EL ARCOIRIS.

Silas flota, ondula entre jirones pajizos de nudos blanco marfil que se desplazan inanimados en el cielo nocturno.

Abajo el mundo duerme plácido a la espera de la mañana.

Nubes ciegas extienden los brazos cuando el arco multicolor que reverbera y oscila pendiente siempre de la oscuridad pasa junto a ellas; alcanzan a rozarlo pero no consiguen robarle el más mínimo vestigio de color. Y esta acción se repite y se repite y se repite.

Algo aúlla desde el crepúsculo palpitante, un alarido que viaja en consonancia cuántica sobre la malla de los sueños. Y es en este momento cuando Silas esboza una sonrisa.

O un gesto.

No está determinado sí es de burla o condescendencia. El acto en sí mismo está vedado a la inteligencia del que narra esto. 

El arcoíris estimula con cargas eléctricas cada línea de su sistema nervioso y éstas responden lanzando al vacío ecos que descienden a la bóveda planetaria y se transforman en truenos y relámpagos. Pero allá abajo nadie se da cuenta. El universo se siente ignorado.

Los habitantes del mundo siempre han sido ciegos, sordos, estúpidos y flojos.

Sí pudieran abrir los ojos se posibilitarían así mismos de la contemplación de este instante. 

Ejercicio inútil, reflexiona Silas ¿Qué es la humanidad después de todo? Un hato de ovejas descarriadas que tienen el defecto de elegir como su líder a la más tirana y glotona.

La ignorancia cierne sobre ellos amenazas que la especie humana codifica como pesadillas.

Su ignorancia no es digna de una aniquilación instantánea.

El arcoíris sigue desplazándose sobre la galaxia, cruza la vía láctea parafraseando textos que leyó de un ilustre representante del género humano “Está Dios Muerto?”

Un nuevo alarido sacude silencioso la cámara espacial y las siete luces de Silas destellan excitadas, sabedoras de que el ritual largamente anhelado está a punto de iniciar.

“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”, murmura el arcoíris, como rezando un padre nuestro, maravillado del talento de ese ilustre mono terrestre.

El mundo abajo no despierta, ni siquiera se mueve. Una parte está dotada de luz. Un hemisferio dormita despierto, camina, cruza avenidas sin voltear a mirar sus pasos. El otro lado se deja engullir por las sombras y, la gente, se acomoda en su lado preferido de la cama para continuar babeando, distraídos, las almohadas.

La audiencia con el astro celeste ya había sucedido y estaba a punto de llevarse a cabo. Está sucediendo en este instante, en el transcurso de la interacción en donde Silas asciende sobre unas escalinatas anaranjadas, alcanza el portal y se interna en la corte ardiente.

Aquí arriba la oscuridad brilla. Silas estira los siete colores y expresa al Sol sus apetitos. Un zumbido penetra las capas ásperas de las estrellas muertas, un aleteo de millones de insectos, alas quemadas que apestan a destrucción.

El rey habla:

-Silas

-Astro, he venido por lo prometido.

-¿Sediento has estado en tu continuo fluir?

-No es por eso que elevo mi reclamo.

-¿Sabes que la fruta que se pudre termina contaminando a las demás?

-Es por eso mismo que solicito tu anuencia.

-¿Y la destrucción apagará la ira? ¿Sucumbirás a tu pasión?

-Ellos mismos lo han visto en sueños y no les importa. Déjame apropiarme de su manto.

-Tanto tiempo leyendo a esos filósofos te ha nublado el discernimiento.

-¿Tengo su venia o no?

-Que así sea. Preséntate ante mi sin aviso previo cuando la tarea se haya culminado.

-Así será, Astro.

En el espacio, unos diminutos cuadrados perfectos se confabulan en la estrategia. Un tablero de ajedrez sin piezas, no hay rey, no hay reina, ni peones o torres y alfiles. Silas cruza a la estratósfera extendiendo sus tentáculos viscosos. No tiene rostro pero sus terminaciones palpitantes indican que el ansia reboza de satisfacción.

Brilla, oh, arco.

Fulgura, Iris de Orión.

Los colores penetran la atmósfera y la lluvia ácida se precipita sobre cerros, rascacielos, campos de algodón.

Un hombre deja la taza de café humeante sobre la barra de su cocina y camina hacia los grandes ventanales.

Extendido, como un puente entre dos montañas, aparece un arcoíris magnífico.

El humano sonríe y piensa en ir a despertar a sus dos hijas pequeñas.

Silas decide lo contrario.

1 comentario

  1. Ciencia ficción cósmica con un ritmo frenético. Entes abstractos ajenos a la experiencia humana. Disfruté el texto. Saludos.

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