El día que dejé de ser joven creador y otros ensayos breves

El día que dejé de ser joven creador

En México a los 35 años los creadores de literatura pasan de ser jóvenes promesas a fracasos reales. No por nada es la misma edad en que Dante llegó al Infierno. A la mitad de la existencia el sistema cultural te rompe la madre. Sin avisar, sin amenazas, en un día soleado y de celebración, el mismo mecanismo que por años te consintió de repente suelta un madrazo que te destroza las bolas junto a los sueños.

Como escritor, antes de los 35 puedes andar ufano con uno o dos poemarios publicados por la casa de cultura de tu colonia o por algún libro de narrativa o ensayo de Tierra Adentro. Viajas gratis, vas a Ferias de Libro, te relacionas con aquellos autores a quien lees y admiras, chupas hasta ahogarte de pendejo en encuentros con otros morros de tu edad, coqueteas con editoriales nacionales e internacionales, ligas y te ligan.

Sexo, drogas, alcohol y Los Simpson son tu dieta cultural diaria. Eres un rockstar posmoderno. Feo, sin dinero, ni trabajo, ni casa, y muchas veces sin pareja, pero al fin de cuentas eres un rockstar con la obra que augura éxitos editoriales. La ecuación no puede fallar. Ya obtuviste alguna beca estatal (o varias), viajaste al extranjero como una joven promesa mexicana, te entrevistaron en radio y televisión, tu fotografía ha salido varias veces en los periódicos. Si tienes suerte, has hecho estancias en universidades gringas. ¿Quién va a frenarte? Que chingue a su madre el Fonca si nunca te dieron la beca. Y si la ganaste, otra raya más a tu garantía de éxito.

Pero a los 35 el panorama empieza a nutrirse de malos presagios. Si cumples años antes de marzo, como yo, estás impedido para participar en concursos de nóveles plumas. “Los concursantes deben tener 34 años cumplidos al cierre de la convocatoria”, rezan los certámenes excluyéndote del reino de los jóvenes creadores. “Ahorita no, joven”. “Eres un apestado, cabrón”. “¡Húscale!, sáquese a la chingada”. “!Herria!” De todos modos nunca ganaba, pero la esperanza de triunfo siempre alimenta el alma del artista.

Una vez superada la época juvenil, según el andamiaje literario nacional, da vergüenza andar regalando tus obras completas, aquellas que en algún momento demostraban tu pedigrí literato. Los ejemplares que tienes desde los veinte años sólo demuestran que no vendiste ninguno y que tampoco nadie te volvió a publicar. Los halagos de tus tías y de tus compas de Administración, que aún te llaman “el poeta”, demuestran la altura de tu obra.

La misma caducidad permea la vida. Andar sin chamba a los 35, más que poeta maldito te define como un huevón valiendo verdolaga en chile verde. De las morras, ni hablar. No te voltean a ver. A menos que andes ligando a las chavitas que asisten a los talleres literarios que por descuido te pasó algún compa. De enfant terrible de las letras nacionales pasas a chavo-ruco rabo verde.

Lo más triste es que un día te despiertas crudo y no quieres chela ni menudo. Te duelen las articulaciones tanto como la conciencia. Los amigos empiezan a ser cada vez menos y, por eso, los quieres, los admiras y los disfrutas más. Muchos de los autores maestros con quien compartiste se han muerto o están en hospitales. Te cagan las divas literarias que se creen Bolaño Resucitado o aquellos que simplemente no han comprendido que —como tú— han fracasado, y andan luciéndose como quinceañera en cada presentación de libro o lectura de poesía o fotografía de Instagram, Twitter o Facebook.

Finalmente, la cuestión se desnuda. Sin una posición realmente interesante en Europa o Latinoamérica o en Estados Unidos o en la FIL de Guadalajara, a los 35 años has fracasado como escritor en México. Porque si algo enseña la literatura es eso: fracasar significa conocer la fina candidez de la existencia. Aquello, lo más entrañable de estar vivo, que no tiene que ver con publicaciones, ni reconocimiento, ni contactos editoriales. Lo que se entiende en el silencio, a la mitad de la noche, cuando sigues luchando por lo que crees bueno, bello, verdadero.

Con ese fracaso en el pecho, este día que ya dejé hace mucho de ser joven creador puedo asegurarles, a todos ustedes, que yo iba a ser el Rimbaud de la literatura mexicana, pero me chingué la rodilla.

El día que agentes nazis iban a matar a Pablo Neruda en Cuernavaca

El miércoles 31 de diciembre de 1941 una columna del diario El Popular aparece bajo el título “¿Cuernavaca o Berlín?” El texto da cuenta de la agresión que había sufrido el poeta chileno Pablo Neruda el domingo 28 de diciembre anterior por parte de supuestos agentes nazis en el Restaurante-Hotel Parque Amatlán, ubicado en la capital morelense y propiedad del alemán Roberto Kabler.

Neruda había viajado de Ciudad de México hacia Cuernavaca junto a la familia de Luis Enrique Délano y varios amigos más, algunos de ellos también representantes de Chile en México. Durante la sobremesa, los contertulios hablan sobre la guerra, abordan las últimas batallas del conflicto y se centran en el ataque a Pearl Harbor, hecho sucedido tres semanas antes y que había sido la circunstancia por la que los Estados Unidos entraban a la batalla. Junto con la decisión norteamericana, le siguió en el mismo sentido la de las autoridades mexicanas. Así Neruda y sus amigos brindaron a la salud de los presidentes Roosevelt y Ávila Camacho, sin saber que a su alrededor se gestaba el ataque en su contra por parte de agentes de la Gestapo.

