Diario (fragmento)

Me encontré con el maestro Juanes en la ciudad de México, después de mucho tiempo de no verlo. Lo encontré bien: jovial, lúcido, generoso. Me regaló su nuevo libro sobre Nietzsche. Se le veía contento, satisfecho con el resultado: un libro de casi 500 páginas sobre uno de los pensadores europeos con el que más afinidad ha sentido a lo largo de su vida. Con Nietzsche más que con Heidegger. La vehemencia y el abismo antes que la sobriedad y el filo cortante de una espada.

“Atreverse a pensar significa insubordinarse ante valores gregarios y directrices unívocas; romper filas, rebelarse, crear un cortocircuito disonante que escapa de la asfixia del denominador común… ” (Nietzsche. Rebeldía dionisiaca. Fractura del nihilismo, 21).

Esta mañana, sin yo saberlo, he sido un filósofo, y me he comportado, en ese sentido, como tal. No es sencillo: atreverse a no pertenecer o el reconocimiento radical de que no se pertenece y que la soledad es un sitio apetecible. Más aún: el único lugar.

Leo de a poco el libro de Martín Adán sobre la música de Chopin (Travesía de extramares, 1946). Prodigioso en su descaro y en su manera de rozar, con la mirada y con los dedos, la superficie del lenguaje. Cómo sus dedos se deslizan a través de la piel transparente de la cebolla del lenguaje para alumbrar su contenido; y generar con esto una nueva piel.

Novedoso reducto de hermosura, que reproduce el trabajo con la piedra en Vallejo: desbastar la piedra, para exponer la veta…

—¡Apártate, mi amor, que eres de amores!

—¡Mi cordero no trisque entre tus flores!

¡Ni aún mi azor anide en tu hondo velo!

Danza de cuchillos… en las manos del poeta: no corre la sangre en esta serie de sonetos. Porque lo que importa es el corte, la incisión, no la carne. Se podría decir que la cuchilla… y sus reflejos acerados en el contubernio de espejos del oído.

Bosque de cuchillos…

Bosque de reflejos…

El problema de la forma entendido como un combate obsesivo y permanente con un elemento material ajeno a tus propias manos, pero que de una manera misteriosa emana, y encuentra sus más felices soluciones, en un interior sutil y amorfo —por no escribir inmensurable— que solo en ti surte sus efectos.

Ecos solo audibles en la caverna —o en el cráter— de tu oído.

A través de su compañero, el pintor Guillermo Arreola, Braulio Peralta me hace llegar su libro de entrevistas con Octavio Paz, El poeta en su tierra. La prosa de “Octavio”, como le decían sus amigos, siempre me lleva, de una manera o de otra, a su poesía. La prosa como un salvoconducto para llegar a la poesía.

En El nacimiento de la tragedia, Nietzsche habla de la importancia que tienen los sueños para la configuración del espíritu creativo. Dice más: en los sueños se encuentran claves insustituibles que permiten moldear la realidad diurna a través de la obra de arte. Hasta ahora, no puedo recordar algún sueño que parezca memorable en este sentido. Pero miento: hace unos días soñé la visita de un demonio, que se produjo al amanecer, después del ritual que llevo a cabo todos los días de sacar a mi perro a eso de las seis. Regresamos del breve paseo matutino, les serví su petit déjeuner a mi gato y a mi perro y me volví a acostar. Todavía no caía de nuevo en un sueño profundo cuando me percaté de una presencia, que terminó por sentarse al lado de la cabecera de mi cama. Por la pesadez de mi cuerpo no pude levantarme, así que el demonio, al que tampoco pude verle el rostro, comenzó a arrastrarme hacia la orilla de la cama. Me despeñé, como si se tratara de un desfiladero, a través del piso. Una sensación de inevitabilidad y de calor se adueñó de mi cuerpo; pero la caída no duró mucho ni tuvo consecuencias que me impidieran darme cuenta de que el viaje no había sido demasiado largo. Como casi siempre sucede en estos casos, en lugar de despertar con miedo, me incorporé con un talante reflexivo y tuve claro que este demonio se había presentado en calidad de augurio, revelándome de una manera extraña la necesidad de migrar al sur.

Vasija oscura, recipiente lleno de armonía: recipiente invertebrado.

El demonio que me visitó en la mañana no era en realidad un demonio sino un jaguar de pelo dorado y negro, posado sobre las ramas de una ceiba. El jaguar estaba observando a su presa, antes de saltar sobre ella. Podría pensarse que yo era la presa, que no tiene para dónde hacerse en los instantes previos a su muerte. Pero yo era la ceiba, que sentía sobre sus ramas el peso y el aura del jaguar.

El peso de la inevitabilidad…

En el sueño la conciencia se abre a otras dimensiones, donde lo sentido se transforma en su posibilidad, y donde el devenir de las historias importa no por su trama sino por el significado de los símbolos que se encuentran sembrados en lugares clave, sobre la evanescente superficie de lo avizorado en el transcurso del sueño.

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