Depredador

Ya había dado varias vueltas frente al colegio, tenía, de hecho, más de una semana haciéndolo. Observaba con su mirada de lince viejo a cada una de las niñas que entraban y salían del colegio. Ese día ya había decidido cuál sería su víctima. Las escogía en colegios o escuelas públicas y hasta en otros poblados cercanos o distantes. Las autoridades no habían podido atrapar al degenerado asesino de niñas.

La madre de la posible víctima de ese día, llegaba siempre media hora tarde, por lo que la pequeña permanecía sentada en un escalón en espera de ella. Después del ajetreo, en el que los padres llegaban a pie o en vehículos a recoger a sus niñas y se amontonaban en el zaguán de la escuela, todo quedaba desierto por espacio de una hora, antes de que los maestros abandonaran el plantel. El vigilante, un hombre sexagenario, desaparecía cada quince minutos, muy probablemente para ir a orinar, y tardaba alrededor de diez en regresar a su puesto. El criminal tendría diez minutos para acercarse a la niña y abducirla.

La niña de escasos diez años era menudita con el cabello castaño peinado en delgadas trenzas anudadas con un listón blanco y grandes ojos almendrados y pizperetos.

El depredador estacionó su vehículo en el momento justo en que el vigilante se dio la vuelta y fingiendo una voz paternal dijo a la niña:

−Tu mamá no puede venir, me pidió que pasara por ti.

La pequeña lo miró con extrañeza, giró la cabeza del lado al lado. Constató que nadie venía. Se paró despreocupada, tomó su mochila y se dirigió al auto. El tipo miró a la niña de arriba abajo con una mirada que parecía querer aspirarla; y que hubiera hecho temblar a cualquiera, pero que la niña, al parecer, no notó. El rufián see recostó en el asiento del copiloto y estiró el brazo para abrir la portezuela asomando la cabeza.

La escolapia se acercó con su ingenua sonrisa. El tipo empezó a transpirar, le temblaban las aletas de la nariz, el aroma infantil lo excitaba y su sonrisa amable se torció dejándole ver sus dientes amarillentos y careados, la baba se le escurrió por las comisuras de sus asquerosos labios.

La pequeña siguió caminando hacía él se agachó a la altura del asiento. Su boquita se abrió de forma descomunal y engulló de tres bocados la cabeza del depredador depredado. Cerró la portezuela, se limpió con las mangas de su blusa escolar la boquita ensangrentada y volvió a sentarse en el escalón quitada de la pena. Enseguida pudo ver el auto de su madre que llegaba. La niña subió y su mamá, después del acostumbrado beso y abrazo, le dijo:

−Blanquita, ya es tarde, debes de tener mucha hambre.

−No te preocupes, mami, ya comí.

4 comentarios

  1. Wow excelente final : El depredador depredado !
    Tengo la fortuna de tener el libro de Nicole Montelongo Delirios
    Eres mi nueva escritora favorita ❤️

  2. Qué buen final. Primero ya me estaba temiendo lo peor y ese giro estuvo buenísimo.

  3. Felicidades, Nicole, un final muy bueno que sorprende por giro de la historia.
    Un relato que atrapa desde el principio. Me gustó mucho leerlo.

  4. Me sorprendió. Tuve que leer dos veces el final. No lo podía creer. Siento que todas hubiéramos querido engullir al depredador en turno. Me encantó. Felicidades Nicole. Ya compre tu libro Delirios en Amazon.

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