En carta a Diego Muñoz y Alberto Romero, el poeta describe: “de pronto estos bandidos se levantan y se precipitan sobre nosotros, formados más o menos militarmente, armados de sillas y unos laques que fueron a buscar a sus automóviles. […] Haciendo el saludo nazi se lanzaron contra nosotros que naturalmente nos defendimos, a silletazos, bofetadas, etc. Pero eran muchos y, como os digo estaban armados. Yo recibí un lacazo que me partió la cabeza, no sin haber pegado algunos silletazos, pero os digo que tengo la cabeza dura. Algunos eran derribados y se levantaban felina y gimnásticamente”.

En Pablo Neruda: los caminos de América, Edmundo Olivares Briones recoge la mirada de Poli Délano, hijo de Luis Enrique y un niño en ese entonces, la cual es aún más acogedora de las circunstancias: “Mi padre me había empujado debajo de la mesa y desde allí retuve algunas imágenes: a Lola, mi madre, y a la Hormiguita combatiendo mano a mano junto a sus hombres con otros tipos que parecían, pienso ahora, bastante mejor preparados. Vi a mi madre reventar en la cabeza de uno de ellos una gran caja de fósforos de chimenea, gigantes; a mi padre defendiéndose, y a Neruda con la cabeza partida y la sangre corriendo a raudales”.

Cuando los nazis ven al poeta con el cráneo desecho salen huyendo. Creen que lo han matado. Neruda fue llevado a un consultorio donde al parecer es atendido por médicos que habían llegado de España con el exilio republicano. Por la tarde, y ya con una nueva anécdota que contar, la comitiva chilena tiene que pasar también por una tienda de guayaberas donde compran una nueva camisa para Neruda. La que llevaba puesta había quedado tapizada de sangre durante la gresca.

Heinz Wobeser, Von Teodhos, Von Warner, Rudolf Richard Korkowski, Alfred Streu, Guillermo Wolf, Guillermo Dohle y Fritz Hemminger fueron señalados como los agresores. Éste último fue apresado, horas después, en el restaurante “Charle Place”, donde había buscado refugio. Según David Schidlowsky, en Neruda y su tiempo: 1904-1949, el aprehendido era “un veterano de guerra y había actuado activamente en la defensa nacional de México. Al ser acusado por un semanario de atacar comunistas, había comentado: ‘ahora todos saben que soy un buen nazi’”.

La prensa nacional condenó el ataque y en el texto de El Popular se denunciaba el hecho no como una riña entre simpatizantes de lados opuestos de la guerra, sino como una agresión dirigida en contra de los partidarios comunistas. Llamaba a las autoridades a actuar en contra de todos los agentes nazis radicados en México. Y sobre todo pedía investigar esos locales de Cuernavaca que hacían de, en ese entonces, la pequeña ciudad, el nido preferido de los espías de Hitler en México.

Toco tu boca

I

Toco tu boca, con mi pene toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi sexo, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi escroto elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi glande por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de mi vientre.

Me miras, de lejos, con mis piernas como tenazas, me miras, cada vez con más movimiento y entonces jugamos al vaivén. Yo a la mitad de tu cuerpo, tú en la mitad del mío. Nos miramos cada vez con más movimiento y mis ojos se agrandan, se acercan entre tus muslos, se superponen y los amantes se aman, respirando confundidos, las bocas se encuentran con los pliegues y luchan tibiamente, mordiendo, chupando, lamiendo con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando con el sexo contrario donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.

Entonces mis manos buscan hundirse en tu vulva, acariciar lentamente la profundidad de tu centro mientras nos besamos y gozamos nuestras bocas llenas de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del sexo, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar, a ti y a tu vagina en mi lengua, contra mí, como una luna en el agua.

II

El sexo oral es fuente de energía. Los egipcios cuentan que Isis unió los fragmentos de su hermano destrozado, Osiris. Pero olvidó su miembro. Le moldeó uno nuevo de barro y para darle vida lo chupó. El sexo oral es fuente de energía.

En La Ilíada aparece el término mujeres de Lesbos. Se supone que se refería a las féminas mejor dotadas para la felación. El verbo griego “lesbiázein” significa “felar”. En la Grecia Clásica, la isla era famosa por la habilidad de sus habitantes para realizar esta práctica.

En Roma, las prácticas sexuales tenían matices sociales y de poder. El sexo oral estaba ligado a la pasividad y, por tanto, lo realizaban mujeres, esclavos o discípulos a sus esposos, dueños o maestros. Marcial escribió:

Me sentía mal:

pero en seguida viniste a verme tú, Símaco,

Junto con cien discípulos tuyos.

Me tocaron cien manos heladas por el cierzo:

No tenía fiebre, Símaco, y ahora la tengo.

La Biblia no ofrece ningún pasaje específico sobre la felación o el cunnilingus. Su rechazo por la comunidad cristiana, aburrida por antonomasia, está basado en el pasaje de Sodoma y Gomorra, donde se narra que la perversidad humana nace de la contaminación sexual. En cambio, en el Islam —tan criticado— no hay ninguna prohibición al respecto.

En el capítulo número dos del Kamasutra se habla sobre los tipos de besos. El mejor, el beso de los besos, es donde los labios descubren el sexo del amante. Aplicarlo a la mujer, menciona, es fuente de un placer extremo. Hay que estar atento a sus reacciones, recomienda, para saber por los movimientos si el gozo llena su alma. La mayor de las señales que indican que uno va bien, es la humedad que brinda la amada, esa fuente de dichas que se desborda entre sus muslos y nuestros labios. ¡El sabor de la victoria!

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