Dias nublados

Días nublados

 

Me gustan los días grises

de este lado del trópico.

Tienen algo de excepción,

algo como de sentirse ajenos,

habitantes de otras latitudes.

…pensar que son días

que vienen viajando desde el mar

hasta instalarse aquí,

en estos cielos reinados por el índigo,

monopolizados casi siempre por el sol.

Lucha con el azul la niebla y a ratos gana

pero su victoria nunca permanece.

Aquí, las estaciones a penas se distinguen

por el número de prendas o el tipo de calzado,

más bien se hacen notar

por los tonos de amarillo o verde de los cerros,

por el aroma de la tierra fresca del verano o ardiente,

casi humeante de la primavera,

Por el musgo distraído de los troncos

o el sonido seco de la hierba muerta.

Se distinguen por el fuego

que nunca pierde tiempo antes de la lluvia

para colorear de negro,

destilar cenizas como la muerte

y volver al bosque desierto

para volver a comenzar.

Las palabras son un lugar

Las palabras son un lugar:

un territorio que se visita a roces.

Un paisaje que se habita

y a penas se toca

como el tiempo.

Terruño del alma,

célula de la piel,

rizoma encefálico y áureo de un sentir.

Un accionar de torbellinos:

llamar a la lluvia

y ofrendarse a un dios.

Hablar con los muertos y los no nacidos.

Hacer crecer las plantas.

Ahuyentar a los espíritus non gratos.

Generar un campo de protección.

El conjuro, el crucifijo y el agua bendita.

Los santos, las hierbas y el temor elemental.

La fórmula personal para el veneno

y el antídoto del secreto que lacera la médula.

La bala, el gatillo, la herida eterna.

La llave imprecisa de la salvación.

El eje de giro del arco:

candado rotundo y opresor

de impulsos.

Mapa de un recuerdo insondable:

vereda incierta y subjetiva del ser

o del no ser.

Entre palabras,

el universo entero habita,

se desdobla, se expande y estalla en mil pedazos.

Fuerza sobrenatural,

código de lo infinito

reina en el hogar de tus palabras.

Hablando

Hablando,

se entiende la mente.

Hablando,

se desdobla el ángulo

del ser.

Se liberan los ríos,

se desbordan las presas,

se contiene el viento.

Hablando nos reconocemos mutuos

como las aves cuando cae el sol.

Yuxtapuestos en un mismo lienzo

de planetas distantes que se orbitan.

Valoramos

la certeza de nuestra insignificancia,

la grandeza

de nuestra humilde complejidad

semi orgánica y celeste.

Somos cómplices de un código infinito

que nos hace buscarnos,

perdernos

y encontrarnos en un guiño,

nadar en círculos hasta salvarnos

o hasta aceptar abandonarnos

en un trueno.

Hablando

creamos

lo que ya existía

sin saber.

Nos creamos.

Somos.

Existimos juntos.

En la punta de la lengua

¿Qué hacer con esos lagos de la boca, que se extienden en caudales hacia el borde de los sueños?

Como esas palabras

de las que se sabe la existencia

y se les siente cosquilleando en el fondo de los dientes.

Se les sabe precisas entre los encajes

y retículas del sentimiento

pero se tropiezan en sí mismas,

se pierden enredadas en el éter

para camuflarse

lívidas

con los atajos más imperfectos.

Se azotan como ecos

en los rincones párvulos

de la corteza mental,

en el borde de la histeria

inútil.

¿Qué hacer con ese instante de vasijas quebradas

y ruinosos olvidos de piedra?

Sobrevivir a la amnesia de la lengua,

al golpeteo filoso del bostezo resignado

que solo se repite en una oda circular.

La imposibilidad más exacta de un afecto: el olvido.

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