“Si lo vivido no te ha resultado inevitable y gozoso, el único arrepentimiento concebible es el silencio” (C. Monsiváis. Aforismos)
Clementina ha vuelto a la jugarreta conmigo, ¡Claro! ¡Cómo no!, si hace ya un buen tiempo que me desentendí de ella. Además, se ensaña con pisarme el callo que interminablemente crece en mi pie izquierdo e intento cortar de raíz cada vez que duele. ¡Oye, espera!, ya no hallo zapatos que aguanten el juanete. Ni siquiera espero un día de fiesta; sigo bailando, sí, ahora descalza sobre el pasto o en la soledad de mi habitación al son de “Nereidas”.
Acomódate en la rechinante mecedora de mimbre de la nona porque tengo ganas de quitarme una espina que caló muy hondo en nuestras entrañas, y quiero recordar contigo. ¡Vamos!, No sin antes decirte que pasados 47 años de aquel suceso quien quite y con eso cese el dolor, es momento de sanar.
Mira, apenas te lo digo las canas se alborotan, se ensortijan, a la par de la película que recorre cuadro por cuadro las imágenes retenidas en mi memoria silenciada, nunca dicha; algunas son borrosas en blanco y negro, otras, a todo color.
“Nos quedamos −interrumpe Clementina− cuando a tus 27 años, con tres hij@s, deambulabas muy de mañana en un territorio desconocido, allá por el norte de la ciudad de México”.
Estaba casi por transcurrir una década del Movimiento estudiantil del 68 en México, bajo el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, y a un año de iniciado el sexenio de José López Portillo −continuadores de la dictadura perfecta−.
El tufo de corrupción en todos los ámbitos de la política, impuesta por la oligarquía dominante, reanudó el ocultamiento de los otrora anhelos de justicia; el derramamiento de sangre y despojo de existencias fueron festín para la egolatría de ciertos funcionarios públicos.
Fue en aquel entonces, 1977, cuando ocurrió el desatinado encuentro con el primer “coyote”, que se apersonó en los pasillos de locutorios mientras ella esperaba a su familiar, envolviéndola en un rosario de promesas con un adelantado pago por su oficio.
“Mi presencia pasó inadvertida −me acuerdo− te notabas angustiada, en la incertidumbre total; y yo preguntándome cuántos misterios en los amaneceres y noches recorrerías yendo y viniendo por ese tiempo nunca deseado”.
– Así fue, querida Clementina, año y medio de espera para la resolución del caso; mi hijo más pequeño había empezado a caminar al lado de su hermano, de apenas tres, y su hermana, de cinco.
Durante dieciocho meses, cómo no aprenderme el trayecto de la colonia donde vivíamos hacia la Cuauhtémoc, Río Marne −para ser más exacta− a unas calles del cine Diana. La primera vez sí me costó llegar al departamento donde tenía su minúscula oficina aquel “coyote”. Asistía consuetudinariamente, de tarde en tarde, él, apostado siempre al teléfono, yo esperando sentada en la silla de lámina pisando la alfombra raída hasta que terminara de negociar sus asuntos con los narcos para recibir la información del proceso. Imagínate de qué no me enteré, pues no eran secreto sus contubernios y malhabidas ganancias, engolaba la voz presumiendo sus conectes.
Muy bien viene al caso el aforismo de Carlos Monsiváis “Sin influencias políticas no se existe, no se es Alguien o la promesa de ser Alguien”.
“En tres meses tendremos buenas noticias” −decía desde el principio− pero necesito más dinero; usted comprenderá que hay que repartir a oficinistas, ministerio público, jueces, magistrados”. Ayudantes e impartidores de “justicia” que se venden al mejor postor a cambio de deslumbrantes espejitos.
Ni hablar del peluquín, no era esa la justicia por la que habíamos luchado en el 68. Tristemente, el panorama político no daba para más. Nos cobijamos al amparo de la abuela, quien, para resarcir el daño, apuró la venta de sus terrenos donde cultivaba garambullos, capulines y maíz, mientras yo anunciaba en el segunda mano los muebles y enseres de la casa para cubrir los gastos y costes que exigía mes a mes el depredador.
El cuento es que, a los tres meses de iniciado el proceso lo suponíamos liquidado; nunca sospechamos que iría a parar a sus bolsillos y no al destinatario.
Lo único que quedaba en mi haber era el auto, que recién acababa de liquidar.
– Ya no tenemos recursos y el trámite no llega a su fin -le expresé.
-Usted tiene un coche, démelo a cuenta de mis honorarios -Y se quedó con él.
Despojos materiales y desalojos continuos de nuestras viviendas, de nuestras vívidas existencias, que librábamos los cuatro a capa y espada; ell@s inocentemente entretenidos con sus juegos. En mí, los gritos inpronunciados fueron acentuando los surcos de la frente al tiempo de desplegar otras recién nacidas arrugas del corazón. Era la nueva hora de plantarse con los pies en la tierra y no enfangarnos en un mundo de mentiras y triquiñuelas, de levantar el puño izquierdo proclamando y reclamando nuestro derecho a la justicia, quitarle la venda de los ojos con que han querido cegarla, y mirarnos cara a cara.
En el obsesivo circular de la vida, −que tan bien tú conoces, Clementina−, a cada quien le llega su turno.
El corolario de esta historia se remonta a entrados 6 meses del 97, después de inaugurado el Centro Libre de Arte, del cual fui fundadora y directora. Al susodicho personaje “se le volteó el chirrión por el palito”, le tocó sentarse en una silla a esperar le atendiera para escuchar su solicitud de apoyo.
Pero… esta es oootra historia
Hoy por hoy, te dejo con el susurro del viento entre los aires del bosque donde habita un otoño septuagenario.
“Abajo a la izquierda está el corazòn”
Ma. de la Paz Espino del Castillo Barrón. Licenciada en Lengua y Literaturas hispánicas, Facultad de Filosofía y Letras. UNAM- Maestra en Investigación educativa, IIEDUG, Universidad de Guanajuato.
Maestra en Atención a la Diversidad y Educación Inclusiva, UAEM, Facultad de Comunicación Humana, Cuernavaca, Morelos. Coordinadora de FELISMA. Festival de las Letras y Feria del Libro de San Miguel de Allende, Gto.
Guía de Círculos de lectura en la Cdad. de México y a distancia. Docente durante 53 años en instituciones educativas de diversos Estados del país, hasta 2022. De 2020 a la fecha, participante en Tiricia. Conversatorio permanente para mujeres.