón.
He dejado de escuchar los sollozos. Seguramente se ha quedado dormida por el shock. ¿Qué demonios pasa? Siento un fuerte dolor de cabeza. Por alguna extraña razón no recuerdo cómo es que llegué a este lugar. Intento recordar. Escucho algo cerca de mí. Alguien se arrastra. De entre las sombras, asoma el rostro. Un anciano que al parecer no tiene una pierna. Mantiene su mirada en mí. No sé cómo reaccionar. Su semblante es el de un moribundo. En su rostro hay múltiples cicatrices y moretones. En sus ojos detecto agonía. Se acerca un poco más y distingo un sonido diferente. Cadenas. El hombre está encadenado de la única pierna que le queda.
—¿Qué fue lo que le hicieron?
—Él vendrá cuando el hambre se haga presente —baja la mirada hacia su muñón que parece recién cauterizado—. Acabará con nosotros. ¡Es el diablo!
El hombre me toma del brazo con fuerza. Sus ojos me miran desesperado. Siento cómo se insertan sus uñas en mi carne. Grita repitiendo las palabras: «Acabará con nosotros». Sus dientes rechinan por la presión que ejerce sobre ellos al temblar. Es como si el hombre sufriera un episodio de epilepsia o un tipo de convulsión. Solloza sin parar. Frenético. Logro zafarme. Es fuerte a pesar de su edad. Se oyen pasos acercándose. Puedo escuchar el rechinido de la madera, algo está a punto de abrir la puerta. La manecilla gira provocando ese rechinido que me eriza la piel. Mi pulso cardiaco está desenfrenado, intento calmarlo para saber quién rayos nos tiene ahí. La puerta se abre de par en par.
Él está parado justo en medio del marco de la puerta. Es como si fuera una sombra negra. No se le refleja ningún rasgo en el rostro, ni puedo distinguir su vestimenta. Pero logro percibir algo. Respira de una manera poco común. Suena como si usara una máscara de gas. Comienzo a sudar lentamente. Estoy petrificado. No hace nada, solo está allí, observándonos. Da unos pasos hacia dentro. Los sollozos de la mujer vuelven a invadir la atmósfera creada en este cuarto. Se dirige a ella. Quiero acercarme para saber qué está pasando, para saber quién es. Siento un frío recorriendo mis extremidades inferiores. Toma a la mujer de los cabellos, los gritos se hacen presentes y de un golpe la silencia. Un calor en mi abdomen se hace presente y tomo fuerza para gritar: «Oye, qué te pasa?». Solo siento que se me apagan las luces.
Abro los ojos. La cabeza me duele mucho más que cuando desperté la primera vez. Intento moverme y me doy cuenta del peso que hay en una de mis piernas. Reconozco ese sonido. Estoy encadenado. Creo saber qué ocurre. Grito dando jalones a la cadena que está ensamblada a una viga de madera. Analizo la situación. Me doy cuenta que el anciano ya no está. Siento el sudor corriéndome por la frente. Me desespero con cada segundo que pasa, sé que soy el siguiente. La mujer no volvió, y el anciano no creo que lo haga, deben estar muertos. Se acelera mi ritmo cardiaco, ¿cómo evitarlo? Solo quedo yo en esta habitación. El cansancio azota mi cuerpo, así que opto por recostarme.
Despierto con un suspiro. Sigo vivo. No quiero morir. Me levanto y sigo jalando, quisiera romper la viga para zafarme de mis ataduras. No puedo más. Estoy agotado. El dolor comienza a aparecer desde mi tobillo hasta mi pantorrilla. Mis tripas comienzan a gruñir y mi boca está completamente seca. Siento mi cuerpo desfallecer. Escucho las pisadas acercándose y me concentro en el picaporte. Rezo para que no se abra esa puerta. De pronto se escucha esa respiración y miro con el corazón en la mano hacia la puerta, «que no se abra», pienso. Se escuchan voces a fuera, «¡No, por favor!». Grito mientras el llanto me envuelve. Después de unos segundos, nadie entra.
Me rindo ante el sueño. Pero algo me despierta de golpe. El picaporte comienza a girar y el rechinido de la puerta abriéndose me hace estremecer como nunca.
—¡No por favor! ¡Ten piedad por favor! ¡No lo hagas!
Imploro con todas mis fuerzas. Tiro desesperadamente de la cadena. Aumento el volumen de mis gritos. Comienzo a arañar mi tobillo con tal de liberarme. Escucho su respiración áspera. No dice nada, es como si no fuera humano. Se acerca, intento defenderme, pero es inútil. Toma la cadena y de un jalón la desprende de la viga.
—¡No! —grito entre lágrimas.
Comienza a jalarme como si fuese un animal que va directo al matadero.
—¡No lo hagas! ¡Ten piedad de mí!
No le importa nada. Me arrastra a través de esa oscuridad. Los pasos que da sobre el piso de madera me atormentan. Mis sollozos no sirven de nada. Solo siento un golpe en mi sien. Despierto y la impotencia me consume lentamente. Estoy atado en medio de una mesa. Intento zafarme, pero es inútil. Miro en todas direcciones, hay sillas alrededor mío.
—¡No por favor! ¡¿Qué están haciendo?! ¡No lo hagan! Los pasos resuenan otra vez. Escucho respiraciones, igual de ásperas que las de aquel ser que me arrastró hasta allí. Entran en la habitación, mis gritos resuenan más fuerte. Cada uno toma asiento mientras lucho para liberarme de mi terrible destino. El festín comienza.
Andrew Pérez Aké es un escritor mexicano, nacido en Calkiní, municipio del estado de Campeche en 1998. Actualmente reside en Mérida, Yucatán. Es licenciado en lengua y literatura y autor de una colección de cuentos titulada Hombre Lobo, publicada en febrero del 2023 bajo el seudónimo Steven Drew Pérez (S. D. Pérez). Su trabajo como cuentista ha sido difundido en toda Latinoamérica y España. Es coautor en las antologías de cuento Maestros del suspenso, Medallas de Oro y Detectives al acecho, por parte de Gol Editorial. Así mismo, es parte de las antologías Rostros de la Noche y Relatos para Desvanecerse, a cargo de Grupo Editorial Letras Negras, próximos a publicarse. Andrew tiene una antología lista para publicar llamada “La Presencia y otros relatos extraños”.
Uffff la tensión no se separó de mí nunca. Muy buen cuento