El cuco del reloj

Yael despertó con un grito. Creyó que su vecina había encontrado a su esposo con la amante, pero no fue así. El grito lo pegó él mientras dormía, o mejor dicho, cuando intentaba despertar de la pesadilla que lo envolvía noche tras noche. Todo había comenzado cuando perdió el reloj que le dio su abuelo. Antes de irse, don Simón colocó su amado reloj en las pequeñas manos de Yael. El reloj se convirtió en su fiel compañero hasta que un día al salir de la biblioteca se dio cuenta que no lo llevaba. Después de horas, días y semanas de buscarlo, se dio por vencido. Mientras realizaba una investigación para la gaceta donde trabaja, dio con una tienda de antigüedades.
El joven entró al lugar y lo primero que percibió fue el olor maderoso de los muebles, la vanilina y el etilbenceno de los libros antiguos. Empezó a husmear y encontró cualquier tipo de curiosidades, que bien podrían ser baratijas chinas o reliquias verdaderas de incalculable valor. Preguntó por los relojes que pudiera haber en el lugar. La anciana que atendía le mostró todos los que tenía, incluso los de pared. Para su decepción, el joven no encontró su preciado obsequio; sin embargo, se llevó consigo un pequeño reloj cucú que llamó su atención. Se trataba de un objeto tallado en ébano, simulaba una vieja casa del siglo anterior. Los detalles de la ventana, la puerta, las vigas, el techo y la pintura lo dejaron admirado. Le recordaban algo, aunque él no sabía qué era.
Al llegar a casa colocó el cucú en la sala. Sacó de la cocina el mezcal que su abuelo le dejó. Lo cuidaba como un tesoro más. Se sentó en la silla de palma ya raída después de años y años de uso. El sitio favorito de don Simón. Bebió a la salud de aquel hombre que lo crio. A la hora exacta el reloj sonó puntual. Después de dos copas, Yael se sintió mareado. Caminó de un lado a otro, se sentía extraño. No era solo el mezcal, aunque quizá sí. Hacía días que no comía ni dormía bien a causa de las pesadillas. Se fue a la cama. Justo antes de quedarse dormido recordó dónde había visto esa casa. Intentó no cerrar los ojos, pero el sueño le cubría el cuerpo como una manta pesada.
El pájaro que cantaba el cucú era disecado. Se asomaba con el primer segundo de cada hora. Esa noche la pesadilla fue otra, no la de siempre donde un espeso bosque negro lo abrumaba y engullía. Daniel corrió en un laberinto versallesco, no parecía encontrar la salida. Los pasillos se movían tanto que ni Potter hubiera podido encontrar fácilmente cómo salir de ahí. Cuando logró llegar a la puerta, se topó con una casona abandonada, pero habitada pues había luces al interior. Lo más interesante es que la casa era idéntica a la del reloj cucú. Yael tocó la puerta, cuando esta se abrió él despertó con un grito aterrador.
Después de varios días, Yael tomó más café que de costumbre, una bebida energizante y cenó en abundancia. Creyó que sería una buena invitación para el insomnio. No fue así. Cayó rendido y la pesadilla se repitió. Su estómago lleno al tope, al parecer, lo hizo más lento dentro de su sueño. Cuando tocó la puerta y esta se abrió, gritó. Su abuelo estaba ahí dentro. El anciano mostró a Yael el reloj de la pared, era el que le había regalado. Antes de contarle sobre su desaparición, abuelo y nieto fueron arrojados al suelo por un viento recio. Al intentar salir de la casa vieron un tornado, aunque más bien era una oscuridad que lo inundaba todo. De pronto, el pájaro cuco del reloj se acercó a ellos. Su tamaño era monumental comparado con ellos. Entendieron que pretendía salvarlos. El joven se aferró a las plumas del ave, este dio giros para tratar de evitar la oscuridad que intentaba devorarlos. El abuelo Simón alcanzó a trepar al lomo. El ave emprendió el vuelo, pero antes de alejarse del tornado, chocó con un árbol petrificado y se desvaneció.
Yael abrió los ojos y estaba tumbado en el piso, en la mano tenía una gran pluma de ave y en la otra, el reloj que su abuelo le obsequió. Ahora, le urgía volver a dormir, pero el insomnio no se lo permitió. Durante las siguientes noches ni siquiera logró soñar. Recurrió a los médiums, a la hipnotización y a la meditación. Nada surtió efecto. El cuco sigue sonando puntual cada hora y cada día sin falta.

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