Me encontraba en el mercado de San Juan de dios en Guadalajara, según los que saben de estos lugares, el de la capital tapatía era uno de los más populosos del país. Era como una simbiosis, muchas formas de vida creando a un solo ser gigantesco. Como el caos en perfecta armonía en su misma imperfección. Los cordones sueltos de mis tenis se arrastraban entre charcos de aguas turbias de procedencia incierta. Por las noches los laberinticos pasillos son limpiados por el agua que brota de las fauces de una gran serpiente ancestral y primogénita. Se dice que el mercado de San Juan de Dios fue construido sobre los cimientos de un templo donde vivían dioses con una antigüedad medida en cientos de miles de años. Lo anterior me lo contó un vendedor que me ofrecía lentes de sol clonados Dolce & Gabana. Catier y Prada, entre otros. Pero las leyendas por muy delirantes que sean no combinan bien con el capitalismo pirata. Seguí caminando donde mis pasos les diera la gana de llevarme, con unos lentes clonados nada te puede detener ni la aburrida realidad.
Pero el caos hizo sentir su presencia para exigirnos respeto. Un tanque de gas pequeño y en forma de botella, giraba violéntame, soltaba un gas que se extendió en cuestión de segundos y se expandió a varios metros a la redonda. El olor era fuerte, sin comparación alguna. ¿Sería el monóxido de carbono de una motocicleta que rodara en el tiempo? ¡Chingada madre! Nunca conoceré el olor del escape de una motocicleta que rueda en el tiempo. Pero estaba seguro que de existir sería muy parecido a lo que se estaban llenando mis pulmones y taladrando mi cerebro.
Nadie podía escapar, ¿dónde lo podríamos hacer huir? únicamente taparse la nariz con las manos procurando no caer en asfixia. Escuché sirenas de ambulancia, gritos, llantos. Traté de alejarme lo mas que pude. Luego dirían que era el gas naranja sin su mortal agente activo. Que fue un poderoso sedante utilizado por los soviéticos en la guerra de los coreas. ¡pinche imaginación tiene los que inventan las leyendas urbanas!
Abrí mis ojos: me encontraba sentado en el suelo mi espalda descansaba en una pared mugrienta. No pude saber si solo parpadeé o estuve inconsciente por algún motivo. Me puse de pie. Me acomodé los lentes Cartier sobre la nariz, no conocía esta parte del mercado y traté de encontrar algunas de sus salidas.
Me topé con un puesto al parecer de bragas femeninas, demasiado sexis eran de esas que se utilizan para incrementar la pasión. Pero a simple vista muchas cosas no me cuadraban o no me parecían razonables, un hombre colocaba sobre su mercancía un letrero hecho de cartulina verde. La publicidad era realmente ingeniosa e invitaba al consumo. “Recuerda el que compra ¡¡Quita!!” quien acomodaba el cartel daba la impresión de ser un anciano con un rango de edad complicado de definir. Demasiado delgado pero musculoso, barba y cabellos largos como de vagabundo. Vestía con una túnica hecha con una tosca manta que en sus mejores años fue un costal de papas. Y pisaba algo parecido a unas sandalias decrepitas. Notó mi presencia, tenia en la mano una linterna prendida. Ociosamente prendida ante la falta de oscuridad. Le dije. Tienes la lampara prendida — me respondió
—En plena luz del día busco a un hombre justo y no lo encuentro — pensé ¡Chingó a su madre! Se metió el loquito de la calle a la tienda. Por compromiso le pregunté
—¿Quién eres? — me respondió
—Soy Diógenes de Sinope, algunos me conocen como el perro. ¿Se le ofrece algo?
—No. No tengo pensado comprar ni bikinis ni brasiers. La verdad es que creo que la frase del letrero, no podría ser más qué certera. “Recuerda, el que compra ¡¡QUITA!!Pegado a un bikini…digamos que es una hermosa mezcla entre lo poético y vulgar ¡Es usted maestro de mercadotecnia!
—Soy maestro, pero no de eso que dices. Hablo al pueblo en el ágora. — Por algún momento me olvidé que posiblemente estaba hablando con el loquito de la calle y le respondí.
—Tiene un contexto más profundo esa frase.
— “Recuerda, el que compra ¡¡Quita!! Se puede interpretar como la forma de caer en un agradecimiento dependiente. Los hombres y mujeres sabios, son muy cuidadosos con lo que reciben de regalo. Mientras más valor le des a lo que te obsequian igual grande o importante será de lo que te tendrás que desprender. A mi el hombre mas poderoso del mundo me pidió lo que quisiera, en tono de orden le expresé que no quería nada. — Le respondí.
—¿Qué te pudieran pedir a ti? ¿que tienes para dar a un hombre tan poderoso? — respondió
—Ser su consejero. Llevarme hasta las puertas del palacio de Darío de Persia, yo no quiero esto. — le respondí
—No…pues…sí, ¿a quién chingados le gusta estar en la puerta del palacio de Darío? — Me respondió.
—¿Y que no piensas comprarme nada? …tengo Gucci, Versace. Dior, Fenfi—Negue con la cabeza. Me dijo mientras apuntaba mi rostro con su linterna.
—Es que no tienes a quien dárselo y por lo tanto tampoco a quien quitárselo— Dije en mis adentros ¡Pinche cabron! ¡Si con razón te dicen el perro! Das el golpe donde más duele. Le dije en tono autoritario
—Claro que tengo una mujer a quien dárselo. Dame 10 de estos bikinis trasparentes, sin aranderitas e igual número de breasieres que me escoja las que tengan menos tela. Que me lo ponga todo en una bolsa.
