Los días avanzan. Mamá ha olvidado sus gustos y tiene la cara más flaca. Ya no recuerda qué tanto le gustaba el dulce de guayaba, ni que los viernes salía de casa para ir a jugar canasta con sus amigas. Se ha vuelto mi niña, la pequeñita, que a la hora de comer juega con los cubiertos porque se le han extraviado los modales.
Esta semana se ha escapado tres veces con todo y las trabas que hemos puesto a las puertas y ventanas. Es como si por cada recuerdo confinado al olvido se le otorgaran mil llaves. Quiere ir con Papá a Dinamarca, dice que él ha estado ahí desde que se fue de casa; hace más de un lustro don Manuel salió por la puerta delantera con 90 kilogramos de peso, ochenta y cinco años de recuerdos y su mejor traje. Un paro al corazón fue el responsable. Y su viejita, como la llamaba, no hace más que anhelar su próximo encuentro.
Es llorosa y terca como ella sola. ¡Se ha vuelto tan berrinchuda a la hora del baño y la comida! Hay veces que la tengo que corretear para seguir tallándola con el zacate, o meterle a la fuerza la cuchara en la boca.
Javier, médico antes que hermano, me sugirió una clínica que se especializa en estos casos. Yo no estoy segura. Tengo miedo de que Mamá se muera de tristeza en vez del olvido, que ya la tiene sentenciada.
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Es 21 de marzo. Hoy fuimos de viaje a Dinamarca a celebrar la primavera. Alistamos todo y ¡nos pusimos tan contentas!… Mamá, con su nerviosismo alegre que la hace temblar, no paró de subir y bajar las escaleras; trajo el oso gigante de peluche que le regalamos la Navidad pasada, el traje gris de Papá, la camisa blanca, una corbata a rayas con varios tonos de azul intercalados, la pipa y el tabaco aún oloroso.
Sobre la mesa de la cocina pusimos tres tazas, una caja de McMa, azúcar, los cubiertos de plata —“estos, Mayelita, son sólo para las ocasiones especiales”—, y una jarra llena de café. Una vez dispuesta toda la escenografía, le tomó veinte minutos entrar en su vestido verde, pintarse las chapas y tejerse el hilo blanco en un chongo. Después de eso, bajó.
—Manolito, quién te viera lo calladito que estás… —le decía al oso en voz baja mientras le daba sorbitos a su taza—, ¡te andas haciendo, Manolito! —y le arreglaba la corbata—, lo merolico no se te quitará jamás…
Me encanta verla tan alegre y escuchar esa risita dulce y suave que tanto la distingue.
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Graciela, la señora que nos ayuda en casa, metió a don Manuel a la lavadora y éste dejó la nariz y el color en la secadora. Mamá la cataloga de asesina. Durante una semana se la pasó con medio cuerpo fuera de la ventana, gritando con la voz quebrada, por horas y a quien pasara: “¡Me lo ahogaron! ¡Y después lo colgaron al sol!” Al menos, después de siete años, ya es consciente de su muerte.
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Hace tres días que no logro levantarla de la cama. Dinamarca ya no existe. Los dulces, la promesa del paseo por el parque, los álbumes de fotos, el baño y la comida, ya no representan nada para ella. Ni que Graciela pase con su cesto de ropa es motivo para que se pare e intente morderle las piernas.
Llamé a Javier. Su preocupación en la distancia no sirve de nada.
—Es parte del proceso de deterioro, Mayela, quizás es tiempo de que la internemos —me dice como si Mamá fuera una paciente más, ¡qué rabia siento!
—Sí doctor, lo entiendo, mañana puede pasar usted por ella —cuelgo el auricular.
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El silencio lo inunda todo, su oleaje me trae recuerdos de la época en la que Papá nos dejó para ir a Dinamarca.
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A mi viejita, a mi niñita adorada, anoche mientras dormía se le olvidó soñar. Supongo que a estas horas ya estará con su Manolito de oro, como ella le llamaba cuando él le traía flores a la casa.
Fotografía: Deyaar Rumi
Aura Solar (1989, México). Persona creativa y transdisciplinaria. Buscadora de patrones y observadora de comportamientos. Ánimo dedicado a la introspección, el uso y aprendizaje de herramientas que permiten el desarrollo humano. Aplaude los juegos de palabras, la profundidad y los frutos del ocio. Integrante del taller de Escritura Creativa del CDC Los Chocolates.
Este cuento transmite un melancolía, bellísima. Del tipo que al final da paz. El último párrafo me hizo llorar.
Esta frase: “Es como si por cada recuerdo confinado al olvido se le otorgaran mil llaves.”, como muchas otras en el texto, contiene muchos significados en diferentes niveles de profundidad. Casi cada lector puede disfrutar de uno diferente y en la profundidad que se permita.
Es maravilloso. Lo disfruté mucho.
Este cuento transmite un melancolía, bellísima. Del tipo que al final da paz. El último párrafo me hizo llorar.
Esta frase: “Es como si por cada recuerdo confinado al olvido se le otorgaran mil llaves.”, como muchas otras en el texto, contiene muchos significados en diferentes niveles de profundidad. Casi cada lector puede disfrutar de uno diferente y en la profundidad que se permita.
Es maravilloso. Lo disfruté mucho.
Este cuento transmite un melancolía, bellísima. Del tipo que al final da paz. El último párrafo me hizo llorar.
Esta frase: “Es como si por cada recuerdo confinado al olvido se le otorgaran mil llaves.”, como muchas otras en el texto, contiene muchos significados en diferentes niveles de profundidad. Casi cada lector podría disfrutar de uno diferente y en la profundidad que se lo permita.
Es maravilloso. Lo disfruté mucho.