—Deme la talla.
—Métale cualquier talla, de mediana a grande, que es pura pinche ropa pirata la que vendes. — le pague y recuerdo que me hizo un descuento. Por que en esos momentos sentí un mareo fuerte, todo el mercado San Juan de Dios giraba alrededor mío.
Me encontraba acostado en la camilla de un módulo de atención medica que habían montado en las afueras del mercado. Tenia una mascarilla de oxígeno, llego hacia mí una joven enfermera era morena de estatura baja, piernas y cadenas gruesas, me pareció atractiva. Le pregunté
—¿Qué me sucedió? — ella me veía con una sonrisa en silencio. Me dijo:
—Estalló un tanque de gas Sevoflurano, es un potente agente anestésico. Apenas tantito puede hacer dormir un caballo por horas, algunas personas entre ellas usted lo respiraron en cantidad. — me levanté hasta quedar sentado. Siguió hablando conmigo, sus manos jugaban con una larga trenza, movía el cuerpo muy lentamente. Supuse que le agradaba, me dijo;
—Nada más, no vayas a paniquear en los próximos días, porque andan diciendo que lo que exploto fue un arma química de esas que utilizan en las guerras y que todos morirán en aproximadamente un año. — tenía ese peculiar acento de la zona de los altos. le respondí e tono amigable:
— ¿Crees que sea de los que tienen miedo?
—No, no pareces. — me contestó sonriendo.
—¿Dónde estabas cuando perdiste la conciencia—le pregunté, ¡como te llamas?
— Sofía. — contesté a su pregunta.
—No lo recuerdo, Sofía. Pero no se cuanto de ese gas inhalé ¡Crees que haya muerto por unos minutos?
—No, reamente no creo… ¿Por qué preguntas eso? ¡Qué viste!
—A un filósofo que vivió hace muchos años, estaba vendiendo en un puesto. Puedo recordar hasta lo que pensaba de él mientras hablábamos, pero yo no sabía quién era.
—Es normal. Al parecer todos los que sufrieron intoxicación severa tuvieron algún tipo de alucinación, — Ella me dio una tarjeta mientras me decía:
—Le vamos a dar seguimiento a los afectados, si presenta cualquier síntoma, marque a este número. — le dije ¿es tú número?
—No. Es de un módulo del IMSS, una persona le contestará y le canalizaran con un médico. Me puse de pie, le di la mano agradeciéndola por su atención. Di unos pasos y escuché su voz.
—Un momento por favor —quedé inmóvil —continuó.
—Se le esta olvidando algo, — le respondí.
—No puede ser, no cargaba nada. Únicamente lo que traía puesto. —en ese momento la enfermera me dio una bolsa rebosando de prendas femeninas, entre bikinis y bracieres. Aquel acto me asustó mucho. Pensé. ¿Qué demonios me esta pasando?, yo no puedo tener toda esa porquería, se supone que me lo vendió Diógenes mientras estaba inconsciente. Le dije
—Eso no puede estar sucediendo, al menos no en la realidad. — Sofía debió de haberme mirando como si yo estuviera viendo al diablo. Me dijo:
—¡Se encuentra bien? A usted lo hallaron tirado frente a un local, que estaba cerrado, con sus diez dedos tiesos sostenía esta bolsa. — Le dije. Mientras le devolvía la tarjeta.
—Usted me atendió. Lo justo es que me dé su número Sofía. — ella tomó la tarjeta y escribió en ella mientras decía,
—Hoy salgo de vacaciones, me voy a Mazatlán —le dije
—Espero no ofenderte, pero te lo regalo. Osea: quédate con todas esas prendas, son Versace, no las necesito. — Me respondió:
—Ya las revisé son clones, no son originales, pero te las acepto, muchas gracias. — nos despedimos con una sonrisa, y recordé esa frase “Recuerda el que compra ¡¡Quita!! En ese momento escuché el potente ruido de una moto, miré hacia donde provenía. ¡Por todos los demonios del infierno! Era el viejo Diógenes con los cabellos al aire, llevaba mis lentes de sol Dolce & Gabana, su desalineada barba sobre el pecho ya no vestía con un costal de papas. ahora tenía una saga sport, unos Jeans rotos. Manejaba una Honda. Me dije “¡Pinche perro! Tiene estilo”, el hijo de puta.
—Entonces pensé, mi cuerpo debe estar en algún lugar tendido, seguro en un pasillo del mercado o en un hospital, sin duda sigo alucinando. Diógenes hizo un alto por que se le atravesó un camión. Corrí para alcanzarlo, lo alcancé. Me tiré en el asiento de atrás. le dije:
—Vámonos a Mazatlán, en lo que me dura el efecto o en lo que la muerte me encuentra. El perro de Sinope me respondió:
—Ya nadie entra a ese pasillo, la muerte se llevará su tiempo en encontrarte.

Iván Noé Espadas Sosa, Cacalchén Yucatán. Proyectista de Cine. Maestro de la escuela de escritores y del Centro a la investigación histórica y literaria de Yucatán. Libros publicados Hora Cero. El Nido del Cuervo. Sin lugar en la tierra. Cinema Palacio. Editados por la dirección de cultura de Mérida. Crónicas de los Cines de Yucatán 1970-1994 PECDA 2021. Sus textos se encuentran en la menos una docena de antologías antologías. Entre ellas: Terror volumen 4 y 5 de la Editorial Lebrì. Y la perra que conoció el mar y Predeterminaciones.